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Channel: Ñampazampa Archivos | David de Jorge
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Floren Domezain

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El palacio de la verdurica
Un frutero, verdulero y músico de rock que viste chaquetilla de serpiente pitón

Los que hemos dedicado buena parte de nuestra vida a quemarnos las pestañas en el fogón guisando como verdaderos cocodrilos, paseando la chaquetilla enmarronada por los bares antes de meternos en la cama, conocimos al bueno de Floren subido a su camión de reparto empujando con su carretillo cientos de cajas. El ritual solía producirse los domingos, cuando hacíamos los pedidos para que los martes bien temprano aterrizaran por Lasarte las cebolletas tiernas, coles de Bruselas, zanahorias, manzanas reinetas para compota y golden para las tartas, bulbos de hinojo para la salsa al vino tinto del bogavante, acederas, acelgas y ajos frescos, berros, berenjenas, borrajas mantecosas, champiñones, diente de león, judías verdes redondas, lombarda para estofar con miel y canela, nabos para el caldo de careta de ternera, mazos de puerros, pimientos de toda suerte de color y condición, rábanos, remolachas, tomates y tirabeques, que por aquel entonces empezaban a verse en algunos platos de las portadas del Gault et Millau francés, manda huevos. Llegabas un martes a las nueve de la mañana al Martín Berasategui y Floren llevaba un par de horas dormido en su camión, esperando a que abrieras la puerta para entregar la mercancía y salir pitando a por su nuevo destino, ¡una bestia parda!

Mesié Domezain Samanes, fue fraile verdulero mucho antes de que le picara el refajo y se hiciera cocinero, nada más y nada menos que en la capital del reino, donde dio  alguna que otra vuelta con su zurrón y su azada, instalando huertos en las alturas, dando con una ubicación privilegiada en plena calle Castelló, que como todo el mundo sabe es un lugar privilegiado en el mundo desde que el 14 de junio de 1880 le fuera asignado este nombre por acuerdo municipal, en homenaje a don Pedro Castelló, que había sido médico de cámara de Fernando VII. Así que allá mismo cuece y guisa sus verduras el amigo Floren, junto a bajos comerciales y balcones distinguidos, fábricas de churros, patatas fritas, frutos secos, elegantes tiendas de moda, modernos supermercados, bares, tascos y restoranes de postín. Y de casta le viene al galgo, pues además de repartidor, frutero, verdulero y músico de rock con pedigrí, viste chaquetilla estampada de serpiente pitón precisamente por su capacidad de asombrar  al respetable y la naturalidad con la que muda de pellejo, pues lo mismo saluda al actor de Hollywood que cruza el umbral de su casa para papearse unas judías con jamón sofrito, que te aparca el auto si hay tomate en la puerta, sirve un vermú, atiende mesas, acarrea bandejas o entretiene a un crío que lloriquea porque no quiere sopa y prefiere fritos, jamón del bueno y alcachofas rellenas, ¡vaya tío! Si llevan verdaderas ganas de comer verdura no duden de que nuestro protagonista les quitará el antojo de un plumazo, a golpe de menestra o salsa vinagreta.

Su vieja empresa y escuela de vida, “Frutas y Verduras Selectas Floren”, la fundó ya en 1985, que se dice pronto, si bien los orígenes de la actividad se remontan a tiempos muy lejanos ya que su familia por tradición se dedicó a las tareas del campo o como los más finolis dirían, a la agricultura, el cultivo y la distribución de hortalizas, verduras y frutas en la comarca de la Ribera del Ebro. Ya entonces el jabato e inquieto Floren tomó el control de la explotación familiar consolidando todo este legado familiar y currando como una mula, manteniendo las técnicas de cultivo y cuidando los primores del huerto, sembrando la semilla de su vocación de hostelero y convirtiéndose en el líder nacional y referente de su sector, ¡con dos pelotas colganderas! Desde la mismísima Tudela y abierto al mundo, a las grandes superficies y sirviendo de madrugada todo tipo de primores a los mejores restoranes, elaboraciones en cuarta y quinta gama de frutas y verduras, fue uno de sus principales quehaceres la limpieza, cocción y empaquetado de verdura fresca, revolucionando la operativa en muchos de los fogones de entonces. Atesoró parcelas y fincas de cultivo en la Ribera y toda España, cultivando cardos rojos, alcachofas, guisantes o corazones de cogollos de Tudela, una especialidad puesta a punto por él mismo que tomó la alternativa en nuestras fruterías gracias a su poco disimulado entusiasmo.

Así que prepárense para disfrutar y caigan rendidos sobre las confortables butacas de su coqueto comedor, atendido por Juan, Jorge y Keely, respaldados en cocina por Merce, que es la chica del patrón, y su secuaces Borja, Raúl y Toni, que donde ponen el ojo, atizan y remueven sofritos, pues en esta casa no juegan a cocinitas ni se andan con chorradas, poniendo en práctica esa cocina bien ejecutada que todo el mundo ansía comer. No es mal plan arrancarse con una lechuga tierna y aliñada enterita con tiento y aceite de oliva virgen extra de primera, unos pimientos de cristal abrigados con ventresca de bonito, migas de pastor con huevo, txistorra a la brasa, alcachofas fritas o confitadas abiertas en flor o ahora que estamos en plena temporada, atizarle a los espárragos blancos naturales con huevo o foie gras, a la menestra de verdura o sucumbir ante las soberbias cebolletas estofadas en vino o unos libritos de penca de acelga, rellenos de espárragos con queso Idiazabal y salsa de almendras.

