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Channel: Ñampazampa Archivos | David de Jorge
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Elosta

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Sabia fusión.

Explosión, sabor y calidad, como bandera de un local de pescado y producto marinero.

África ya no empieza en los Pirineos, ¡aleluya!, se lo dice este listo con acento en la ese que aquí escribe, pues uno vive atento a las señales que nos envía el progreso. Casi todos tenemos teléfono portátil con el “internete” pegado al pulgar, usamos palabros en inglés como si tal cosa o aún peor, compramos sushi en cualquier supermercado de barrio. Estos tres hechos empíricos deberían usarse en la ONU como baremo del nivel de bienestar occidental y no otras mandangas de medición al uso. Sobre todo lo de los paqueticos de sushi, porque seguro que la primera vez que los vieron en los lineales, pilotando un carrito, les daría un perrenque de orgullo y satisfacción, “Maricruz, fíjate, la modernidad ya ha llegado”, y fíjense cómo anda hoy el mundo que casi nada nos sorprende y lo “japo” es tan normal como una croqueta congelada.

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En 1943, cuando todo el país hacía “cola” con la cartilla de racionamiento, soñando con pollos, garbanzos y berzas, doña María Mestayer, honorífica marquesa de Parabere, hablaba en su libro “Historia de la Gastronomía” de la cocina japonesa como el no va más del exotismo. En una impagable muestra de sabiduría hablaba así del sasimi (sic), “¿Saben ustedes lo que es el sasimi? Pues sencillamente, el manjar cumbre de la cocina nipona: un pescado “crudo”. No sé por qué os sorprende tanto el que se ingiera pescado crudo cuando nosotros lo hacemos con las ostras y las almejas”.

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Imagino que en aquel tiempo de “Carpantas” que soñaban con asado y pan blanco, la idea de comer pescado crudo con arroz hervido debía de sonar extraña y muy poco apetecible, pues el hambre campaba a sus anchas, “menos sasimi y más salchichón, señora marquesa”, pensaría la gente. Por gracia o desgracia, no lo tenemos claro, la rúe del Percebe ha cambiado su paisaje y en los bajos del número 13 hace tiempo que inauguraron una taquería, una pastelería vegana o un sushi-bar. Y en la confluencia del Paseo de Colón y la Zurriola donostiarra, donde antes hubo una taberna clásica, podemos entrar hoy en un restorán del mismo nombre pero con distinta bandera, el Elosta.

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Abierto desde verano de 2013, ofrece cocina de fusión con sentido común y sabrosura, mezclando elementos de la gastronomía vasca, japonesa y peruana, que así, en frío, suena a “pereza total”. Pero más allá de las etiquetas, es un local de pescado y producto marinero fresco y ofertado de distintas maneras, adecuadas a las tradiciones de lugares lejanos o cercanos, ya saben, en cocina también existe lo del “color del cristal con que se mira”. Explosión, sabor y calidad son las normas básicas que el Elosta procura seguir a rajatabla para sorprender a su amable clientela.

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Mikel López, dueño y jefe de cocina del garito, está bregado en mil comandas a lo largo y ancho de la piel de toro. No le hizo falta subir al monte Fuji ni atravesar el lago Titicaca para saber que con inquietud y un paladar curioso se puede guisar con arrojo, combinando ingredientes y técnicas exóticas con el saber hacer local, articulando de tal forma los platillos de su tasco. Como reza el nombre del establecimiento, es un “Restaurant & Sushi Bar”, que divide su espacio entre un restorán con la cocina vasca como bandera y la fusión como aderezo, y un sushi bar donde zamparse de forma más informal algunas recetillas clásicas niponas, gunkan, sashimis o makis hechos al momento, alternando en armonía con tiraditos y ceviches. Atómico, por cierto, el tiradito de atún con leche de coco y togarashi o recetas más cercanas como el bacalao confitado con ajo negro, almendras y algas, el pedazo de carne de vaca con papas arrugadas y mojo o la tarta de queso con dulce de leche y helado de pistacho.

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Su cocina ecléctica y sin prejuicios atrae tanto a los expertos de la cocina atrevida como a principiantes que quieren probar algo nuevo y terminan convertidos a la nueva religión del “ñampazampa”. El público del Elosta es fiel y mayoritariamente local, incluso durante la invasión turística del verano “chancletero”, así que teniendo en cuenta lo sibaritas que son los donostiarras en estas lides, es todo un halago y asunto muy a favor del garito.
El ambiente es cálido y agradable, elegido por Sofía Córdova, dueña y señora tanto de la sala como del chef, ya saben cómo se las gastan las vascas. Con una decoración de viejo aire industrial, el ambiente invita a sentarse en su comedor o en el confortable y gastado sofá chester, que tanto gusta a los más “sofistipijis”.  Allí podrán gozar como marranos con las especialidades niponas del sushi bar y hacer la digestión, puestos a remojo con sus cócteles de sake o la apetecible lista de gin-tonics que preparan con coscorros gordos de hielo.

La carta está llena de alternativas como el tataki de atún y ajoblanco, las vieiras asadas con carabinero o la torrija con helado de sésamo. También cuentan con un menú del día a precio de risa -primero, segundo, postre, bebida y pan-, con platos como las alcachofas salteadas con patata y aceite de olivas negras, sopa miso con tofu, wakame y setas “shitake” o suculentos pescados del día. Por once eurillos podrán ustedes montarse un plato cambalache, incluyendo ocho piezas de sushi y postre.

elosta_7ELOSTA Restaurant & Sushi Bar
Paseo Colón, 41
Donostia – San Sebastián
Teléfono: 843 63 03 25
Web: www.elostarestaurante.com
Email: elostarestaurante@gmail.com
Cerrado: Domingo noche, lunes todo el día y martes noche

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PVP MEDIO: Menú del día 14 €, Carta 30 €

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Santceloni

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Venite ad me omnes qui stomacho laboratis et ego restaurabo vos.

La cocina de Óscar Velasco es pantagruélica, olorosa y voluptuosa.

Santi Santamaría, pedazo de cocinero, supo plantar cara a la vida y a su oficio a través de la escritura y la cazuela. Llegó a la cima más alta sin caer nunca en la tontería de la cocina impostada y vacua, echando horas y sudando la gota gorda, rascando el culo de las ollas, fue guerrillero tupamaro que se batió el cobre contra una horda de polémicas chusqueras. Cometió la puñeta imperdonable de morir muy joven, como una especie de James Dean, pero del Montseny.

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Él dijo que “el chef es, o debe ser, quien se responsabilice de la calidad de lo que come el comensal, entendiendo que todo restorán es obra de un equipo. Por eso la función primordial del cocinero es velar por la buena formación y el óptimo funcionamiento de dicho equipo: mejor que saber cortar la cebolla, y mucho más efectivo, es transmitir la importancia de cortar adecuadamente con los cuchillos, inculcar el respeto a los maestros del oficio y enseñar a ser generoso en el servicio a los clientes”.

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De su valía como maestro de guisanderos es prueba el éxito que sigue cosechando uno de sus discípulos más destacados, Óscar Velasco, al que Santi puso al frente de su sucursal en Madrid. Santceloni, abierto en la capital en el año 2001, fue un proyecto personal de Santamaría y por eso le dio el nombre de su pueblo natal, pero como buen profesor puso las riendas en manos de un alumno aventajado.

Catorce años después, Óscar Velasco puede presumir de sus estrellas Michelin y de ser uno de los mejores cocineros de la Villa y Corte. Amparado hasta 2011 bajo el paraguas bonachón de Santi y la tranquilidad que transmitía, su repentina desaparición le hizo apretarse los calzones y enfrentarse a la responsabilidad de llevar las riendas del fogón poniendo en práctica las consignas del maestro.

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Desde entonces y con la ayuda en sala de dos titanes, Abel Valverde y David Robledo, comandan el Santceloni convertidos en un equipo sólido que funciona con la precisión de un cronógrafo suizo. El poso de Santamaría se sigue notando en la elección del producto, la supremacía del sabor y una contemporaneidad bien entendida que emplea nuevas técnicas para mejorar la tradición y proyectarla hacia el futuro.

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En Santceloni, la cesta de la compra es la protagonista de unos platillos imaginados para poner en valor el esfuerzo de los productores de la casa. El gusto es sólo uno de los factores de la experiencia, que se completa con el magnífico servicio de sala y la oferta de vinos y cigarros puros. Velasco & Co., siguen así la estela del sheriff, viviendo el restorán como un conjunto de experiencias gozosas y no como una lista cantada de recetas en un ambiente monacal, que es en lo que se convirtieron algunos restoranes contemporáneos, lugares de recogimiento en los que se comparte oración con acelgas, achicorias y trazos de semillas mucilaginosas.

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Sin necesidad de tener la última tecnología entre manos ni de asombrar a la prensa o a la clientela con técnicas que rizan los pelos de la zanfoña, en Santceloni se goza hasta el infinito con platos como la caballa con coliflor, jalea de manzana y puré de limón y remolacha, los raviolis de ricota ahumada con caviar, la butifarra de cerdo ibérico con puerro y manzana, las cigalas a la plancha con papa canaria y azafrán o los salmonetes con huevos estrellados, migas y aceite de pimentón, entre otras golosinas de flipar en cinemascope. Un desfile de sabores en el que la creatividad está puesta al servicio del gusto y no de la innovación tecnológica baladí, ya saben, ¿eres moderneta?, ¡pues súbete la bragueta!

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La tabla de quesos merece capítulo aparte, verdadero despropósito, es un festival de la leche que no tiene parangón en España, con más de setenta joyas que hacen salivar como a un perro mastín pirenaico. ¡Todo un despelote!, les aconsejo que antes del dulce se aprieten un jarrete con puré, una paloma asada al momento o un besugo a la espalda con cebolletas asadas y vino tinto de quitar el sentido.

La comida, pantagruélica, olorosa y voluptuosa, llega a su fin con unos dulces delicados, zanahoria granizada con lima, eneldo, avena y jengibre, o el preferido de los más glotones, la crema de café cuajada con mousse de chocolate cocida. Podrán comer a la carta como personas civilizadas o elegir entre los distintos menús, el gastronómico, uno especial pringado de trufas o el gran menú, un despiporre personalizado al gusto de cada comensal.

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Óscar Velasco apunta maneras de caimán de los fogones, sudando la gota gorda para mantener al Santceloni en el nivel en el que está, bien alto, sin dejar de ser exigente y aspirar a mucho más. Santi estará orgulloso de ver que su legado aún brilla en pleno centro del Paseo de la Castellana. Recordémoslo: “soy un rústico sofisticado, con querencia por la casquería, más amigo de comer que de cocinar, aunque cocine para comer. Si pudiera, viviría del cuento, tumbado a la bartola, comiendo uvas moscatel, higos y tajadas de melón con un vino fresco de Burdeos o del Mosela, leyendo a Baudelaire, Shakespeare, san Agustín o Platón. Pero, hoy en día, me siento privilegiado por trabajar en algo que me gusta cuando a tanta gente le gustaría tener algo en que trabajar”.

sant-celedoni_9SANTCELONI
Paseo de la Castellana, 57 (junto al Hotel Hesperia Madrid)
28.046 Madrid
Teléfono: 91 210 88 40
Web: http://www.restaurantesantceloni.com/
Email: santceloni@nh-hotels.com
Horario de cocina: 14:00 a 16:00 h y de 21:00 a 23:00 h
Cerrado: sábados al mediodía, domingos y festivos todo el día. Agosto y Semana Santa

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO 150-180 €

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Tsi Tao

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Cocinan sabroso y ardiente.

Comida china, vietnamita, tailandesa o japonesa muy currada y bien resuelta.

Hubo un tiempo en que los gastrónomos sabios llegaban a la estación del Norte de San Sebastián para peregrinar con fervor y recogimiento a un punto concreto de la ciudad, una manzana de casas que encerraba tres altares de la cocina llenos de pecadores impenitentes, venidos de lugares recónditos para disfrutar como cochinos en el barro. Pero con clase, eso sí. Porque el bloque entre la calle Aldamar y el Paseo de Salamanca prometía placeres cuasi carnales en un ambiente regido por el saber estar y las servilletas de hilo fino.

Allí estaban Casa Nicolasa, Urepel y Panier Fleuri, templos de la salsa y el plato rebañado con meñique levantado, que fueron cayendo uno a uno como los negritos de la novela de Agatha Christie, a manos no de un mayordomo, sino del cansancio de sus propietarios.

José Juan Castillo, de Nicolasa, se jubiló en 2011. Estrella, viuda de Tomás Almandoz, fundador del Urepel, echaba la persiana también en 2012. Y antes que ellos chapó el garito la gran Tatus Fombellida, alma del Panier Fleuri donostiarra y antes del homónimo de Rentería. Fue reina del cotarro gastronómico y primera dama de la nueva cocina vasca, la que moderaba las discusiones entre tanto hombre resabiado y vanguardista.

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En 2002 Tatus decidió cerrar el clásico Panier por razones de salud, y San Sebastián se quedó un poco huérfano. En la década que ha transcurrido desde entonces cerraron otros muchos restoranes, pero seguramente ninguno de ellos marcó nuestra memoria como el triunvirato glotón antes mencionado, lugares donde el servicio de sala era tan exquisito como los platos que servían, con comedores llenos de personajes trajeados que trataban asuntos de estado al calor de un buen vino y clientes locales que ahorraban todo el año para permitirse una cuchipanda épica.

Los tiempos han cambiado un potosí y nuestro modo de acercarnos a la gastronomía también, ahora es más directa, aquí te pillo y aquí te mato. Donde antes se trataba de usted, ahora se tutea sin miramientos, y si antes se planeaba durante meses una visita al restorán, hoy en día hacemos incursiones rápidas en busca de satisfacción instantánea.

Sin duda algunos tiempos pasados fueron mejores, pero no todos. Tatus Fombellida, que está como una rosa y disfruta de su merecida jubilación, estará de acuerdo en que el mercado ha cambiado y las propuestas gastronómicas actuales deben adaptarse a la clientela, que es la que paga, manda y ordena. Y en el lugar de antiguas glorias clásicas como el Panier Fleuri ahora se encuentran establecimientos radicalmente distintos como el oriental Tsi Tao.

Aún se puede ver el esqueleto del viejo comedor en este restorán asiático, siempre eficaz y de calidad solvente. A buen seguro hubo quien se rasgó las vestiduras cuando abrió sus puertas en el local del Panier en 2006, pero qué quieren que les diga, es mejor un desconocido honesto que un mal imitador.

El Tsi Tao fue uno de los primeros asiáticos de San Sebastián, cuando no había la fiebre de sushis y gyozas que campan hoy a sus anchas por la ciudad. Sirven una comida sabrosa y bien resuelta, de origen mayormente hongkonés pero también con ramalazos vietnamitas, tailandeses o japoneses. El dueño, Pomen Jin, conoce bien los gustos de los donostiarras y renueva la carta a menudo, manteniendo especialidades como el solomillo salteado con brócoli y empapado en soja o el arroz cocinado en hoja de loto.

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Algunos de los timbres de gloria del Tsi Tao son los dim-sum caseros de cerdo y setas shitake, pollo con trufa, gambas y vieiras, pato con foie gras o langostinos y huevas de pez volador, el tataki de atún sobre puré trufado, los langostinos con sésamo y salsa de tamarindo, el pollo picante tsi tao o un magnífico pato crujiente desmenuzado que hace las delicias de su fiel clientela, gente joven en su mayoría pero también caseros que bajan a la ciudad y sorprendentemente, tienen este local oriental entre su lista de imprescindibles capitalinos. ¡Ah!, si les mola el picante, no lo duden, anúncienlo a los cuatro vientos y en cocina estarán encantados de calentarles todo lo que guisen al fuego o acercarles hasta la mesa la salsa picante “secreta” marca de la casa, pura dinamita.

Rematen con alguno de sus postres caprichosos, pequeñas pinceladas que dejan buen sabor de boca, como la piña con helado de coco, las bolitas rellenas de sésamo negro, los rollitos de chocolate y plátano o el sorbete de limón y lichis con rosas.

Los nueve años de trayectoria del Tsi Tao le han convertido en el “asiático de confianza” de muchos donostiarras, ganándose el derecho “moral” de ocupar ese local mítico del Paseo de Salamanca, en el que no hace tanto tiempo se trinchaban en sala lenguados “a la Florentina”, se zampaban crêpes “Suzette” y se fumaban cigarros habanos gruesos como estacas.

Tsi Tao
Paseo de Salamanca, 1
Donostia-San Sebastián
Teléfono: 943 42 42 05
Web: www.tsitao.com
Email: info@tsitao.com
De lunes a domingo de 13:00 a 16:00 h, y de 20:30 a 24:00 h

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Chinolis
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO Menú del día 14 €; Carta 35 €

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Horcher

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¡Viva Prusia!

Desde 1943 mantienen vivas las recetas heredadas del imperio austrohúngaro.

Cosas que hacer al menos una vez en la vida: bañarse en bolas en el mar, darse un magreo guapo con un viejo amor de adolescencia, mamarse con una desconocida, cuajar tu solito una tortilla de patatas, montar en moto una noche de verano, y lo de escribir un libro, plantar un árbol o tener un hijo, si se tercia, pues también pero no se me vuelvan locos. Y vayan a Horcher, no lo duden.

horcher_7Al Horcher no se va a comer, ni a cenar, se va para ir a Horcher y punto pelota. A tener una experiencia vital, que diría Paulo Coelho en uno de sus libros repipis de autoayuda. A beber como un ministro, comer como un rey y a que te traten como a un emperador romano. Visitar este restorán madrileño es una vivencia como de peli alemana en blanco y negro de entreguerras. Sentado a la mesa del Horcher uno espera encontrarse en cualquier momento al mariscal Hindenburg mirando esos muslos de becada jugosa que tenía Marlene Dietrich.

Gente como aquella poblaba el Horcher originario, abierto en la capital alemana en 1904 y considerado uno de los mejores templos europeos de principios del siglo XX. Otto Horcher, hijo del fundador, supo cómo triunfar en tiempos convulsos, montando todo un emporio gastronómico con sucursales en Viena, Londres, Oslo o Riga. Durante la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial llegó a responsabilizarse de la gerencia del mítico Maxim´s, y cuando las cosas se pusieron feas en Berlín, fletó un tren lleno de ollas, vajillas y utensilios con destino a Madrid. Allí, frente al parque del Retiro, se inauguró el último Horcher en 1943.

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Por si todo esto no fuera suficiente a Horcher siempre le ha acompañado una leyenda muy literaria, pues dicen que durante sus primeros años en España el restorán fue el punto de reunión de los espías alemanes, mientras que el Embassy lo era de los informadores aliados. Operaciones secretas aparte, Otto Horcher se ganó la confianza de lo más granado de la sociedad madrileña gracias a sus platos de caza, su cubertería de plata y su atención exquisita.

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horcher_6Desde entonces y ya entrado en los “dosmiles”, este lugar renovado una y mil veces sigue siendo un referente del buen comer y sigue postrando de rodillas a los gastrónomos clásicos. Vale la pena lucir chaqueta y corbata preceptivas para entrar en este templo de la cocina que ha sabido unir la mejor tradición culinaria centroeuropea con los ingredientes patrios. En ningún otro sitio les van a poner a ustedes ni un cojín bajo los pies -atención reservada a las afortunadas damiselas, ¡ay!-, ni les van a estrujar en la prensa una perdiz hasta la última gota de su esencia junto a la mesa. Éste es un espectáculo que hay que observar con recogimiento: cómo finalizan los platillos a la vista del comensal, lo mismo un ave que el consomé don Víctor, que atesora el jugo de un solomillo en cada taza, o las crèpes suzette, flambeadas tan de cerca que casi hay que apartarse para no acabar con las pestañas chamuscadas.

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horcher_8Estas preparaciones en vías de extinción suceden todos los días, mañana y noche en el Horcher, como un ritual que mantiene vivas las buenas costumbres heredadas del imperio austrohúngaro, ¡viva Prusia! Pero no se queden ustedes con la anécdota: lo importante es que aquí se come bien y en abundancia, como corresponde a un restorán especializado en carnes de caza. La becada asada, el stroganoff de corzo o el civet de liebre les harán olvidar la apretura de la corbata al cuello, así como los arenques a la crema con Kartoffelpuffer, unas muy germanas tortitas de patata, el rodaballo “grillé” o el ragú de lenguado y carabineros.

La comida, empezada quizás con una ensalada de colas de cangrejo y berros, unos huevos escalfados con muselina y salmón o un pellizco de caviar, que para algo estamos donde estamos y nos vestimos de pimpollos, debe terminar con una de las especialidades de Horcher, el Baumkuchen. Este “pastel de árbol”, así llamado por su apariencia de sección de madera con anillos concéntricos, es un postre de elaboración épica y aspecto superlativo. Una columna de casi un metro de altura que acaba en la boca como un bizcocho dulce de textura aérea, por el que valdría la pena invadir Polonia y lo que fuera. Aterriza en la mesa con su helado y su salsa de chocolate, nobleza obliga.

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No se dejen intimidar por las normas de vestimenta ni por la decoración palaciega, así que dense una buena fregada, vayan a la peluquería, desempolven el bombín y cálcense un buen traje y una estupenda corbata. El Horcher es un refugio para clásicos pero también para espías, rufianes, golfas, señores, pendejos, tordas, peperos, puteros, podemos, comunistas bermellones y sobre todo para gente de buen saque y paladar fino filipino. No lo duden y viajen, aunque sea solamente una vez en la vida, a través de este maravilloso túnel del tiempo, acomodados en sus butacas de terciopelo rojo carmesí.

horcher_9Horcher
Calle de Alfonso XII, 6
28.014 Madrid
Teléfono: 91 522 07 31
Web: www.restaurantehorcher.com
Email: horcher@restaurantehorcher.com
Cerrado sábados mediodía, domingos y el mes de Agosto.

 

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / En pareja / Negocios
PRECIO 100 €

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Sidra Maeloc

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Sidra Maeloc

O de una sidra bien rica.

Los de Maeloc se lo han sabido montar, las cosas como son, vistiendo sus botellas con mucha chispa y vendiendo la sidra como una bebida fiel a sus raíces pero que también se moderniza, ¡equilicuá!

Son casi la única empresa gallega que se dedica a la elaboración de sidra, presente también por cierto en el mercado con otras bebidas plenamente estivales como son el tinto de verano y la sangría.

La empresa centra su jugada apostando por la sidra en algunos principios básicos para ellos impepinables: la historia consiste en mantener un estrecho vínculo con la tierra de la que procede, potenciando el valor de la zona de Chantada, en Lugo, como tradicional productora de manzana sidrera de calidad.

Además también echan el resto por la agricultura ecológica, excluyendo el uso de productos químicos. Así que al final lo que uno se lleva al gaznate es el resultado de la fermentación del mosto fresco a partir de manzana 100% galega y el bebercio sale bien rico.

Las primeras sidras de la casa en salir al mercado fueron la natural, la seca y la dulce, después les siguieron la extra ecológica y en 2013 decidieron extender su gama con innovaciones en formatos y sabores, así es que vimos por primera en las estanterías sidras con regusto a pera, mora y fresas, ¡ya ven ustedes, cosas de los tiempos modernos que diría aquél! Aunque cada una tiene sus peculiaridades, en general, son sidras limpias y equilibradas, de sabores francos, con mucha carga frutal y estupenda sensación de acidez.

En las de fruta –fresa, pera o mora-, mola el totum revolutum que se monta en la boca entre la chispa de la sidra y el carácter del zumo.

¡Sidras distintas, divertidas, para darles matarile este verano cuando el achicharre sea de justicia!

Custom Drinks
Pol. Ind. Os Acibros, parc. C1
Chantada 27.500 Lugo
Teléfono: (34) 982 441 392
Pagina Web: http://www.maelocway.com
Email: contacto@maelocway.com
PVP: De 2,49 € a 2,99 €

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The Loaf

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O del imperio de la miga.

Si adoran a Odín y a Thor, no lo duden, en este garito encontrarán su nueva religión.

Esta singular panadería empezó su andadura, hace ya algunos años, alojada en un contenedor industrial frente a la estación donostiarra del Norte, lo que supuso una verdadera revolución panadera en la ciudad. Los amigos Yarza y Lepard tomaron los mandos de los hornos gracias a la impagable audacia e inconsciencia de un colectivo empresarial denominado La Salsera, formado por unos jovenzuelos “sires” y “marqueses” que en los últimos años han desarrollado una particular forma de guerrilla, trabajando y entusiasmando a su estimable clientela desde distintos puntos de la ciudad y, cómo no, desde el “internete” de marras, herramienta que dominan con creces ofreciendo todo tipo de anzuelos para que todos caigamos en sus garras. Algunas veces las trampas que colocan toman forma de picnics y conciertos, otras, de latas de conserva o sacos de naranjas y más a menudo aún referencian sin pudor el universo goloso de la miga y la corteza. Empezaron montando cursos para aprender a hacer pan, siguieron con el tema editando en español el libro “Hecho a mano” del maestro panarra Dan Lepard, y en el verano de 2012 montaron aquella efímera panadería de trinchera y barracón al lado del Urumea.