Y una vez apagada esa sed de verdura, atiendan a ese monstruo insaciable y caníbal que habita en todos ustedes con unos canelones con bechamel, unas buenas pochas tiernas guisadas o quizás con una tajada de bacalao al pilpil con piperrada, merluza rebozada sobre txangurro a la donostiarra o unas costillicas de cordero lechal, chuleta de vaca o pluma ibérica con pimientos del piquillo. El pollo de corral lo guisan con la receta de su madre, doña Pilar y fraguan unas antológicas albóndigas que escoltarán con patatas fritas, si las piden. Los dulces son cuidadísimos y la bodega bien escogida, así que brinden por la vida y por los tipos valientes como el amigo Floren Domezain, pedazo de pirata pata de palo.

Floren Domezain
Castelló 9 – Madrid
Tel.: 915 767 623
www.florendomezain.es

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre urbanita
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 50 €

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Patxiku-Enea

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Asador sin trampa ni cartón
Llevan desde 1973 adaptándose a los usos y maneras de los tiempos y de su clientela

Les confesaré que soy el raro del barrio porque todos los días del año viajo hasta Donostia desde Hondarribia por la vieja carretera de Lezo en vez de hacerlo por la nacional uno, como todo pichichi. La idea me la dio hace ya tiempo la amiga Sonia Uribe, que se complica más bien poco la vida e intenta agradar todo lo que puede su vista. Encontramos el recorrido mucho más hermoso y el ojo se alegra cosa fina, pues los sembrados y las praderas verdes de las faldas del Jaizkibel son mucho más hermosas que los frecuentes embotellamientos y los polígonos industriales del otro recorrido habitual, mucho más grisáceo. Además, si enfilan camino de Lezo, en cuanto dejen atrás el Alto de Gaintxurizketa, se darán de bruces con el asador Patxiku-Enea, que es dirección a tener en cuenta y plaza que no defrauda si quieren ponerse a salvo de ayatolás de la jamada complicada, no encontrarán un remedio más eficaz y potente que apacigüe los malos humores que provoca la comida espesa y rebuscada.

Mantienen intacta desde hace un porrón de años su condición de caserío rústico rodeado de naturaleza, que es y como ya les dije, un auténtico bálsamo ante el ruido sordo de las ciudades y sus habitantes, que estamos hechos unos gritones y unos pelmas. Van desaparecido a la velocidad del rayo los merenderos de montaña que poblaron nuestras localidades y hoy es toda una rareza encontrar garitos donde cuezan chorizo y sirvan caldo caliente, frían croquetas o filetes de ternera con ajos, corten cuñas de queso, asen sardinas y pueda echarse un trago de sidra fresca, untando con pan una ensalada de lechuga, bonito y cebolleta tierna, que no es otra cosa que comida apetecible. Es más fácil jamar en tu propio pueblo rollitos primavera, pan al vapor con tocino asado al teriyaki, kebab de cordero o costillas de cerdo agridulces, que atacarse un marmitako de bonito, una ensalada mixta con su patata y su huevo cocido o una chuleta de cerdo de ración con sus pimientos del piquillo. La globalidad la llaman los más inteligentes.

Patxikuene forma parte de esa pequeña tribu de merendero de campo reconvertido en asador señorial y atesora los valores de ese pasado popular que lo sujeta a la tierra con firmeza, creciendo y adaptándose a los usos y maneras de los tiempos y de su clientela, pues fueron creciendo y alimentándose con ellos. Así, quienes de infantes iban allá después de misa a comer tortilla de chorizo, bacalao frito y chuleta arreglada a la brasa con su mejunje “marca de la casa”, han crecido haciéndose pellejos y hoy, al mando de sus autos y con sus familias, se han convertido en esa nueva generación de clientes que se entremezclan con los forasteros ocasionales y los franceses que encuentran allá la felicidad sentados en sus mesas. Porque todos cerramos los ojos y pensamos en esos platos que comíamos de críos y que el tiempo convierte en soñados, que no somos capaces de volver a probar por ahí si no nos los guisa una abuela, pues ese bar que nos hizo felices no existe y hoy lo sepulta un bloque de adosados o sobre aquella loma hubo un caserío en el que cocinaban de pelotas, en el punto exacto en el que plantaron ayer un Mercadona con sus carritos.

Así que para remendar esos rotos y apañar esas carencias, tenemos sitios como el que nos ocupa, pues hay días en los que necesitamos poner en práctica los vicios más primitivos y ancestrales, refugiándonos en las brasas o en el culo de las ollas. Aunque bien cierto es que, esos días que en principio son contados, a medida que uno peina canas, se convierten en temporadas cada vez más largas hasta que llega el momento en el que no deseas probar ningún jarabe complicado, pues tu apetito merma, tu criterio lo forjaste a golpe de maza y de cartera, costó caro y pone sus condiciones. Por el contrario, si alguno de ustedes escucha en la tele o en la radio a algún chef con la boca llena de misterios insondables hablando en prosa sobre melocotones liofilizados y el asunto les parece interesante, quizás no les interese nuestro asador de hoy, que es refugio sin trampa ni cartón para los que quieran salvar su alma de las garras del sifón, de los cursis amanerados y del papel de impresora comestible.

Sepan que “Patxiku” fue un tío muy grande que vivió en el caserío Saizar-Buru, cuyos moradores fueron reputados asadores, acudiendo con sus parrillas allá donde los reclamaban para asar cualquier cosa, dominando el fuego de las brasas. Tal fue la fama, que se decidieron a abrir el flamante Patxikuene un cinco de noviembre de 1973 y allá siguen, como les estoy contando, cuajando y abriendo hueco en los estómagos con los revueltos y las tortillas de jamón, bacalao, chorizo o espárragos blancos. También sirven anchoíllas en aceite de oliva, jamón ibérico y verdura estofada, ahora que atiza la primavera. Menean en cazuela bacalao con sofrito de tomate y siguen encendiendo las brasas bien de mañana en unas parrillas que ponen sus hierros incandescentes, asando besugos, lenguados, cogotes, cortes gruesos de merluza, rape y rodaballos que rocían con un simple refrito de vinagre de sidra, aceite de oliva, ajos y guindilla, no dejen gota y unten la salsa con pan. Sus chuletas son reputadas y asaron las primeras cuando muy pocos las echaban sobre las brasas, pues aunque parezca mentira, el empleo de la parrilla en Euskadi es un invento que tiene muy pocos años. No se vayan para casa sin pegarle un bocado a un postre al que debíamos rendir pleitesía haciéndole un monumento en alguna plaza céntrica o rotonda distinguida, ¡la tarta al whisky!, eso sí, que se la perfumen bien, háganse el favor. Larga vida a la familia Manterola y que los veamos en Lezo muchos años más.

Patxiku-Enea
Barrio Gaintxurizketa – Lezo
www.patxiku-enea.com
tel.: 943 527 545

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 60 €

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Baluarte

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Soria fría, Soria pura, ¡cabeza de Extremadura!
Una próspera estrella michelín que tiene loca a la clientela del establecimiento

Si les preguntan por Soria, dirán que es alta y fría, con muchos pinares y pastores que van por las cañadas conduciendo sus reses por soberbios paisajes. Los cazadores recordarán el número de cuernas de las piezas abatidas con tanto esfuerzo, y los seteros, aquellos mantos increíbles de boletus que una vez vislumbraron, ¡y no fue un sueño!, en un prado cercano a la mismísima Laguna Negra, que como todo el mundo sabe y las leyendas cuentan, no tiene fondo y se comunica con el mar a través de covachas y corrientes subterráneas. Otros dicen que en ella habita un ser que adormece en el fondo y que de ciento en viento despierta y devora todo lo que cae en ella, sea animal o vegetal, tanto le da por tanto al bicharraco que sea lechuga tierna o embuchado.

Es posible que, en los pueblos de la provincia, la cocina soriana esté influida por la trashumancia, cosa que también sucede en la logroñesa Sierra de Cameros, que es un paraíso sin igual que al atravesarse en automóvil, se muestra severa y de líneas firmes. Crucen aquellos valles riojanos hasta el Punto de Nieve Santa Inés, entre los Picos de Urbión y la Sierra de la Cebollera, y si el tiempo acompaña y llevan buenas botas, antes de descender hasta Vinuesa, cálcenselas y atraviesen el pinar que lleva hasta el Pico de Buey. Miren a su alrededor, gocen con las preciosas vistas y denle un trago al agua para continuar hasta la Laguna de Buey y el Mirador de los Hoyos. De nuevo, caminen hacia el pinar y llegarán a la Laguna Verde, escondida entre la espesa vegetación. Me agradecerán la caminata, pues una vez aterrizados en el Baluarte soriano del amigo Óscar, se pondrán de pienso hasta las trancas.

Hagan este viaje sin prisas y en un par de días, acompañados de colegas sobrados de sed y apetito, confiando en Mónica y Carlos de la Quinta San Jorge de Quintanarejo, para que se ocupen de vestirles las camas con mullido edredón, pues no dormirán mejor ni más confortablemente que entre sus paredes de piedra con las chimeneas encendidas. Al amanecer y tras un sueñecito reparador, tendrán tal apetito voraz que se desayunarían hasta unas lentejas pastoriles, que, bien limpias, se remojan en agua fría y cuando ablandan, se refríen con aceite, dientes de ajo y una rebanada de pan. Cuando están listas, se amontonan en un mortero y el sofrito que queda en la olla se vuelca sobre las lentejas con vinagre, hirviendo para que cojan buen gusto, ¿con desayunos así quién quiere cereales y galletas?

Otro platillo de la tierra es la carne estofada, guisada con mantequilla, clavos, granos de pimienta y mucha cebolla cortada en rodajitas, puesta a la lumbre hasta que se hace salsa con el jugo que suelta. Es un plato que no presenta refinamiento culinario, pero tampoco lo presentan las chuleticas a la brasa ni la tortilla de patata, ni el corderito asado, lo que no es obstáculo para que sean manjares cumbre de la culinaria nacional, “¡Soria fría, Soria pura, cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero arruinado, sobre el Duero; con sus murallas roídas y sus casa denegridas!”. Por allá ponen también muy bien el pollo a la olla y en algún restorán en el que lo sirven dicen a los clientes que cuando a las criaturas en la escuela se les resisten las lecciones, hay que darles pollo porque es plato que aclara el entendimiento y hace más lista a la gente. Así que menos ginseng rojo y chuminadas de feng shui y por si fuese verdad, convendría que si observan en sus hijos o familiares decaimiento o fatiga mental, los atiborren a pollastre para ver qué sucede. Por cierto, el amigo Óscar en su Baluarte soriano sancocha una pularda con pastelillo de hígados, apionabo y migas trufadas de verdadero delirio, pues ya saben que Soria, además de abundante en hermosura, es próspera en encinares y trufas en el frío invierno y por San Juan, con la chicharra.