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Después de aquel experimento con gaseosa, decidieron abrir como extensión natural una panadería permanente en la que vender buen pan artesano a precio apto para bolsillos de entre semana. En la agitada avenida de la Zurriola está la sucursal definitiva de “The Loaf”, una panadería desconcertante en la que el obrador ocupa el espacio protagonista de unas enormes cristaleras con vistas al Cantábrico, para deleite de viandantes cotillas. El resto de dependencias se destinan a escuela, despacho de pan, café, bollería de toda suerte y condición y un bistró sui géneris alojado en la planta baja.

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No esperen encontrar el clásico despacho de barras de pan, ¡no! Para empezar el establecimiento no bebe de las fuentes clásicas de acondicionamiento panadero “a la vasca”, lo que significa que en vez de un totum revolutum en el que se dispensa desde un donut hasta un morenito, refrescos, yogures, polos de fresa o una piruleta, aquí lo que encontrarán es miga colocada en estantes o para que me entiendan mejor, la desnudez de un garito en el que uno no sabe si molesta por verse de repente en mitad de un obrador con cara de póker. No hay más que pan, de todas las formas y tamaños y recién salido del horno, con un bonus track diario de especialidades que hay que acaparar por si nunca más vuelven a aparecer en sus estantes, vaya usté a saber: empanadas de rellenos imposibles, focaccias de tamaño mastodóntico, hogazas de migas negras y gelatinosas, panes de molde de rebanadas que no entran en las tostadoras convencionales, galletas, rosquillas esponjosas, carrots-cakes y demás enseres útiles de bollería y panadería que le ponen a uno nervioso cual adolescente con espinillas. Sin ir más lejos, yo mismo, que escondo un yonki-gordo en mis entrañas, suelo pasar por delante con el auto, lo detengo y tras reflexionar unos minutos sobre la escasa conveniencia de bajarme y caer rendido a la tentación, pongo pies en polvorosa acelerando el auto como arma cargada por el diablo.

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Para desgracia de glotones sufridores y mayor regocijo de nutricionistas necesitados de lorzas ajenas, la propiedad ha tenido a bien abrir un bistró en los bajos del lupanar de la miga. Un espacio con comida sencilla, barata, rápida y sobre todo diferente, que necesitaba un cocinero internacional y sin escrúpulos, capaz de perpetrar aquello que los salseros buscaban y no encontraban en San Sebastián. Localizaron a su muso en Michael Broadbent, pirata canadiense de pasaporte irlandés que maneja las riendas del menú ayudado por un cocinero local reconvertido en oficiante de kimchis y otras fórmulas tan exóticas como sabrosas.

Para terminar de darle estilo “underground” y transgresor, para pasar al comedor hay que atravesar la tienda y bajar escaleras, donde esperan mesas, taburetes, una barra estrecha con algunos libros de cocina, una caja registradora y dos grifos de cerveza muy buena, por lo que la humanidad ya está salvada. Y el resto, muy curioso, un papelote-carta presentado como si fuera un inventario grapado de un almacén de grano de Massachusets y una docena de golosinas a cada cual más divina y engordante, con deriva anglosajona, centroeuropea, asiática y lo que caiga. Todos los días hay algo de cuchara que podrán sorber directamente del bol o en vajilla metálica-carcelaria-chic (sopa de coliflor, pozole, borscht, coq au vin y otras maravillas), algo de verde que nunca es verde y adopta formas dispares de fermentado y encurtido casero: sauerkraut, kimchi, ensalada de hojas verdes con verduras encurtidas, trigo sarraceno y otras delicias vegetales que complacerán al más carnívoro.

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El éxtasis llega con los bocatas, buns, bollos, sangüis, emparedados o como quieran ustedes llamarlos, el tipo de comida que pediría un ajusticiado a muerte si fueran a darle garrote vil: chorreantes, picantes, libidinosos, abundantes, pringosos, gordosos, enormes, cerdos, guarros, inabarcables, se rompen, se escurren, se caen, escupen queso y le hacen sentirse a uno muy mal si acaba de salir de misa en la parroquia de la Plaza de Cataluña. Alabado sea el sangüis de pulled pork, con carne de cerdo asada durante horas con cantidad de especias y ensalada de col, el de cerdo vindaloo con salsa de yogur, el schweinschnitzel o filete empanado con mostaza y sauerkraut y las no menos libidinosas opciones vegetarianas de tofu o boniato asado, berenjena y gremolata.  Todo regado con gratuita y ecológica agua de grifo, cerveza artesana, vinos jóvenes y atípicos o limonada casera, y para finalizar, además de la bollería de la casa ofrecen dos opciones de postre diarios, con vicios del tamaño de la tarta de queso neoyorquina o natillas con sirope de garnacha y tejas de almendra. No olvide dejar sitio en la tripa para las patatas con salsa “basque barbecue” y echar la sobremesa en la terraza con uno de los mejores cafés de la city.

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Si es usted católico, apostólico y romano confórmese con una gilda y un marianito, por el contrario si es devoto creyente de la religión de Odín y Thor y le corre la sangre euskandinava por las venas, no lo dude, The Loaf es su nueva religión. Y sean benévolos si el servicio no les parece adecuado o los baños pequeños, si no les sirven café descafeinado o té o su refresco preferido o un simple y maravilloso mixto de jamón y queso, porque para remendarlo tienen tortitas con beicon y sirope, huevos con panceta o boniato frito con salsa brava o cosas así que comen los bárbaros pueblos del norte, pues aunque la clientela local los pasteurice y The Loaf acabe volviéndose más cuerdo, siempre será un verdadero alborozo que gente jovenzuela con ideas y reforzados huevos colganderos se embarquen en semejante despropósito. Bienvenidos y larga vida, ¡por Tutatis!

The Loaf
Zurriola, 18
San Sebastián 20.002
Teléfono: 943 26 50 30
Web: www.theloaf.es
Email: info@theloaf.es
Horario Panadería: De lunes a domingo de 8:00h a 23:00h
Bistró: De miércoles a domingo de 9:00h a 00:00h (cocina abierta de 13:00h a 23:00h)
Cerrado lunes y martes.

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PVP Medio: Siendo tragaldabas, 15 € por persona bebidas incluidas.

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Por: jaccis

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DAVID ahi van unos trucos QUE PUEDEN AYUDAR
LA MEJOR FORMA ES PRESENTARLAS EN LA MESA EN UNA ENSALADERA DE LOZA O BARRO QUE SEAN LAS PAREDES SIEMPRE CURVILINEAS ASI EVITAREMOS QUE LAS FABES SE NOS ROMPAN.
LA SAL SOLAMENTE AL FINAL DE LA COCCION.
EL AGUA QUE AÑADAS SIEMPRE FRIA Y DOS DEDOS POR ENCIMA DE LAS FABES.
TAMBIEN PUEDES AÑADIR SI QUIERES UNA CUCHARADA DE ACEITE DE OLIVA PARA SUAVIZARLAS UN POCO.
SI VEMOS QUE EL CALDO NO ESTUVIESE LA CONSISTENCIA,SACAREMOS UN CACITO DE FABES Y LO PASAREMOS POR LA TURMIX Y LO ECHAREMOS OTRA VEZ A LA OLLA PARA QUE ESPESE EL CALDO.
REMOVEMOS DE VEZ EN CUANDO PERO AGARRANDO DE LAS ASAS Y PROCURANDO QUE EL MENEO SEA SUAVE.NUNCA METER UN CUCHARON U OTRO ARTILUGIO DE COCINA PARA REMOVER PUES PODRIAMOS REVENTAR LAS VAINAS DE LES FABES
BUEN PROVECHO Y UN SALUDO.
UN ABRAZO DAVID.

Por: tedeternura.com

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GRACIAS AMIGO !!!
Tus ideas siempre brillantes, tu buen hacer y generosidad y tu ENERGÍA me acercan a un mundo de INGENIO que me llena, y me ayuda a aprender tantas y tantas cosas desconocidas, que me empujan a diario a ver con ilusión tu espacio en TV5; y si por circunstancias algún día no llego a tiempo siempre me queda el consuelo de ver lo que preparas por aquí.
Yo también soy del CLUB DEL PESO PLUMA, jaja, es por esto que tus sugerencias me vendrán muy bien; y con la báscula a cuestas ya te iré contando mis progresos.
UN ABRAZO ENORME
Conxita


Sissinou

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O de alta cocina vasco-francesa.

Un bearnés curtido en fogones grandiosos… Troisgros, Grand Véfour o Le Petit Nice.

Me crié en Villa Kurlinka, una casona muy francesa, mi abuela materna se llamaba “Paquerette” y en algunas fotografías del año de la polka se adivinan antepasados que según mi madre llegaron del norte de Francia, Estrasburgo para más señas. De allí pasaron a Burdeos, donde murió el pobre Goya, y desde allá cruzaron la frontera y se instalaron en Irún, que como todo el mundo sabe es ciudad fronteriza y ha visto a gente de todos los colores.

sissinou_6Mi madre nació en plena guerra y desde muy cría ayudaba a la suya en un pequeño comercio llamado “Margarita”, acumulando recuerdos del desabastecimiento y las penurias de aquella época de hambruna. Estudió en Hendaye, así que educada cual señorita de Avignon y bien casada con un gallego del Ferrol, disfrutaron de la vecina Francia como caimanes. El comercio fundado por mi abuela floreció y la tienda “Margarita” se convirtió en toda una institución muy frecuentada por clientes nacionales y franceses, que enloquecían con sus fabulosos escaparates de ropa para niños.

Todo este bizcocho alimentó nuestro cariño familiar por lo francés y desde chaval nos aventuramos en odiseas que aún recuerdo con nostalgia. Eran siderales las escapadas a las tiendas de primores y delicatesen, donde aprendíamos acerca de la verdadera gastronomía y sus productos, pues en España los ultramarinos no conocían el cinemascope y casi todo se cocinaba en blanco y negro. Las verduras, los yogures, los quesos, aquellos confits e hígados de pato que se vendían en Navidad pues eran producto estacional, los ahumados, las carnes blancas de ternera, la alta confitería y la repostería más refinada, tenían una luz colosal.sissinou_5

El placer que me produjo toda esta mermelada fue tan dulce, que aún hoy recorro aquellas viejas rutas, las mismas que hacíamos a bordo del Seat 131 de mis padres, comprando conservas en “Peyrehorade”, charcutería en “Bayonne”, chocolates y quesos en “Saint Jean de Luz”, verduras en “Hendaye”, o cualquier golosina del colosal mercado “Les Halles de Biarritz”, que aún hoy es lugar excepcional, a pesar de la pasteurización general de todos los mercados occidentales. Desde 1885 ofrece tubérculos o verduras que aún no hay cristiano que encuentre a este lado de la frontera, queserías con mil y una piezas engordantes, panaderías, carnicerías con oficio, además de unos aledaños muy pintorescos plagados de tabernas, cafés, colmados refinados de material de cocina, coquetos hoteles o pastelerías merengonas. El paraíso con mayúsculas del zampón.

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Me voy centrando, tengan fe que ya remato. A dos minutos a pie desde el mercado, caminando hacia las galerías “Lafayette” o el imponente “Hôtel du Palais”, encontrarán un local que pasa totalmente desapercibido. Sobrio, gris, con un pequeño toldo y discretos ventanales, el típico restorán de toda la vida, como los que había antes de tanta tontería supina, donde uno entraba, le atendían, pedía un primero, segundo y postre, jamaba como un coronel, pedía la cuenta y “à la prochaine”. El típico tasco en el que sudan el jornal, sin pretensiones y poca gente en cocina con mucho oficio. En estos tiempos de “pedorrerismo foodie”, es altamente recomendable aparcar las chorradas y sentarse en “Sissinou” en una mesa estrecha para compartir mantel con gente normal que va allá a comer y no a ser vistos.

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La carta es estrecha y todo está magníficamente resuelto, con mucha profesión y manga ancha. Michel Cassou-Debat alias “Sissinou” es el tipo que guisa aquí todos los días, un bearnés curtido en fogones tan grandiosos como Troisgros en Roànne, el parisino Grand Véfour o el marsellés Le Petit Nice, que se lo curra de lo lindo en su pequeño restorán abierto en Biarritz hace ya catorce años, con los pies instalados en lo contemporáneo pero quemándose las pestañas al fuego, no hay duda. Michel resuelve con astucia y seriedad una cocina fina, ligera y sin complicaciones, marcada por la influencia de la gastronomía vasca. A la chita callando y sin montar revuelo se ha convertido en uno de los cocineros con más enjundia de los Pirineos Atlánticos, abriendo hace poco un segundo restaurante en el Museo del Mar de Biarritz.

sissinou_4En “Sissinou” bordan una ensalada de txangurro con una vinagreta de manzana verde, un sencillo pero bien vestido carpaccio de hongos con pesto, viejo parmesano y jamón o un pantagruélico ravioli de foie gras, alcachofas y caldo de cocido. Pero aún hay más, ancas de rana con patas de cerdo tostadas, solomillo con una costra de especias bien rustida y una salsa poderosa de pimienta, mollejas de ternera con cigalas y un jugo de crustáceos que levanta la boina, pichón bien asado y deshuesado como en las grandes casas, pechugas reventonas con jugo de tomillo y patatas aplastadas o un tártaro de carne picado a cuchillo, como en los libros de Curnonsky, con patatas enormes y crujientes fritas en grasa de pato, que serán malísimas para la salud, pero ya saben ustedes que hay que morir con talento.

sissinou_7Como colofón, un plato de quesos o cualquiera de sus postres bien construidos, golosos, llenos de cremas untuosas, hojaldres crujientes y galletas del recopetín. Una comida como las de antes, pero servida hoy, en una Europa agilipollada y endeudada hasta las cartolas pero que aún mantiene bien vivito un símbolo cultural con dos siglos largos ya de historia: el restorán. Y que sea por muchos años. Amén.

SISSINOU
Marechal Foch, 5
Biarritz – Francia
Teléfono: +0033 559 225 150
Email: restaurant.sissinou@wanadoo.fr
Cierra: Domingo, lunes y noviembre

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito-Sport
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PVP MEDIO: 55 €

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Zapirain

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Con licencia de Carpanta.

Magnífico restorán de comida marinera de génesis lekeitiarra.

Si cargan ustedes años en la mochila y peinan canas en los huevos, seguro que recuerdan un mundo más tranquilo en el que sólo teníamos dos canales de televisión, no existían los suplementos dominicales y en el restorán la comida aterrizaba en enormes bandejas, ¡qué tiempos, Conchita! De tal forma, ya en la mesa, los manjares se distribuían en los platos como buenamente se podía, con esa maravillosa coletilla del “que reparte se lleva la mejor parte”.

En las casas aún perdura esa costumbre, bastión de la civilización occidental, que consiste en servirse directamente del puchero y dejarlo luego sobre la mesa para poder untar y ponerse hasta el gollete, lo que en el campo llaman cucharón y paso atrás. En las tascas de antaño sacaban la sopera de paseo por si el comensal quería ponerse morado, e incluso -me tiembla la tanga de leopardo al recordarlo- existía un título específico para aquél que culminaba la receta ante tus mismísimas narices: cocinero caravista. Él, y sólo él, era quien, con paso pontificio, trinchaba, retiraba espinas o prendía en llamas la tortilla Alaska antes de repartir las raciones en cada plato, ¡vivan Fofó, Miliki y Fofito!

La cocina del siglo XXI está milimétricamente planificada y sus platos se pintarrajean con escuadra, cartabón y balanza de precisión. Aunque sea para bien, a veces le entran a uno arrebatos de asilvestrado del mismísimo Borneo y desearía tener a su disposición la fuente entera para repetir y rebañar como un poseso. Pero cierto es que quedan pocos sitios donde permitirse esas licencias de Carpanta y por eso es tan beatífica la visita que hoy les propongo hasta el Zapirain bilbaíno.

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Merece un monumento un lugar en el que traen hasta tu mesa un rodaballo asado entero, lo trinchan y te dejan bien cerquita los restos del desastre para que los rechupetees como un condenado a muerte. Aunque tan sólo lleve abierto dos años, en el mismo centro de la capital bilbaína, el Zapirain es heredero de una tradición culinaria de más de medio siglo, nacida en el mismísimo Lekeitio. Allá fundó Jerónimo Zapirain su restorán en 1960, reputado por su fantástica cocina marinera y marcado por el máximo respeto a la materia prima. El de Bilbao, mantiene la misma esencia de aquel entrañable local, aunque el traslado renovó los aires del viejo comedor, convertido en un estupendo espacio, elegante y sencillo.

zapiain_3El timón lo llevan Amaia Zapirain, hija pequeña de Jerónimo, y Jesús María Loitegi “Toti”, que se esmeran y se dejan el pellejo en el negocio con las mismas ganas que sus predecesores del local lekeitiarra: producto del copón, producto del copón y más producto del copón de la baraja. El mejor pescado del Cantábrico y aledaños, recién traído de la lonja y preparado por dos titanes de la cocina, Fernando Marina y Aitor Sáez. Rodaballos, besugos, cogotes de merluza, lubinas, meros, salmonetes, rapes… un festín marino acompañado de nécoras, percebes, quisquillón, gambas o almejas a la plancha tan grandes como el puño de Mazinger Z o en una salsa verde que es un empezar y no parar.

Como entrante y para calentar el estómago, pidan ustedes el plato insignia de la casa, la sopa de pescado. Espesa, soberbia y con tropezones. Igual sufren tal enamoramiento que únicamente quieren comer esa sopa hasta que les asalte la muerte el día de mañana, pero si les queda hueco prueben el foie gras casero, la ensalada de bogavante, las verduras de temporada, el risotto cremoso con huevas de erizo de mar y el lomo de merluza a la plancha con salsa negra de chipirón, que es un plato de manual de estilo de los años ochenta, cuando David Bowie calzaba botos de cuero y cantaba con faldas y a lo loco. Los postres son de bandera, como la tarta de arroz, elaborada con la misma receta de casa de la madre de Amaia, la de Lekeitio, o una sabrosa tarta de queso o un arroz con leche que vale un Potosí.

El local es elegantoso, luminoso y modernoso sin caer en la terrorífica horterada habitual de los que mudan el pellejo y de repente montan el palacete de los horrores. No es el caso, afortunadamente. La misma sensación de rica sencillez que transmite su cocina, donde es el material de la nevera el que brilla con luz propia, gracias a elaboraciones curradas en el tiempo, mucha experiencia y un servicio con vocación de agradar al respetable, que no es moco de pavo. Derrochan tradición y saber hacer por los cuatro costados, y allí podrán encontrar lo que están buscando, no lo duden.

Después de dejar mondos los huesos, desnudas las espinas, de sorber los cabezones asados del pescado y de chuparse el esmalte de las uñas, todavía tendrán oportunidad de pimplarse un combinado o de apurar la botella de vino en sus cómodas butacas, disfrutando de un lugar en el que uno se siente cliente de toda la vida, ¡qué gusto, oigan!

Zapirain
C/ Juan de Ajuriaguerra, 22
48.009 Bilbao
Teléfono: 944 055 273
Web: www.zapirain.es
Email: zapirain@zapirain.es
Cierra: Domingos y Lunes por la noche

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia/ Negocios
PVP MEDIO: 60 €

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Elosta

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Sabia fusión.

Explosión, sabor y calidad, como bandera de un local de pescado y producto marinero.

África ya no empieza en los Pirineos, ¡aleluya!, se lo dice este listo con acento en la ese que aquí escribe, pues uno vive atento a las señales que nos envía el progreso. Casi todos tenemos teléfono portátil con el “internete” pegado al pulgar, usamos palabros en inglés como si tal cosa o aún peor, compramos sushi en cualquier supermercado de barrio. Estos tres hechos empíricos deberían usarse en la ONU como baremo del nivel de bienestar occidental y no otras mandangas de medición al uso. Sobre todo lo de los paqueticos de sushi, porque seguro que la primera vez que los vieron en los lineales, pilotando un carrito, les daría un perrenque de orgullo y satisfacción, “Maricruz, fíjate, la modernidad ya ha llegado”, y fíjense cómo anda hoy el mundo que casi nada nos sorprende y lo “japo” es tan normal como una croqueta congelada.

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En 1943, cuando todo el país hacía “cola” con la cartilla de racionamiento, soñando con pollos, garbanzos y berzas, doña María Mestayer, honorífica marquesa de Parabere, hablaba en su libro “Historia de la Gastronomía” de la cocina japonesa como el no va más del exotismo. En una impagable muestra de sabiduría hablaba así del sasimi (sic), “¿Saben ustedes lo que es el sasimi? Pues sencillamente, el manjar cumbre de la cocina nipona: un pescado “crudo”. No sé por qué os sorprende tanto el que se ingiera pescado crudo cuando nosotros lo hacemos con las ostras y las almejas”.

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Imagino que en aquel tiempo de “Carpantas” que soñaban con asado y pan blanco, la idea de comer pescado crudo con arroz hervido debía de sonar extraña y muy poco apetecible, pues el hambre campaba a sus anchas, “menos sasimi y más salchichón, señora marquesa”, pensaría la gente. Por gracia o desgracia, no lo tenemos claro, la rúe del Percebe ha cambiado su paisaje y en los bajos del número 13 hace tiempo que inauguraron una taquería, una pastelería vegana o un sushi-bar. Y en la confluencia del Paseo de Colón y la Zurriola donostiarra, donde antes hubo una taberna clásica, podemos entrar hoy en un restorán del mismo nombre pero con distinta bandera, el Elosta.

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Abierto desde verano de 2013, ofrece cocina de fusión con sentido común y sabrosura, mezclando elementos de la gastronomía vasca, japonesa y peruana, que así, en frío, suena a “pereza total”. Pero más allá de las etiquetas, es un local de pescado y producto marinero fresco y ofertado de distintas maneras, adecuadas a las tradiciones de lugares lejanos o cercanos, ya saben, en cocina también existe lo del “color del cristal con que se mira”. Explosión, sabor y calidad son las normas básicas que el Elosta procura seguir a rajatabla para sorprender a su amable clientela.

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Mikel López, dueño y jefe de cocina del garito, está bregado en mil comandas a lo largo y ancho de la piel de toro. No le hizo falta subir al monte Fuji ni atravesar el lago Titicaca para saber que con inquietud y un paladar curioso se puede guisar con arrojo, combinando ingredientes y técnicas exóticas con el saber hacer local, articulando de tal forma los platillos de su tasco. Como reza el nombre del establecimiento, es un “Restaurant & Sushi Bar”, que divide su espacio entre un restorán con la cocina vasca como bandera y la fusión como aderezo, y un sushi bar donde zamparse de forma más informal algunas recetillas clásicas niponas, gunkan, sashimis o makis hechos al momento, alternando en armonía con tiraditos y ceviches. Atómico, por cierto, el tiradito de atún con leche de coco y togarashi o recetas más cercanas como el bacalao confitado con ajo negro, almendras y algas, el pedazo de carne de vaca con papas arrugadas y mojo o la tarta de queso con dulce de leche y helado de pistacho.

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Su cocina ecléctica y sin prejuicios atrae tanto a los expertos de la cocina atrevida como a principiantes que quieren probar algo nuevo y terminan convertidos a la nueva religión del “ñampazampa”. El público del Elosta es fiel y mayoritariamente local, incluso durante la invasión turística del verano “chancletero”, así que teniendo en cuenta lo sibaritas que son los donostiarras en estas lides, es todo un halago y asunto muy a favor del garito.
El ambiente es cálido y agradable, elegido por Sofía Córdova, dueña y señora tanto de la sala como del chef, ya saben cómo se las gastan las vascas. Con una decoración de viejo aire industrial, el ambiente invita a sentarse en su comedor o en el confortable y gastado sofá chester, que tanto gusta a los más “sofistipijis”.  Allí podrán gozar como marranos con las especialidades niponas del sushi bar y hacer la digestión, puestos a remojo con sus cócteles de sake o la apetecible lista de gin-tonics que preparan con coscorros gordos de hielo.

La carta está llena de alternativas como el tataki de atún y ajoblanco, las vieiras asadas con carabinero o la torrija con helado de sésamo. También cuentan con un menú del día a precio de risa -primero, segundo, postre, bebida y pan-, con platos como las alcachofas salteadas con patata y aceite de olivas negras, sopa miso con tofu, wakame y setas “shitake” o suculentos pescados del día. Por once eurillos podrán ustedes montarse un plato cambalache, incluyendo ocho piezas de sushi y postre.

elosta_7ELOSTA Restaurant & Sushi Bar
Paseo Colón, 41
Donostia – San Sebastián
Teléfono: 843 63 03 25
Web: www.elostarestaurante.com
Email: elostarestaurante@gmail.com
Cerrado: Domingo noche, lunes todo el día y martes noche

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PVP MEDIO: Menú del día 14 €, Carta 30 €

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Santceloni

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Venite ad me omnes qui stomacho laboratis et ego restaurabo vos.