Arrancó el hombre hace ya años en su Vinuesa natal y currando y forjando su talento, se ha convertido en una próspera estrella michelín que tiene loca a la clientela local con su establecimiento. El día que lo visité guisaba en su fogón un pollo con mantequilla, aceite de oliva y astillas de canela, y cuando tuvo la manteca derretida echó los cuartos del animal salpimentados, y bien dorado, lo regó con una taza de vino seco, ¡no andes nunca con roñoserías ni se te ocurra utilizar vino chungo!, ¡y piensa en las matrículas de honor que te van a llevar los sobrinos a casa si comen pollo!, me dijo señalando con el dedo y agitando el puño arriba y abajo. Bien es cierto que el tipo tiene arrojo y se bate el jornal en esa antigua lonja remozada del Palacio de los Alcántara, convertido hoy en restorán de pedigrí, pues sirve allá golosinas como el “trufal”, que son diferentes chorradicas muy curradas y hermoseadas sobre el plato, que cuando muerdes, saben ricas que no veas, ¡menudo cabronazo! El ravioli de boniato y foie gras es una auténtica bomba de neutrones, fino y delicioso, tanto o más que el arroz trufado con alcachofas o unas vieiras, gordas como melones murcianos, que sirven con una mousse de coliflor de verdadera antología del disparate, pues está para comerse un cubo entero. El canelón de guiso de rabo de toro es superior, tanto o más que los callos guisados picantes o las alubias blancas estofadas con todos sus avíos adelgazantes de matanza.

No ignoren la buena fama que tiene la mantequilla de esta tierra, franca y dulce como ninguna, pues los sorianos aprovecharon la bondad de este producto edificando postres bien sencillos y agradables. En Baluarte recogieron ese testigo repostero y bordan virguerías como las castañas con frutos rojos y boniato, la delicada pannacotta, el pastel fluido de chocolate con sorbete de mandarina o el amazapanado bizcocho de remolacha, que sirven con crema de mascarpone y helado.

Baluarte
Caballeros 14 bajo – Soria
Tel.: 975 21 36 58
www.baluarte.info

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 60 €

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Chuka Ramen Bar

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El tasco de Lorena, John y Rodri
Zampas sin orden ni control y te pones ciego de bao buns y sopa ramen

Hace años dos mujeres madrileñas que según parece fueron duquesa y esposa de ministro, colaboraron en las gacetillas de la época firmando como “La Rosa” y “ La Vieja”, estando especializadas en sopas, como quién hoy se dedicara a la física cuántica o al periodismo político. Además de eruditas y “sopófilas”, defendían el carácter poco conciliador de las sopas, pues aunque en Francia el populacho era muy aficionado a blandir la cuchara, en Inglaterra, por el contrario, no podían con ellas. Y citaban al librepensador Grimod de La Reynière y al marqués de Cussy, que se enzarzaron en sus almanaques en graves discusiones soperas y hablaron siempre del fracaso de un tal Soyer, chef inglés que intentó habituar a los lugareños a comerlas sin conseguirlo jamás. El susodicho cocinetas trató de remediar el hambre de entonces, pero no pudo hacer mucho, porque sus detractores publicaron unos panfletos en los que aseguraban que las sopas se hacían sin carne y que, lejos de ser nutricias y reparadoras del organismo, causaban desórdenes alimentarios y habían sido inventadas por el gobierno inglés para desembarazarse de una manera honesta de los jarretes de millares de patriotas irlandeses, ¡manda huevos! Así que hasta los más míseros y necesitados de meter algo en el buche, escuchando los rumores de la Gran Bretaña, se negaron en redondo a comer sopas, a pesar de que las gacetilleras madrileñas advertían que las nuestras eran una delicia caída en desuso que no conocía casi nadie.

Y aunque los amigos del Chuka, local que hoy nos ocupa, hagan sopas a cascoporro y además sean trinchadas pues albergan más tajada que caldillo, quizás se inspiren en aquella preparación chulapa que exige que la cazuela donde se guise sea de barro de Alcorcón y cuanto más usada, mejor. Para hacerla, se unta el fondo con un buen pedazo de tocino para dejar allá la sustancia, y tapizas el recipiente con rebanadas muy delgaditas de pan de víspera, teniendo en cuenta que esponjarán al mojarse y mermarán cuando se tuesten, pues es sopa que duerme en el horno. El caldo se fraguaba aparte friendo ajos con guindillas, pimentón de la mejor clase y el agua que juzgues necesaria, hirviendo aquello unos minutos para que adquiera buen gusto. Calas completamente las sopas de pan, las metes en el horno y no las sacas hasta que están bien tostadas y adquieren aspecto de pudding inglés. Entonces, desprendes las costras de la cazuela introduciendo un cuchillo en toda su vuelta y sirves una sopa singular e invertida como un flan, que se trincha en la mesa con tenedor y cuchillo.

Algunos la “enmarranan” escondiéndole unos cuantos chorizos “sorpresa” bien rechonchos y la guarnecen con chuletas de cerdo fritas, aplastadas ligeramente y golpeadas por ambos lados por el carnicero para que queden tiernas, salteadas hasta que hacen una costra apetitosa. Sabrán que los cocineros viejos hacen salsas hasta de las bacaladas viejas, así que a estas chuletas podrán sacarle una aprovechando los restos de fritura del fondo, que resucitan con una pizca de harina, vinagre y el jugo que suelta la carne en la bandeja. Pasen una tras otra las chuletas por esta salsa espesa y añadan un vasito de vino oloroso de la vecina “Venencia”, para que todo les quede muy madrileño, sazonando la salsilla con sal y pimienta. Porque una visita al Chuka comienza siempre en la “Venencia”, que mantiene el pedigrí de las viejas normas no escritas de las tascas valientes en las que no sirven refrescos, ni cafés, ni cerveza, ni batidos ni marranadas modernas que puedan alterar el sueño de los vinos andaluces que reposan en las cubas de madera, pues aquello es un tabanco histórico jerezano o un viaje iniciático a otra época en la que se bebían finos, manzanillas a granel y amontillados. Por eso no se permiten fotos, ni que les den la murga y solo sirven olivas, mojama, embuchados, patatas fritas y poca cosa más para que no te entretengas y salgas pitando a zampar a casa de Lorena, John y Rodri, así que, ¡ale hop!, váyanse derechitos a la calle, miren la fachada y sigan la indicación de una señal azul de sentido único que enfila hasta sus mesas altas, pasando por delante del pequeño fogón y de la barra.