La cocina de Óscar Velasco es pantagruélica, olorosa y voluptuosa.

Santi Santamaría, pedazo de cocinero, supo plantar cara a la vida y a su oficio a través de la escritura y la cazuela. Llegó a la cima más alta sin caer nunca en la tontería de la cocina impostada y vacua, echando horas y sudando la gota gorda, rascando el culo de las ollas, fue guerrillero tupamaro que se batió el cobre contra una horda de polémicas chusqueras. Cometió la puñeta imperdonable de morir muy joven, como una especie de James Dean, pero del Montseny.

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Él dijo que “el chef es, o debe ser, quien se responsabilice de la calidad de lo que come el comensal, entendiendo que todo restorán es obra de un equipo. Por eso la función primordial del cocinero es velar por la buena formación y el óptimo funcionamiento de dicho equipo: mejor que saber cortar la cebolla, y mucho más efectivo, es transmitir la importancia de cortar adecuadamente con los cuchillos, inculcar el respeto a los maestros del oficio y enseñar a ser generoso en el servicio a los clientes”.

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De su valía como maestro de guisanderos es prueba el éxito que sigue cosechando uno de sus discípulos más destacados, Óscar Velasco, al que Santi puso al frente de su sucursal en Madrid. Santceloni, abierto en la capital en el año 2001, fue un proyecto personal de Santamaría y por eso le dio el nombre de su pueblo natal, pero como buen profesor puso las riendas en manos de un alumno aventajado.

Catorce años después, Óscar Velasco puede presumir de sus estrellas Michelin y de ser uno de los mejores cocineros de la Villa y Corte. Amparado hasta 2011 bajo el paraguas bonachón de Santi y la tranquilidad que transmitía, su repentina desaparición le hizo apretarse los calzones y enfrentarse a la responsabilidad de llevar las riendas del fogón poniendo en práctica las consignas del maestro.

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Desde entonces y con la ayuda en sala de dos titanes, Abel Valverde y David Robledo, comandan el Santceloni convertidos en un equipo sólido que funciona con la precisión de un cronógrafo suizo. El poso de Santamaría se sigue notando en la elección del producto, la supremacía del sabor y una contemporaneidad bien entendida que emplea nuevas técnicas para mejorar la tradición y proyectarla hacia el futuro.

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En Santceloni, la cesta de la compra es la protagonista de unos platillos imaginados para poner en valor el esfuerzo de los productores de la casa. El gusto es sólo uno de los factores de la experiencia, que se completa con el magnífico servicio de sala y la oferta de vinos y cigarros puros. Velasco & Co., siguen así la estela del sheriff, viviendo el restorán como un conjunto de experiencias gozosas y no como una lista cantada de recetas en un ambiente monacal, que es en lo que se convirtieron algunos restoranes contemporáneos, lugares de recogimiento en los que se comparte oración con acelgas, achicorias y trazos de semillas mucilaginosas.

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Sin necesidad de tener la última tecnología entre manos ni de asombrar a la prensa o a la clientela con técnicas que rizan los pelos de la zanfoña, en Santceloni se goza hasta el infinito con platos como la caballa con coliflor, jalea de manzana y puré de limón y remolacha, los raviolis de ricota ahumada con caviar, la butifarra de cerdo ibérico con puerro y manzana, las cigalas a la plancha con papa canaria y azafrán o los salmonetes con huevos estrellados, migas y aceite de pimentón, entre otras golosinas de flipar en cinemascope. Un desfile de sabores en el que la creatividad está puesta al servicio del gusto y no de la innovación tecnológica baladí, ya saben, ¿eres moderneta?, ¡pues súbete la bragueta!

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La tabla de quesos merece capítulo aparte, verdadero despropósito, es un festival de la leche que no tiene parangón en España, con más de setenta joyas que hacen salivar como a un perro mastín pirenaico. ¡Todo un despelote!, les aconsejo que antes del dulce se aprieten un jarrete con puré, una paloma asada al momento o un besugo a la espalda con cebolletas asadas y vino tinto de quitar el sentido.

La comida, pantagruélica, olorosa y voluptuosa, llega a su fin con unos dulces delicados, zanahoria granizada con lima, eneldo, avena y jengibre, o el preferido de los más glotones, la crema de café cuajada con mousse de chocolate cocida. Podrán comer a la carta como personas civilizadas o elegir entre los distintos menús, el gastronómico, uno especial pringado de trufas o el gran menú, un despiporre personalizado al gusto de cada comensal.

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Óscar Velasco apunta maneras de caimán de los fogones, sudando la gota gorda para mantener al Santceloni en el nivel en el que está, bien alto, sin dejar de ser exigente y aspirar a mucho más. Santi estará orgulloso de ver que su legado aún brilla en pleno centro del Paseo de la Castellana. Recordémoslo: “soy un rústico sofisticado, con querencia por la casquería, más amigo de comer que de cocinar, aunque cocine para comer. Si pudiera, viviría del cuento, tumbado a la bartola, comiendo uvas moscatel, higos y tajadas de melón con un vino fresco de Burdeos o del Mosela, leyendo a Baudelaire, Shakespeare, san Agustín o Platón. Pero, hoy en día, me siento privilegiado por trabajar en algo que me gusta cuando a tanta gente le gustaría tener algo en que trabajar”.

sant-celedoni_9SANTCELONI
Paseo de la Castellana, 57 (junto al Hotel Hesperia Madrid)
28.046 Madrid
Teléfono: 91 210 88 40
Web: http://www.restaurantesantceloni.com/
Email: santceloni@nh-hotels.com
Horario de cocina: 14:00 a 16:00 h y de 21:00 a 23:00 h
Cerrado: sábados al mediodía, domingos y festivos todo el día. Agosto y Semana Santa

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO 150-180 €

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Tsi Tao

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Cocinan sabroso y ardiente.

Comida china, vietnamita, tailandesa o japonesa muy currada y bien resuelta.

Hubo un tiempo en que los gastrónomos sabios llegaban a la estación del Norte de San Sebastián para peregrinar con fervor y recogimiento a un punto concreto de la ciudad, una manzana de casas que encerraba tres altares de la cocina llenos de pecadores impenitentes, venidos de lugares recónditos para disfrutar como cochinos en el barro. Pero con clase, eso sí. Porque el bloque entre la calle Aldamar y el Paseo de Salamanca prometía placeres cuasi carnales en un ambiente regido por el saber estar y las servilletas de hilo fino.

Allí estaban Casa Nicolasa, Urepel y Panier Fleuri, templos de la salsa y el plato rebañado con meñique levantado, que fueron cayendo uno a uno como los negritos de la novela de Agatha Christie, a manos no de un mayordomo, sino del cansancio de sus propietarios.

José Juan Castillo, de Nicolasa, se jubiló en 2011. Estrella, viuda de Tomás Almandoz, fundador del Urepel, echaba la persiana también en 2012. Y antes que ellos chapó el garito la gran Tatus Fombellida, alma del Panier Fleuri donostiarra y antes del homónimo de Rentería. Fue reina del cotarro gastronómico y primera dama de la nueva cocina vasca, la que moderaba las discusiones entre tanto hombre resabiado y vanguardista.

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En 2002 Tatus decidió cerrar el clásico Panier por razones de salud, y San Sebastián se quedó un poco huérfano. En la década que ha transcurrido desde entonces cerraron otros muchos restoranes, pero seguramente ninguno de ellos marcó nuestra memoria como el triunvirato glotón antes mencionado, lugares donde el servicio de sala era tan exquisito como los platos que servían, con comedores llenos de personajes trajeados que trataban asuntos de estado al calor de un buen vino y clientes locales que ahorraban todo el año para permitirse una cuchipanda épica.

Los tiempos han cambiado un potosí y nuestro modo de acercarnos a la gastronomía también, ahora es más directa, aquí te pillo y aquí te mato. Donde antes se trataba de usted, ahora se tutea sin miramientos, y si antes se planeaba durante meses una visita al restorán, hoy en día hacemos incursiones rápidas en busca de satisfacción instantánea.

Sin duda algunos tiempos pasados fueron mejores, pero no todos. Tatus Fombellida, que está como una rosa y disfruta de su merecida jubilación, estará de acuerdo en que el mercado ha cambiado y las propuestas gastronómicas actuales deben adaptarse a la clientela, que es la que paga, manda y ordena. Y en el lugar de antiguas glorias clásicas como el Panier Fleuri ahora se encuentran establecimientos radicalmente distintos como el oriental Tsi Tao.

Aún se puede ver el esqueleto del viejo comedor en este restorán asiático, siempre eficaz y de calidad solvente. A buen seguro hubo quien se rasgó las vestiduras cuando abrió sus puertas en el local del Panier en 2006, pero qué quieren que les diga, es mejor un desconocido honesto que un mal imitador.

El Tsi Tao fue uno de los primeros asiáticos de San Sebastián, cuando no había la fiebre de sushis y gyozas que campan hoy a sus anchas por la ciudad. Sirven una comida sabrosa y bien resuelta, de origen mayormente hongkonés pero también con ramalazos vietnamitas, tailandeses o japoneses. El dueño, Pomen Jin, conoce bien los gustos de los donostiarras y renueva la carta a menudo, manteniendo especialidades como el solomillo salteado con brócoli y empapado en soja o el arroz cocinado en hoja de loto.

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Algunos de los timbres de gloria del Tsi Tao son los dim-sum caseros de cerdo y setas shitake, pollo con trufa, gambas y vieiras, pato con foie gras o langostinos y huevas de pez volador, el tataki de atún sobre puré trufado, los langostinos con sésamo y salsa de tamarindo, el pollo picante tsi tao o un magnífico pato crujiente desmenuzado que hace las delicias de su fiel clientela, gente joven en su mayoría pero también caseros que bajan a la ciudad y sorprendentemente, tienen este local oriental entre su lista de imprescindibles capitalinos. ¡Ah!, si les mola el picante, no lo duden, anúncienlo a los cuatro vientos y en cocina estarán encantados de calentarles todo lo que guisen al fuego o acercarles hasta la mesa la salsa picante “secreta” marca de la casa, pura dinamita.

Rematen con alguno de sus postres caprichosos, pequeñas pinceladas que dejan buen sabor de boca, como la piña con helado de coco, las bolitas rellenas de sésamo negro, los rollitos de chocolate y plátano o el sorbete de limón y lichis con rosas.

Los nueve años de trayectoria del Tsi Tao le han convertido en el “asiático de confianza” de muchos donostiarras, ganándose el derecho “moral” de ocupar ese local mítico del Paseo de Salamanca, en el que no hace tanto tiempo se trinchaban en sala lenguados “a la Florentina”, se zampaban crêpes “Suzette” y se fumaban cigarros habanos gruesos como estacas.

Tsi Tao
Paseo de Salamanca, 1
Donostia-San Sebastián
Teléfono: 943 42 42 05
Web: www.tsitao.com
Email: info@tsitao.com
De lunes a domingo de 13:00 a 16:00 h, y de 20:30 a 24:00 h

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Chinolis
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO Menú del día 14 €; Carta 35 €

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Horcher

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¡Viva Prusia!

Desde 1943 mantienen vivas las recetas heredadas del imperio austrohúngaro.

Cosas que hacer al menos una vez en la vida: bañarse en bolas en el mar, darse un magreo guapo con un viejo amor de adolescencia, mamarse con una desconocida, cuajar tu solito una tortilla de patatas, montar en moto una noche de verano, y lo de escribir un libro, plantar un árbol o tener un hijo, si se tercia, pues también pero no se me vuelvan locos. Y vayan a Horcher, no lo duden.

horcher_7Al Horcher no se va a comer, ni a cenar, se va para ir a Horcher y punto pelota. A tener una experiencia vital, que diría Paulo Coelho en uno de sus libros repipis de autoayuda. A beber como un ministro, comer como un rey y a que te traten como a un emperador romano. Visitar este restorán madrileño es una vivencia como de peli alemana en blanco y negro de entreguerras. Sentado a la mesa del Horcher uno espera encontrarse en cualquier momento al mariscal Hindenburg mirando esos muslos de becada jugosa que tenía Marlene Dietrich.