Si no se tostaron lo suficiente en la vecina tasca, podrán disfrutar de algunos pelotazos de infarto en plan Lost in Translation, desde el Sochu Sour, hasta el Sisho Mojito, el Moscow Mule o vodka con lima y cerveza de jengibre, el Tom Khallins o el trago más mestizo de toda la calle Echegaray que no es otro que el Fino Fizz o vino fino perfumado con yuzu y angostura. Además, sirven birras de toda suerte y condición, sake para los vaqueros recién salidos de Blade Runner y un par de botellas de vino, no más, blanco y tinto, para la nena y el nene. ¿Y qué es Chuka?, pues un bareto en el que zampas sin orden ni control y te pones ciego de las especialidades de la casa, Bao Buns o panecillos al vapor rellenos de cochinita pibil y chipotle, de pollo frito con “jengibrioli”, de langostino tigre con salsa satay y cilantro, de cangrejo de concha blanda con salsa de jalapeños, o fuera de carta del preñado de oreja guarra o pastrami.

Sirven también gyozas o empanadillas rellenas de guiso de vaca con ají amarillo, de pollo y ajo negro o de cerdo con langostinos y salsa XO. La presa ibérica empanada con salsa tonkatsu casera está de muerte, los mejillones de roca en salsa thai los sirven con pan a la parrilla, los nigiris son de pan soplado crujiente rellenos de salsa de chile poblano y picaña de vaca, y la coliflor llega asada y aliñada con salsa de pescado, chile y mantequilla. ¿El plato fuerte?, ¡las sopas!, ramen de panceta asada con setas, cebolleta, aceite de sésamo negro y huevo o ramen de pescado y marisco ahumado bien espeso con cerdo, pollo, algas hijiki, setas y huevo. No sirven café, de casta le viene al galgo y por algo son vecinos de la “Venencia”, así que no tienen el chichi para ruidos. Si después del postre se les antoja un café, tendrán que buscarlo en otro lado.

Chuka Ramen Bar
Echegaray 9 – Madrid
Tel.: 640 651 346
www.chukaramenbar.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO 30 €

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Hotel Casa Arcas

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Buen fogón en plena naturaleza
Un paraíso en la tierra gestionado por Ainhoa Lozano y David Beltrán

Sabrán todos los que andan de excursión y acostumbran a rular los fines de semana, que el Valle de Benasque es lugar de peregrinación para todo el que quiera conocer la montaña y la naturaleza en su máximo esplendor, pues aquello es como los documentales de la 2, pero sin animales fieros que den bocados, a lo sumo se tropezarán con alguna familia hambrienta con ganas de hincarle el diente al bocadillo de filete. Bromas aparte, de todos los valles del Pirineo quizás sea éste el más abrupto y hermoso, pues los espectaculares paisajes que nos regala están repletos de numerosas e interesantes muestras de arte románico a cada paso, una verdadera fiesta para los ojos, se lo aseguro.

Además, si son culo inquietos y necesitan su dosis diaria de riesgo, adrenalina, aventura y mercurocromo, encontrarán en sus accidentes naturales todo lo necesario para la práctica de casi cualquier deporte y para todos los niveles, pues podrán darse una sencilla caminata, echar la canoa al agua, amarrarse con cuerdas o darle a la escalada, pues están preparados para recibir al que desea iniciarse en alguna disciplina concreta y tienen todo listo para los más veteranos que viajan hasta allá para batir sus propios retos. Igual da que sea montañismo, vías verdes, pesca, excursión en bicicleta, en motocicleta o a lomos de caballo, espeleología, parapente, ultraligero, ala delta, descenso de barrancos o aguas tranquilas, pues tendrán todo tipo de divertidas posibilidades al alcance de la mano y para toda la familia.

Uno de los paseos imprescindibles y que no ofrece mucha dificultad es el que atraviesa parte del Parque Natural Posets-Maladeta, con su impresionante conjunto de glaciares, lagos y cascadas de gran belleza, para llegar al Forau d’Aiguallut donde se encuentran las aguas que, tras su viaje subterráneo, dan nacimiento al río Garona y la impresionante cumbre del Aneto, que da nombre a un caldo de supermercado pero en realidad es una pedazo de montaña bien alta. No se inquieten porque aquello también es terreno de juego para los más tranquilos y amantes de la vida contemplativa, que podrán darse un garbeo relajado por una treintena de pequeños pueblos, donde hacer algunas compras, pues aquello es el paraíso del comercio y el bebercio en estado puro.

Después de la sudorina, no se olviden de un par de direcciones para llevarse unas cuantas  golosinas a casa, llenando el maletero del coche como si les fuera la vida en ello. La primera parada obligada en Benasque es la pastelería “El Laminero”, donde el bueno y cachondo de Miguelón despacha bollería de infarto, unos cruasanes que rompen la pana y la mejor tarta de queso del mundo mundial, como él la llama sin ningún rubor. Y como no solo de dulce vivimos, no se priven de otra visita imprescindible antes de poner rumbo a Casa Arcas, que no es otro paraíso en la tierra que la carnicería “Baldana”, regentada por el amigo Marcos, que prepara longanizas, patés caseros, morcillas y un sinfín de elaborados, además de tener ganado propio de categoría y ofrecerles unos filetes de cadera que se salen del mapa.