Gente como aquella poblaba el Horcher originario, abierto en la capital alemana en 1904 y considerado uno de los mejores templos europeos de principios del siglo XX. Otto Horcher, hijo del fundador, supo cómo triunfar en tiempos convulsos, montando todo un emporio gastronómico con sucursales en Viena, Londres, Oslo o Riga. Durante la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial llegó a responsabilizarse de la gerencia del mítico Maxim´s, y cuando las cosas se pusieron feas en Berlín, fletó un tren lleno de ollas, vajillas y utensilios con destino a Madrid. Allí, frente al parque del Retiro, se inauguró el último Horcher en 1943.

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Por si todo esto no fuera suficiente a Horcher siempre le ha acompañado una leyenda muy literaria, pues dicen que durante sus primeros años en España el restorán fue el punto de reunión de los espías alemanes, mientras que el Embassy lo era de los informadores aliados. Operaciones secretas aparte, Otto Horcher se ganó la confianza de lo más granado de la sociedad madrileña gracias a sus platos de caza, su cubertería de plata y su atención exquisita.

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horcher_6Desde entonces y ya entrado en los “dosmiles”, este lugar renovado una y mil veces sigue siendo un referente del buen comer y sigue postrando de rodillas a los gastrónomos clásicos. Vale la pena lucir chaqueta y corbata preceptivas para entrar en este templo de la cocina que ha sabido unir la mejor tradición culinaria centroeuropea con los ingredientes patrios. En ningún otro sitio les van a poner a ustedes ni un cojín bajo los pies -atención reservada a las afortunadas damiselas, ¡ay!-, ni les van a estrujar en la prensa una perdiz hasta la última gota de su esencia junto a la mesa. Éste es un espectáculo que hay que observar con recogimiento: cómo finalizan los platillos a la vista del comensal, lo mismo un ave que el consomé don Víctor, que atesora el jugo de un solomillo en cada taza, o las crèpes suzette, flambeadas tan de cerca que casi hay que apartarse para no acabar con las pestañas chamuscadas.

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horcher_8Estas preparaciones en vías de extinción suceden todos los días, mañana y noche en el Horcher, como un ritual que mantiene vivas las buenas costumbres heredadas del imperio austrohúngaro, ¡viva Prusia! Pero no se queden ustedes con la anécdota: lo importante es que aquí se come bien y en abundancia, como corresponde a un restorán especializado en carnes de caza. La becada asada, el stroganoff de corzo o el civet de liebre les harán olvidar la apretura de la corbata al cuello, así como los arenques a la crema con Kartoffelpuffer, unas muy germanas tortitas de patata, el rodaballo “grillé” o el ragú de lenguado y carabineros.

La comida, empezada quizás con una ensalada de colas de cangrejo y berros, unos huevos escalfados con muselina y salmón o un pellizco de caviar, que para algo estamos donde estamos y nos vestimos de pimpollos, debe terminar con una de las especialidades de Horcher, el Baumkuchen. Este “pastel de árbol”, así llamado por su apariencia de sección de madera con anillos concéntricos, es un postre de elaboración épica y aspecto superlativo. Una columna de casi un metro de altura que acaba en la boca como un bizcocho dulce de textura aérea, por el que valdría la pena invadir Polonia y lo que fuera. Aterriza en la mesa con su helado y su salsa de chocolate, nobleza obliga.

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No se dejen intimidar por las normas de vestimenta ni por la decoración palaciega, así que dense una buena fregada, vayan a la peluquería, desempolven el bombín y cálcense un buen traje y una estupenda corbata. El Horcher es un refugio para clásicos pero también para espías, rufianes, golfas, señores, pendejos, tordas, peperos, puteros, podemos, comunistas bermellones y sobre todo para gente de buen saque y paladar fino filipino. No lo duden y viajen, aunque sea solamente una vez en la vida, a través de este maravilloso túnel del tiempo, acomodados en sus butacas de terciopelo rojo carmesí.

horcher_9Horcher
Calle de Alfonso XII, 6
28.014 Madrid
Teléfono: 91 522 07 31
Web: www.restaurantehorcher.com
Email: horcher@restaurantehorcher.com
Cerrado sábados mediodía, domingos y el mes de Agosto.

 

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / En pareja / Negocios
PRECIO 100 €

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Les Jardins de Bakea

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La cocina vasco-francesa vive y colea.

La vieja escuela de “Chez François” puesta al día con imaginación y creatividad.

Siendo muy crío bebíamos leche de caserío y agua de la fuente, como en los libros de Charles Dickens, y para eso mi padre nos subía a bordo de un Seat azul relámpago y nos llevaba hasta un establo en Irún, en la misma rivera del Bidasoa. Allí la “Inaxi” nos regalaba caramelos de piñones y mientras ordeñaba las vacas, tomábamos caldo, comíamos txistorra y perseguíamos a las gallinas, todo muy bucólico y pastoril.

Si levantabas la vista hacia lo alto, justo al otro lado del río divisabas Biriatou, un balcón sobre una loma desde el que Unamuno suspiró mientras vivió en el exilio y lugar soñado por Jorge Semprún para descansar después de su muerte y reconciliar las contradicciones de su doble identidad española y francesa. Cosas de la guerra y el desastre. En fin, a lo que íbamos. En el mismo centro de Biriatou se construyó la leyenda de un restorán magnífico que ya por entonces era lugar de peregrinación de zampones venidos de muy lejos. No podemos olvidar que si hoy presumimos de modernos y nos hemos vuelto muy listos en las cosas del comer es por asuntos tan obvios como nuestra cercanía a lo francés, a sus mercados, a su cesta de la compra, a sus recetarios, a sus emisiones televisivas, a sus quesos, a sus yogures, a sus chefs y a su manera tan personal de entender la vida a través de la comida. Sí, amigos, nuestros vecinos galos fueron modernos antes que nosotros y cuando en los reputados restoranes patrios se servían menús turísticos y melón con jamón, allá en Biriatou y en otros tantos miles de tascos desperdigados por toda Francia estaba ya en marcha una revolución de la de dios es cristo.

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Los cimientos de la fama culinaria de Biriatou los levantó Claude François, un tipo girondino con aspecto de “chef Gusteau” de la película “Ratatouille” que empezó su aventura en el fogón con quince años, aprendiendo el oficio en “Fins Gourmets” de Dax, donde se empapó de los rudimentos del fogón de la mano de su maestro Lapoyalère. En octubre de 1947 subió a París en busca de gloria y salvoconducto obligado para un joven cocinetas de provincias audaz y con apetito de victoria, trabajando en el Hotel Continental a los órdenes de su siguiente patrón, el chef Ott, ascendiendo en mérito para convertirse unos meses más tarde ya en aprendiz de cuarto frío del Hotel George V, dirigido entonces por el disciplinado chef Beloeil. Cuatro años más tarde, después de quemarse las pestañas y sudar la chaquetilla guisando la cocina francesa más “chic” de la época, volvió a casa y pilotó por un tiempo como jefe de partida en el Hotel du Parc de Hossegor, abriendo en 1958 su propio negocio, “Chez François”, en la hermosa playa de Hendaya. El 13 de junio de 1960 hace las maletas de nuevo y se traslada a cuatro kilómetros del mar, inaugurando el Hotel Bakea de Biriatou donde la guía Michelin le concederá en 1970 una estrella que conservará durante veinte años. Así es la vida. Mientras yo comía embutido en el caserío de la “Inaxi”, aquel fenómeno francés ofrecía en su carta del otro lado del río virguerías como la terrina de foie gras -en España por entonces el pato más conocido se llamaba Donald-, el bogavante asado al estragón, el rodaballo con espinacas, el foie gras caliente con uvas, la pularda al Oporto y la cazuela de pato al vinagre. ¡Para alucinar en cinemascope!

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Hoy, junto al viejo restorán desde cuya terraza Semprún contemplaba España, se levantan los nuevos jardines de Bakea, herederos de toda aquella grandeza de antaño. Siguen atendiendo a la antigua usanza, en un comedor en el que se respira el perfume del pasado y en una carta que bebe del formulario de la vieja escuela, eso sí, puesta al día con imaginación y creatividad.

Hoy es el chef Eric Duval, bregado en distintas cocinas hoteleras de Francia e Inglaterra, quien dirige el cotarro con la ayuda de su mujer Corine, ofreciendo hospedaje y alimento a los apátridas que recalan en el pueblo. Sentados a su mesa, ya sea en la terraza a la sombra de los plátanos o en el interior del comedor, podremos disfrutar clásicos recuperados de la cocina gala, platillos tradicionales pasados por el filtro del siglo XXI, más ligeros que antaño pero con el mismo carácter fronterizo: los pimientos del piquillo rellenos de chipirones y el queso vasco de oveja alternan alegremente con el bogavante azul asado al estragón, las ostras gratinadas al champagne o el foie gras fresco de las hermanas Tatin con salsa agridulce.

En Bakea miman al cliente con productos locales de temporada, sabores delicados y presentaciones cuidadas dejando las pretensiones a un lado. En época de caza tienen ciervo, liebre, pichones y codornices, y ahora que empieza el buen tiempo y los turistas llenan el aparcamiento, vieiras asadas, cordero de leche del país con patatas gratinadas, corvina con mantequilla de hinojo y espárragos blancos de las Landas con salsa muselina. Los postres se piden por adelantado, anticipando el momento más suculento de la comida. La carta incluye opciones clásicas como los crêpes Suzette o la tarta Tatin de manzana y dulces de estilo más depurado como el soufflé al aguardiente de frambuesa o el macaron de pomelo con crema de agua de rosas.

Una comida sobresaliente con raíces a ambos lados del Bidasoa para culminar un día de incursión fronteriza y celebrar que desde su terraza ya no se divisan dos países tan distintos. ¡Voilà!

Les Jardins de Bakea
Chemin Herri-Alde, 1134
Biriatou 64.700 Francia
Teléfono: +33 5 59 20 02 01
Web: www.bakea.fr
Email: contact@bakea.fr
Cerrado: Lunes y martes de noviembre a marzo, resto del año cerrado lunes y martes al mediodía.

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito-Sport
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PVP MEDIO: a la carta 50 €. Menú especial 73 €, menú de temporada 52 €, business lunch de miércoles a sábado 28 €.

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Sidra Maeloc

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Sidra Maeloc

O de una sidra bien rica.

Los de Maeloc se lo han sabido montar, las cosas como son, vistiendo sus botellas con mucha chispa y vendiendo la sidra como una bebida fiel a sus raíces pero que también se moderniza, ¡equilicuá!

Son casi la única empresa gallega que se dedica a la elaboración de sidra, presente también por cierto en el mercado con otras bebidas plenamente estivales como son el tinto de verano y la sangría.

La empresa centra su jugada apostando por la sidra en algunos principios básicos para ellos impepinables: la historia consiste en mantener un estrecho vínculo con la tierra de la que procede, potenciando el valor de la zona de Chantada, en Lugo, como tradicional productora de manzana sidrera de calidad.

Además también echan el resto por la agricultura ecológica, excluyendo el uso de productos químicos. Así que al final lo que uno se lleva al gaznate es el resultado de la fermentación del mosto fresco a partir de manzana 100% galega y el bebercio sale bien rico.

Las primeras sidras de la casa en salir al mercado fueron la natural, la seca y la dulce, después les siguieron la extra ecológica y en 2013 decidieron extender su gama con innovaciones en formatos y sabores, así es que vimos por primera en las estanterías sidras con regusto a pera, mora y fresas, ¡ya ven ustedes, cosas de los tiempos modernos que diría aquél! Aunque cada una tiene sus peculiaridades, en general, son sidras limpias y equilibradas, de sabores francos, con mucha carga frutal y estupenda sensación de acidez.

En las de fruta –fresa, pera o mora-, mola el totum revolutum que se monta en la boca entre la chispa de la sidra y el carácter del zumo.

¡Sidras distintas, divertidas, para darles matarile este verano cuando el achicharre sea de justicia!

Custom Drinks
Pol. Ind. Os Acibros, parc. C1
Chantada 27.500 Lugo
Teléfono: (34) 982 441 392
Pagina Web: http://www.maelocway.com
Email: contacto@maelocway.com
PVP: De 2,49 € a 2,99 €

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The Loaf

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O del imperio de la miga.

Si adoran a Odín y a Thor, no lo duden, en este garito encontrarán su nueva religión.

Esta singular panadería empezó su andadura, hace ya algunos años, alojada en un contenedor industrial frente a la estación donostiarra del Norte, lo que supuso una verdadera revolución panadera en la ciudad. Los amigos Yarza y Lepard tomaron los mandos de los hornos gracias a la impagable audacia e inconsciencia de un colectivo empresarial denominado La Salsera, formado por unos jovenzuelos “sires” y “marqueses” que en los últimos años han desarrollado una particular forma de guerrilla, trabajando y entusiasmando a su estimable clientela desde distintos puntos de la ciudad y, cómo no, desde el “internete” de marras, herramienta que dominan con creces ofreciendo todo tipo de anzuelos para que todos caigamos en sus garras. Algunas veces las trampas que colocan toman forma de picnics y conciertos, otras, de latas de conserva o sacos de naranjas y más a menudo aún referencian sin pudor el universo goloso de la miga y la corteza. Empezaron montando cursos para aprender a hacer pan, siguieron con el tema editando en español el libro “Hecho a mano” del maestro panarra Dan Lepard, y en el verano de 2012 montaron aquella efímera panadería de trinchera y barracón al lado del Urumea.

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Después de aquel experimento con gaseosa, decidieron abrir como extensión natural una panadería permanente en la que vender buen pan artesano a precio apto para bolsillos de entre semana. En la agitada avenida de la Zurriola está la sucursal definitiva de “The Loaf”, una panadería desconcertante en la que el obrador ocupa el espacio protagonista de unas enormes cristaleras con vistas al Cantábrico, para deleite de viandantes cotillas. El resto de dependencias se destinan a escuela, despacho de pan, café, bollería de toda suerte y condición y un bistró sui géneris alojado en la planta baja.

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No esperen encontrar el clásico despacho de barras de pan, ¡no! Para empezar el establecimiento no bebe de las fuentes clásicas de acondicionamiento panadero “a la vasca”, lo que significa que en vez de un totum revolutum en el que se dispensa desde un donut hasta un morenito, refrescos, yogures, polos de fresa o una piruleta, aquí lo que encontrarán es miga colocada en estantes o para que me entiendan mejor, la desnudez de un garito en el que uno no sabe si molesta por verse de repente en mitad de un obrador con cara de póker. No hay más que pan, de todas las formas y tamaños y recién salido del horno, con un bonus track diario de especialidades que hay que acaparar por si nunca más vuelven a aparecer en sus estantes, vaya usté a saber: empanadas de rellenos imposibles, focaccias de tamaño mastodóntico, hogazas de migas negras y gelatinosas, panes de molde de rebanadas que no entran en las tostadoras convencionales, galletas, rosquillas esponjosas, carrots-cakes y demás enseres útiles de bollería y panadería que le ponen a uno nervioso cual adolescente con espinillas. Sin ir más lejos, yo mismo, que escondo un yonki-gordo en mis entrañas, suelo pasar por delante con el auto, lo detengo y tras reflexionar unos minutos sobre la escasa conveniencia de bajarme y caer rendido a la tentación, pongo pies en polvorosa acelerando el auto como arma cargada por el diablo.

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Para desgracia de glotones sufridores y mayor regocijo de nutricionistas necesitados de lorzas ajenas, la propiedad ha tenido a bien abrir un bistró en los bajos del lupanar de la miga. Un espacio con comida sencilla, barata, rápida y sobre todo diferente, que necesitaba un cocinero internacional y sin escrúpulos, capaz de perpetrar aquello que los salseros buscaban y no encontraban en San Sebastián. Localizaron a su muso en Michael Broadbent, pirata canadiense de pasaporte irlandés que maneja las riendas del menú ayudado por un cocinero local reconvertido en oficiante de kimchis y otras fórmulas tan exóticas como sabrosas.

Para terminar de darle estilo “underground” y transgresor, para pasar al comedor hay que atravesar la tienda y bajar escaleras, donde esperan mesas, taburetes, una barra estrecha con algunos libros de cocina, una caja registradora y dos grifos de cerveza muy buena, por lo que la humanidad ya está salvada. Y el resto, muy curioso, un papelote-carta presentado como si fuera un inventario grapado de un almacén de grano de Massachusets y una docena de golosinas a cada cual más divina y engordante, con deriva anglosajona, centroeuropea, asiática y lo que caiga. Todos los días hay algo de cuchara que podrán sorber directamente del bol o en vajilla metálica-carcelaria-chic (sopa de coliflor, pozole, borscht, coq au vin y otras maravillas), algo de verde que nunca es verde y adopta formas dispares de fermentado y encurtido casero: sauerkraut, kimchi, ensalada de hojas verdes con verduras encurtidas, trigo sarraceno y otras delicias vegetales que complacerán al más carnívoro.

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El éxtasis llega con los bocatas, buns, bollos, sangüis, emparedados o como quieran ustedes llamarlos, el tipo de comida que pediría un ajusticiado a muerte si fueran a darle garrote vil: chorreantes, picantes, libidinosos, abundantes, pringosos, gordosos, enormes, cerdos, guarros, inabarcables, se rompen, se escurren, se caen, escupen queso y le hacen sentirse a uno muy mal si acaba de salir de misa en la parroquia de la Plaza de Cataluña. Alabado sea el sangüis de pulled pork, con carne de cerdo asada durante horas con cantidad de especias y ensalada de col, el de cerdo vindaloo con salsa de yogur, el schweinschnitzel o filete empanado con mostaza y sauerkraut y las no menos libidinosas opciones vegetarianas de tofu o boniato asado, berenjena y gremolata.  Todo regado con gratuita y ecológica agua de grifo, cerveza artesana, vinos jóvenes y atípicos o limonada casera, y para finalizar, además de la bollería de la casa ofrecen dos opciones de postre diarios, con vicios del tamaño de la tarta de queso neoyorquina o natillas con sirope de garnacha y tejas de almendra. No olvide dejar sitio en la tripa para las patatas con salsa “basque barbecue” y echar la sobremesa en la terraza con uno de los mejores cafés de la city.

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Si es usted católico, apostólico y romano confórmese con una gilda y un marianito, por el contrario si es devoto creyente de la religión de Odín y Thor y le corre la sangre euskandinava por las venas, no lo dude, The Loaf es su nueva religión. Y sean benévolos si el servicio no les parece adecuado o los baños pequeños, si no les sirven café descafeinado o té o su refresco preferido o un simple y maravilloso mixto de jamón y queso, porque para remendarlo tienen tortitas con beicon y sirope, huevos con panceta o boniato frito con salsa brava o cosas así que comen los bárbaros pueblos del norte, pues aunque la clientela local los pasteurice y The Loaf acabe volviéndose más cuerdo, siempre será un verdadero alborozo que gente jovenzuela con ideas y reforzados huevos colganderos se embarquen en semejante despropósito. Bienvenidos y larga vida, ¡por Tutatis!

The Loaf
Zurriola, 18
San Sebastián 20.002
Teléfono: 943 26 50 30
Web: www.theloaf.es
Email: info@theloaf.es
Horario Panadería: De lunes a domingo de 8:00h a 23:00h
Bistró: De miércoles a domingo de 9:00h a 00:00h (cocina abierta de 13:00h a 23:00h)
Cerrado lunes y martes.

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PVP Medio: Siendo tragaldabas, 15 € por persona bebidas incluidas.

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Kasino de Lesaka

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La capilla de la tortilla sixtina.

Josefina e Imanol ofician recetas tradicionales de campeonato, sin trampa ni cartón.

casino-lesaka_8Hay sitios que nos atraen como la miel a las moscas, lugares tan disfrutados y vividos que merece la pena volver a ellos una y otra vez para desempolvar viejos recuerdos y añadir a la lista algunos nuevos, ya que estamos vivos y cuando menos te lo esperas, ya saben, te atropella un trolebús. Ciertas coordenadas terrenales que nos calzan sonrisa de bobo de remate, debida a placeres tan mundanos como un buen café con croissant, una buena librería, un comercio en el que atienda una leona de la sabana o un tasco en el que sirvan tortilla de patatas reventona.

Por eso merece la pena volver una y mil veces en peregrinaje a los lugares que nos procuran felicidad, porque en cualquier momento te cae encima un piano de cola y durante esos improbables segundos en los que ves pasar tu vida como en una película a toda mecha, dicen, debes recordar con cara de pasmarote todos los manjares a los que renunciaste y todas las mujeres que dejaste de besar en las sonrosadas mejillas, por decirlo finamente. Seguramente por eso vuelvo con frecuencia al Kasino de Lesaka y lo recomiendo con fervor en estas páginas, pues aunque todos ustedes piensen que me repito más que el ajo, sé que desempeño de esta manera una impagable labor social: dar de beber al sediento e indicaciones al hambriento.

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La tortilla de patatas del Kasino, babosa y rezumante, es una de mis “kryptonitas”. Desaparecidas ya otras diosas de mi Olimpo levantado al huevo semicuajado, la de Lesaka es de las pocas que colman todas las aspiraciones de un adicto a la tortilla. El protocolo recomienda cuchara en ristre y servilleta anudada en el gaznate, para aprovechar hasta la más mínima gota de ambrosía tortillera. Pero no sean cenutrios y se dejen llevar únicamente por el ansia viva, pues el Kasino es mucho más que su plato estrella y remata platillos que de pura ambrosía, parecen paridos por los dioses griegos que menciona en sus obras don Álvaro Cunqueiro. Igual que su cocina de carbón, abierta al ojo indiscreto del público antes de que tamaña desfachatez de enseñar los fogones fuera tendencia “top” en los restoranes de postureo.

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La patrona, Josefina Sagardia, merece una cruz al mérito del trabajo, un monumento y una canción de bailar a lo agarrado. Luce ochenta años bien llevados y cuando vuelca la tortilla en el plato aún le asoman en los brazos unos bíceps que asustarían al mismísimo Chuck Norris. Dueña y señora de la fórmula de su multipremiada tortilla, debe de ser la única cocinera capaz de transformar una aburrida tortilla francesa en española, ¡tararí! Lo que no pudo hacer Napoleón lo consigue todos los días una senadora de Lesaka, ¡manda huevos con la tortilla a la navarra!

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Abierto desde 1940, el Kasino está ubicado en la antigua casa señorial de los Marichalar, sí, de los Marichalar de toda la vida. Qué mejor destino para un edificio que pasar de ser testigo de aburridas comidas aristocráticas con el meñique levantado a ser protagonista de atracones felices y prolongadas sobremesas a la sombra de los plátanos del patio. En la cocina, Josefina e Imanol ofician recetas tradicionales de campeonato, sin trampa ni cartón, como la sopa de pescado, las alubias, la merluza en salsa, la chuleta y el cordero asado. Pero también elaboran fórmulas en peligro de extinción, platos misteriosos y casi borrados de la faz de la tierra hostelera como las manitas de cerdo en salsa verde y los rellenos de cordero, dios, qué delirio y qué ricura. Estas dos últimas son las especialidades del Kasino en primavera, animales mitológicos que se pueden gozar en cautividad si se dan prisa y viajan a Lesaka. Los rellenos, esa especie de morcilla blanca hecha con intestinos de cordero, pegan sus últimos coletazos en salsa de tomate en estas semanas y hay que aprovechar la temporada antes de que aprieten los calores y tengamos que ponernos el trikini.

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Recuerden de todas formas leer las instrucciones de este medicamento para el alma y consultar con su farmacéutico, no vaya a ser que les dé un patatús al comprobar que no reservaron previamente la tortilla o que no quedan canutillos de crema para el postre. Balzac se pasó la vida intentando demostrar que se llamaba De Balzac. Cagliostro se refería con pasmosa naturalidad a sus ilustres antepasados, Mahoma, Juana de Arco o el Arcipreste de Hita. Cartouche aseguraba descender de un gran maestre de Malta, Sacha Stavisky, de un cosaco y Orsini, de un abisinio. Yo soy hijo de Marilén y de Jorge y sólo puedo decirles que llamen a Josefina con prudente antelación, viajen a Lesaka, gocen y suspiren para entender todo lo que acá les cuento. Amen.

Kasino Lesaka
Plaza Zaharra, 23
Lesaka 31.770 Navarra
Teléfono: 948 637 152
Web: www.kasinolesaka.com
Email: eskolaberenea@gmail.com
Cierre semanal: Lunes cena excepto festivos y vísperas de festivo

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 40 €

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Martín Berasategui

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O de una culinaria única en el mundo.

Oneka y Martín cumplen veintidós años con una nueva colección de recetas memorables.

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El primero de mayo es el día internacional de los currelas, de todos esos que madrugan y se desloman para levantar este país mientras desayunan noticias de jetas, mangantes y abrazafarolas. Ese día muchos guardan merecido descanso, y otros descorren la persiana contentos de seguir dando el callo una jornada más. Uno de esos trabajadores incansables, un loco visionario llamado Martín Berasategui, tiene además la suerte de celebrar en la misma fecha el aniversario de su restorán de Lasarte, la joya de la corona que lleva su nombre y acaba de cumplir veintidós primaveras.