Así que una vez iluminado el ojo, hecho el ejercicio y con el maletero bien lleno, llega el momento de aterrizar en una casa en la que se detiene el tiempo, se respira tranquilidad y en la que la piedra, la madera y la pizarra dibujan la arquitectura única de un hotel con un fogón que bien merece el viaje, pues Casas Arcas es parada obligada para todo el que deambule por la zona y necesite descansar. David Beltrán y su mujer Ainhoa Lozano, alma mater del lugar, decidieron hacer realidad aquella idea que durante tanto tiempo maduraron en compañía de sus hijos, que no era otra que escaparse de la ciudad y establecerse en plena naturaleza. El amigo David, conocido por todo pichichi como “Tauste”, por su localidad de origen y por ser maño convencido, empezó a guisar en la cocina de Martín Berasategui de Lasarte siendo un crío y actualmente es uno de sus jefes de cocina. El caso es que les tiraba la tierra y se echaron al ruedo de esta aventura hace ya unos años, gestionando este coqueto y apacible establecimiento que cuenta con un restorán donde ponen en práctica todo lo aprendido junto al sheriif de Lasarte, que es muchísimo, en una propuesta sencilla y campechana muy cercana a las posibilidades organizativas de la alta cocina.

Tanto la finca, como las preciosas habitaciones o el fogón son un canto al paisaje y al producto del entorno, de tal forma que ponen en marcha unos guisos y sofritos ejecutados con mucho gusto y sentido común, sin trampa ni cartón. La fórmula es bien simple, pues no hay una carta al uso y sí un menú diario que consta de aperitivo, entrante, principal y postre que cambian a diario, lo que es de agradecer. Así que siéntense y disfruten a dos carrillos, que el deporte y el relax abren el apetito cosa fina y el menú es un homenaje a la sencillez y la suculencia con platos como los buñuelos de morcilla, la brandada de trucha con yema y sopa de espárragos blancos o el tomate glaseado al horno relleno de fritada de conejo y jugo de puerros. En el apartado contundente alucinarán con la capacidad de guisoteo de la casa, pues fraguan unos jugos y unas salsas gelatinosas capaces de dejarles pegadas las mochilas en los azulejos de la pared: el jarrete de lechón glaseado con trinchado de patata y borraja o el lingote de rabo de ternera con cremoso de berenjena asada, son buena prueba de ello.

Revientan los postres, la crema cuajada de queso ribagorzano y cítricos o la tartaleta de avellanas y frambuesas con crema merengue helada de tomillo-limón, son un ejemplo más de que Ainhoa, David, Víctor y Ámbar se lo curran de lo lindo para dejarles noqueados, y si no me creen, vayan y verán. Comprueben antes todos los niveles del motor de su automóvil, carguen sus bicis y cálcense unas botas con buena suela, no se arrepentirán y gozarán del viaje como puercos en la charca.

Hotel Casa Arcas
Carretera A-139 Km 51
Villanova – Huesca
Tel.: 974 553378
www.hotelcasaarcas.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PVP:  25 €

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Inoxibar “absolut orange”

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O de un utillaje que hace cosquillitas a huevos fritos y filetes

Hasta ahora existía el vodka Absolut, reconocible en todos los putiferios y barras de postín, que a muchas aves nocturnas gusta en vaso ancho con hielo macizo, refresco de naranja y bandejita de almendras. Pero afortunadamente, no todo es ligoteo, vicio y fornicio y los amigos de Inoxibar bautizaron con el mismo palabro una línea pelotuda de cazos, ollas, cacerolas, planchas tipo grill y sartenes, que son una revolución de eficacia bien contrastada por mi chica, que todo el mundo sabe que se llama Eli y es la jefa de recursos humanos del banco de pruebas de utillaje de la cocina en casa. El procedimiento es bien sencillo.

Hay que poner cara de despiste, decir que te metes en la ducha y que ya te cenarías unos lomitos de cerdo a la plancha con ensalada. Así que la jefa empuña una sartén “absolut” nueva, dejada como quién no quiere la cosa junto al fuego y le da leña mientras tú enjabonas la pelambrera.

¡De dónde has sacado ésta sartén!, dice la bendita. ¡No se pega, es chula, manejable y ligera, que los cacharros que traes a casa pesan demasiado! ¡Eureka!, ¡prueba superada!, ¡hip-hip-hurra! Los amigos de Inoxibar comenzaron la conquista del mundo desde Eibar en 1964 y todo pichichi sabe que son los jefes del menaje en acero inoxidable con unos fondos difusores que son la bomba. Luego se trasladaron a Berriz y ampliaron el catálogo y las instalaciones, facilitando siempre que las cazuelas de albóndigas y los pucheros de marmitako luzcan bien chulos en los fogones y las mesas de nuestros hogares.

Ahora nos ponen a huevo una cacharrería de primera división, de fondo de acero inoxidable y una base de aluminio fundido no deformable con una superficie antiadherente que hace cosquillitas a los huevos, los lomos de merluza y los filetes de ternera. Son aptas para todo tipo de fuegos y llevan unas molonas empuñaduras anaranjadas de tacto suave. Ya saben que la mejor forma de cuidarlas es calentarlas de a pocos, enfriarlas en la encimera sin meterlas bajo el chorrazo de agua en plan cheroki y limpiarlas con una esponja suave y sin rascar como energúmenos. ¡Aúpa Berriz, redios!

Inoxibar
Pol. Ind. de Eitua 19 – Berriz
t.: 946 824 875
www.inoxibar.com
Precio aprox.: 27 euros sartén 22 cm.

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Gran Azul

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De casta le viene al galgo
Un tasco valenciano rechulo, cómodo, accesible y a un precio razonable

Si en alguna ocasión tienen la fortuna de que los inviten a Valencia a impartir una conferencia o a hablar en público sobre algún asunto que dominen o en el que estén versadísimos, no duden en aceptar la invitación porque lo pasarán de miedo. Puede que durante el trayecto les sometan a un interrogatorio y quieran conocer su opinión acerca de la paella y les hablen de todo tipo de polémicas acerca de su manufactura, así que ármense de valor y respondan sin sentimiento de culpa, porque digan lo que digan, hagan lo que hagan, si no nacieron en la tierra de Vicente Blasco Ibáñez meterán la pata irremediablemente. No pasa nada, no teman.

Alguno dejó escrito por ahí mucho antes de que yo también me diera cuenta que los valencianos tienen el hábito de montarse sobre lo difícil y están acostumbrados a sobreponerse a la penuria y a armarse de valor ante el infortunio, y quizás por tan fausto motivo defiendan a capa y espada la confección de los sofritos que emplean para fraguar los arroces que con tanto orgullo muestran al mundo. Con muy pocos elementos surgidos de sus campos y achicharradas huertas, son capaces de alcanzar unas cotas de perfección que asombran a cualquier extraño que por allá aparezca con apetito y ganas de atizarse una paella, pues por todos es sabido que tienen ese don de convertir en muy buenos músicos a sus campesinos, o que con la pintura, el estruendo, el cartón y la pólvora organizan el más animado y extraordinario espectáculo que pueda contemplarse en todo el mundo. No se quedan nada cortos en su capacidad de deslumbre, pues además de Las Fallas inventaron la naranja, que no es obra de dios y sí hija de su perseverancia en el campo, haciendo también comestible el grano de arroz, que otros pueblos más cultivados no fueron capaces más que de convertir en el “pan” con el que empujan guisos, hortalizas, pescados, carnes asadas o salsas. Los valencianos convirtieron el arroz en un prodigio.

Por si alguno tiene dudas, conviene insistir en que lo de “inventar” la naranja no es ninguna broma, pues hasta que los árabes la trajeron no fue más que una fruta extraña, repulsiva y amarga de pelotas que crecía salvaje como “El Lute” y comían tan solo los esclavos cuando cometían faltas graves y algunos animalillos fieros, y no todos,  pues alguno hasta le hacía ascos. Ellos la domesticaron haciéndola valenciana, transformándola en el más delicioso fruto de la huerta y en un río de divisas, de luz y de vitaminas, pues siempre cuento que proporciona tanta felicidad que el día menos pensado será más valioso un canasto de ellas que otro de lingotes de oro y las cámaras acorazadas suizas tendrán que refrigerarse para poder almacenarlas.

¿Y el arroz? Como les dije hace unas líneas es recurso alimenticio y con él hacen pelotas tiesas o lo emplean como el pan allá por Túnez o Marruecos, y chinos, indios, indochinos o indonesios degluten arroz como las vacas pastan. Pero, ¡ay amigos!, si lo pilla un valenciano, como por arte de magia y bajo el efecto sanador y purificador del fuego, lo convierte en un periquete en paella, que no es platillo del montón entre los que edifican la gloria de nuestra cocina, sino como el buen amigo Ernesto Bernia apunta, más bien un rebuscado milagro gastronómico barroco, pero milagro bíblico a fin de cuentas. Y aprovecho la venia del citado para adentrarme en un terreno minado plagado de arenas movedizas, aventurándome en la afirmación de que no es un plato clásico de líneas inmutables, pues en nuestras cocinas admite cambios de ritmo, añadidos y variaciones. Si hiciéramos caso a Teodoro Bardají, príncipe de Binéfar, aumentaríamos, disminuiríamos o cambiaríamos sus ingredientes con la única condición de que al incluir el arroz, éste fuera medido y su cantidad exactamente igual a un poco menos de la mitad de lo que hubiese de caldo. Y les pregunto, ¿tolera la paella un pellizco de chorizo asturiano en el sofrito o los maganos de guadañeta troceaditos con su pellejo?, ¿pueden sustituirse las judías verdes por el garrofón en un paisaje pantagruélico en el que todo son suculencias?, o aún peor, ¿qué pasa si eliminamos el romero, los caracoles o el conejo? Vayan llamando al 1-1-2.

Con tanta tensión se le seca a uno el gaznate y renace el apetito de pura ansia, así que despejemos el horizonte en el hermoso local de Abraham Brández, jovenzuelo decidido, ambicioso y valiente que capitanea el Gran Azul, que no es otra cosa que una prolongación del Duna que todo pichichi conoce por su intachable trayectoria. Con un primer golpe de vista urbano e informal, su oferta y calidad beben de la casa madre, llamando poderosamente la atención el producto expuesto en sus vitrinas que muestran las líneas maestras de la casa, picoteo, pescados y mariscos limpios y un despliegue extraordinario de arroces secos o melosos en su punto justo de sazón, con el grano suelto y muy jugosos por el empleo de materia prima bien sofrita, adornados con bichos de categoría. Si piden paella valenciana llegará con pollo, conejo, pato, verdura y caracoles, y si se les antoja un arroz del “senyoret”, llevarán a la boca buenos pedazos de gamba, cigalas y langostinos. Está de muerte el arroz a banda con pescado, sepia y gambitas, el arroz con langosta en paella o en perol, la paella de rodaballo salvaje con gamba rayada y ajos tiernos o la fideuá de bacalao con cebolla y coliflor.