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En estos tiempos que vivimos, mantener abierto con éxito un garito más de dos décadas es digno de reverencia y admiración, y en gastronomía, igual que en cualquier otro sector esforzado y sacrificado, mantenerse en lo alto es consecuencia de partirse el espinazo, remangarse hasta los codos, renovarse y meterse en la cama todos los días sin aliento. Me repito más que los ajos, sé que parezco un abuelo cebolleta, pero Martín es el único chef de altos vuelos que conozco capaz de cocinar un elefante y hacerlo no sólo comestible sino bocado digno de mesa de obispado. Su capacidad para guisar es antológica y se desempeña con el mismo afán en sus locales, en su propia casa y en las comidas semanales de amigotes. Tengo la suerte de que me acompañe desde hace tiempo en televisión, tarea a la que se entregó sin dudar desde el primer día, con esa pasión de senador romano que se expresa de manera categórica, con determinación y sencillez.

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Así es Berasategui, cercano, arrollador, titán, excesivo, generoso, un cocinero intuitivo que no tiene reparo alguno en fraguar una cazuela en salsa verde ante las cámaras, sin guardarse para sí ninguno de los secretos que conducen al éxito. El mismo personaje que adora los bocadillos chorreantes y bebe las cervezas a una temperatura tan gélida que se le queda el gollete de la botella pegado al morro de pura congelación, o el mismo tipo que, siendo crío, confesaba a su madre Gabi o a su ya desaparecida tía María, que cuando creciera y fuera mayor “compraría las chuletas por cintas enteras”. Genio y figura.

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Luego está el Martín “chef multiestrellado Michelin”, capaz de destilar energía nuclear y condensarla en una culinaria única en el mundo, dibujando con facilidad pasmosa un paisaje de platos que se adhieren al paladar y a la memoria, como si fueran pieles de distintos colores y volúmenes. Berasategui pinta bodegones flamencos en el marco delicado del comedor de Lasarte, espacio mimado por su chica y senadora de fatigas Oneka Arregui, parte fundamental del éxito del establecimiento y digna heredera de la tradición hospitalaria de las grandes damas de nuestra gastronomía, capaces de hacerte levitar con una mágica combinación de amabilidad, saber estar, elegancia y oficio. Tanto en cocina como en sala, ellos y sus equipazos, son capaces de recrear el “estilo Berasategui”, ése que atrae como moscas a una legión de gourmets repartidos por todo el planeta, que acuden puntuales a la cita, sabiendo que lo moderno y lo contemporáneo dan la mano en esta casa al concepto “gourmand”, que consiste en que quién allá se sienta se da un baño de hermosura, líneas depuradas, trazos sobre la vajilla, puntos precisos de cocción, sombras chinescas y la madre que los parió, sintiendo cómo la gelatina y el sabor natural de los alimentos se te pega en los labios formando una película de bienestar y enamoramiento sin parangón.

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Lo que en otros lugares es brillo y oropel, cáscaras vacías o platos disecados por taxidermistas del  neopreno, aquí es esencia y verdad verdadera, pues puede uno sentarse en sus mesas sin sentir esa desazón tan habitual de los trucos estéticos de “alta cocina”, que te arrebatan la experiencia de gozar una buena comida. No existen en su carta triquiñuelas ni estrategias de trilero que disfracen los sabores, pues Martín es perro viejo y sabio, y guisa como si las recetas del menú fueran el vestuario de un armario sin fondo. Nada de imitaciones de chichinabo ni tejidos que encogen, lo que saca del ropero según avanza la comida, es hilatura fina, brocados, terciopelos, sedas salvajes, estampados de “Liberty”, cueros, adamascados y túnicas de emperador. Como en un ajuar principesco, cada elemento está bien confeccionado y rematado, bien cosido, con puntadas milimétricas que forman parte de un diseño mayor planificado en la mente del modisto. No hay remiendos ni zurcidos, sino telas bien elegidas, patronaje impecable, corte a tijera y una maestría artesanal que obliga a hacer una primera prueba en hilvanes, y luego dos y tres y lo que sea menester hasta que todo cuadre y los pliegues al bies caigan como en los cuadros del pintor Zurbarán, que tanto inspiraron a Balenciaga. Si los platos de Martín fueran trajes, los heredarían tus hijos y después los hijos de tus hijos, y así hasta desintegrarse de puro antiguos, como esas fabulosas telas que dan fe de su antiguo esplendor tras las vitrinas de un museo, inspirando aún nuevas ideas a los sastres modernos.

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Con los veintidós recién cumplidos, la carta incluye recetas de añadas memorables, como la de 1995, representada por el milhojas caramelizado de anguila ahumada y foie gras y la tarta de hojaldre con manzana y crema helada. La última colección hila fino y surgen nuevos platillos como la impresionante ostra tibia escabechada con granizado de pepino, las pencas de acelga con zamburiñas en su jugo de mar, el lomo de merluza asado sobre espinacas trufadas, meloso de centolla y espumoso de K5, las manitas de cerdo rellenas con endivias braseadas y membrillo, la chuleta de cordero con suero de parmesano, buñuelo y espárrago cítrico o postres impactantes como el chocolate al horno con escarcha de pera o el velo de pistilos de azafrán con tierno macarrón y un helado de té para perder el sentido, entre otras golosinas. No hay que arredrarse ante estos nombres largos y polisílabos, pues lo importante es que abres la boca, muerdes y te quedas petrificado, como si una mano te agarrara del trasero y tirara de ti con todas sus fuerzas dejándote pegado a la silla con careto de cordero degollado. Receta a receta, hoja a hoja, pedazo a pedazo, cucharada a cucharada, Berasategui va cimentando su prestigio sin prisa pero sin pausa, “festina lente”, uniendo las leyendas de cocinero-torosentado-asador-de-elefantes y a la vez refinado-chef-estrellado, capaz de construir platos que parecen fantásticos guiones de película de Tim Burton, imaginativos, divertidos, ocurrentes, elegantes, poéticos, atemporales y perdurables en el recuerdo.

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Seguirán así de luminosos, celebrando muchos aniversarios más, rodeados de clientes agradecidos y estómagos satisfechos. Como dice la canción, veinte años no es nada, y veintidós tampoco, pues tenemos a Oneka más radiante y guapa que nunca jamás y a Martín más inspirado que el oráculo de Delfos, con Ane recién incorporada al equipo de trabajo. ¡Larga vida a los Berasategui!

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MARTÍN BERASATEGUI
Loidi Kalea, 4
Lasarte-Oria (Gipuzkoa)
Teléfono: 943 366 471 / 943 361 599
Web: Martin Berasategui
Email: info@martinberasategui.com
Descanso semanal domingo noche, lunes y martes todo el día.

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PVP MEDIO: 150 €

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Una reciente reforma ha catapultado hasta la modernidad el restorán de la subida a Igueldo.

Aunque tan importante es el buen bebercio como el mejor comercio, a veces nos enrocamos con la jamada y le damos poca importancia a la bebida, pues los platos esdrújulos y polisílabos en frases subordinadas le roban el protagonismo y el espacio tipográfico en las cartas de los restoranes. Los pobres espirituosos son relegados a las contraportadas, en unas listas llenas de denominaciones de origen que amenazan con hacer patente tu innegable paletismo en lides enológicas, ¡sí, amigos!, ¡de vino no entiende ni Bartolo!

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Nada hay más sonrojante que ese momento en el que un sumiller estirado te presenta la botella elegida, esperando que sepas cómo probarla, diseccionando el primer trago con gesto de hacerte el interesante, para acabar diciendo que sí, que está muy rico y écheme un poquito más y salga de acá pitando con ese traje de cuero “sadomasoca” que le aprieta la barriga. El mundo del vino, tan rico y extenso, da mucho miedo a los no iniciados, que acaban optando por la vía del espantoso palabro “maridaje” (también conocido como elige-tú-por-mí-tronker) para no tener que pasar por ese mal trago que para algunos es dar el visto bueno al vino elegido. ¡Sean valientes!

Por eso relaja tanto acudir a una casa en la que den facilidades, lugares míticos en los que el sumiller no es una figura aterradora e intimidante, sino alguien dispuesto a ayudar a disfrutar de la comida por partida doble, gozando como un caimán del Misisipí. Esa extraña conjunción astral se da en uno de los establecimientos que a priori podrían resultar más apabullantes para el ignorante. Con unas dos mil quinientas referencias y más de cien mil botellas, la bodega del Rekondo no es sólo la mayor de San Sebastián, sino que en 2011 la prestigiosa revista Wine Spectator, toda una biblia del alcohol finolis, la eligió entre las cinco mejores del mundo mundial, ¡toma Geroma, pastillas de goma! Desde entonces, como siempre que los forasteros aprecian lo que tenemos escondido en casa, hordas de aficionados a los vinazos llegaron de las esquinas más remotas del globo para tomar una copa a la sombra de los plataneros de la subida a Igueldo.

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Los feligreses del vino sabrán que el suyo es un placer generoso, que no se paladea a solas sino en compañía, rodeado de amigos frente a los que descorchar muchas botellas, hablando de viejas novias, correrías y partidos de pelota. En Rekondo, el senador Txomin y su hermosa hija Lourdes, padre fundador y heredera del caserío familiar, pueden desgranarnos miles de historias y anécdotas en torno a una copa. Como aquella de un neoyorkino al que enseñaron la bodega en la visita habitual, y le contaron, como a tantos otros, que en su colección faltaba la botella de Château Mouton Rothschild de 1947. Meses después, aquel hombre que no les conocía de nada más que de unas breves horas pasadas a su mesa, les trajo esa perla que ahora luce en sus estanterías. En condiciones óptimas, con poca luz, un preciso 78% de humedad y a quince grados de temperatura, igual que el resto de tesoros que ha ido atesorando Txomin Rekondo desde 1964. En aquel año decidió abrir un asador en las faldas del monte, un pequeño tasco que en sus cincuenta años de historia ha vivido una evolución vertiginosa. Estando él a los mandos de la parrilla y su esposa al control de la sala, fueron sintiendo esa de necesidad innata de mejora que se tradujo en mejor vajilla, cristalería alemana, terraza de órdago, parking y una bodega de quitar el sentido. Este mismo mes han resuelto la última reforma que los ha catapultado hasta la modernidad, ya con Lourdes al frente del negocio, ayudada por Iñaki Arregui al mando de los fogones y Martín Flea como DJ-sumiller-residente, locuaz, radiante y eficaz como nunca. Y Txomin sigue allá, como un rey del mambo, gozando como un señor del reconocimiento de los clientes que quedan asombrados por las nuevas instalaciones.

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Pero no crean ustedes y “ustedas” -como diría la ministra de igualdad tras salir de la peluquería- que a Rekondo se va sólo a beber, que también y sin problema, ¡no! Aunque ésa sea la excusa podrán gozar de una cocina tradicional pero dinámica, con clásicos atemporales como el txangurro al horno, las alcachofas rellenas, la menestra de verdura, un cazuelón de arroz con almejas, ostras frescas y jugosas como una novia escandinava, setas o becadas gordas y rechonchas, bien asadas y guisadas cuando aprietan las heladas en invierno; o adaptada a los tiempos actuales con platillos como la morcilla de Urt con confitura de piña o el carpaccio de cigalas con vinagreta de pistachos y guacamole.

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Podríamos continuar la faena con un cogote de merluza a la parrilla, el cochinillo confitado con compota de manzana, la descomunal chuleta asada sobre las brasas, nobleza obliga, y terminar el despelote con un tocino de cielo que es pureza pura o un milhojas de mousse de chocolate blanco y salsa de naranja. Todo regado antes, durante y después por vinos que elevan la experiencia al síndrome de Stendhal del tragón comedor y bebedor. ¡Uno podría vivir sin problemas encerrado en la bodega del Rekondo!, ¡vaya que sí!

Tiren la casa por la ventana y descorchen cualquier botella de champagne o un buen vino de Jerez o una copita de algún vino viejito y enfermo y den las gracias por vivir en un mundo en el que crecen viñas y disfrutamos de tesoros así, que la luna está bien cerca y no tienen ni jamón de York.

rekondo_6Rekondo
Paseo de Igueldo, 57
20.008 Donostia – San Sebastián
Teléfono: 943 212 907
Web: www.rekondo.com
Email: restaurante@rekondo.com
Cerrado: los miércoles, dos semanas en junio y tres en noviembre.

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PVP MEDIO: 65 €

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