Pero mucho antes y para picar, el bueno de Abraham, que administra las mesas diligentemente y con sonrisa franca, les ofrecerá para picar su sepia con mahonesa que está de muerte, aunque no le vayan a la zaga las tellinas o chirlas a la brasa o la ensaladilla rusa con ventresca de bonito, el tomate valenciano trinchado y aliñado o  los molletes chicos rellenos de steak tártaro, solomillo y foie gras, rabo de toro o calamares a la romana, cuatro especialidades que justifican la escapada. El gran azul es un tasco rechulo, cómodo, accesible y a un precio muy razonable en el que podrán apaciguar sus dudas sobre lo que contiene verdaderamente una paella. ¡Amunt Valencia!

Gran Azul
Aragón 10 – Valencia
Tel.: 961 474 523
www.granazulrestaurante.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito cómodo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO  50 €

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Boceguillas

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La mejor área de servicio de España
Un local de carretera con cafetería y un comedor circular con vistas a Somosierra

Tiene uno dos carreteras anotadas en letras de oro en sus recuerdos de infancia, que no son otras que la ruta del norte, atravesando Cantabria, Asturias y Galicia hasta las mismísimas Rias Baixas, donde pasábamos los veranos retozando entre vieiras, churrasco, Mirindas, balonazos en la playa, siestas a media tarde y aquellas odiosas y obligadas digestiones de horas al raso que nos cascábamos antes de zambullirnos de nuevo en el agua, pues si incumplíamos aquella penitencia caía sobre ti una maldición azteca y tus tripas terminaban vueltas del revés y escupías sangre y agonizabas de muerte entre cloro, manguitos y regueros derretidos de Drácula y Cola-Jet, ¡terrorífico! La nacional uno, caminito de los madriles, es la otra “autopista hacia el cielo” que aún sigo transitando con la ilusión de ida de las cosas por hacer en la capital del reino o las ganas de llegar a casa y pisar la hierba del regreso, cansado de prisas, ascensores, semáforos y esa ansiedad de sentir el aliento del peatón en tu nuca.

Así que acá seguimos, yendo mucho menos a Galicia de lo que a uno le gustaría, pero cruzando a menudo la meseta en coche, rumbo a La Moraleja, Tres Cantos, calle Lagasca o Chamberí, con la música a todo trapo y esa rara costumbre de tener que desayunar, comer o cenar todos los días. Les diré que en España tenemos la fortuna de gozar en todos los barrios de fruterías bien surtidas, disponemos de una red hotelera que rompe la pana, y muy a pesar de lo que digan por ahí, disfrutamos de una red viaria atómica infestada de baretos, tascos, ventas y establecimientos de carretera con muchas ganas de atender al viajero en ruta, ¡así de clarinete!

Además del pincho, el bocata de tortilla de patata o el menú del día guisado con producto fresco y servido con sonrisa, los que nos atienden son sicólogos y nos reconfortan con información de ruta o con una bienvenida calurosa, que se agradece tanto cuando el asfalto está complicado o llevamos muchas horas al volante escuchando a Carlos Herrera, a Gemma Nierga o a Carles Francino y brota esa necesidad de estirar las piernas, echar un pis, llenar el depósito y tomarse un cafelito cortado con leche fría. Tiene uno la folla de llevar muchos años fastidiando la siesta desde la tele con sus recetitas a todos los que quieren echarse un sueñecito, así que los caretos de los camaretas cuando me ven entrar por la puerta son todo un poema. Boquiabiertos, multiplican por cien las ganas de atender, y como lleva uno media vida intentando agradar repartiendo buen rollo sartén en ristre, recoges lo que siembras: cafés más calientes, triángulos de tortilla más gordos, lisos de vino tinto, filetes que se salen del plato, más tacos de bonito en la ensalada mixta y que tus compañeros de profesión estén orgullosos de atenderte.

Me encanta hablar con mis colegas camioneros, repartidores, taxistas y gente de ruta que se dedica a currar honradamente para llevar el jornal a casa y preguntarles qué comen o cómo se arreglan y cómo se guisan ellos mismos con un infiernillo o qué transportan o en qué lugares se detienen para descansar y matar el apetito. Tienen mucho mérito y son fuente inagotable de paciencia, buen rollo y esfuerzo, pues la carretera es una puñeta, el gasóleo está caro y hemos de reconocerles el mérito. En muchas ocasiones les hablé de todos esos locales que me recomiendan y en los que paran a estirar las piernas y a zampar como guepardos: el “Volante” de Chinchilla, “El Castillo” de Sasamón, “Mesón Riscal” en Carbonero el Mayor, “Marchena” en Zafra del Záncara o el área de servicio de “Boceguillas” que hoy nos ocupa, recomendado por el trotamundos Miguel Rial, que es dardo en plena diana. Un local ejemplar con una buena cafetería y un comedor circular con vistas a Somosierra que ofrece lechazo, verduras y los típicos platos que apetecen cuando estás de viaje, huevos, ensaladas, sopas o un buen pedazo de pastel.

Los patrones comunes en estos tascos es ofrecer lo que el cliente desea y en el tiempo justo para que podamos seguir camino, así que hacen el papel de “madres” y se preocupan de que comamos caliente, rápido, a buen precio y con mimo. Son infalibles los pucheros de lentejas o una crema de verduras o un buen arroz o una pasta o un pescadito rebozado o un pollo al ajillo. Y gozas de postres caseros o de que te guiñen el ojo y te pregunten si quieres repetir, ¡eso no tiene precio!, y ocurre todos los días en muchos lugares de carretera, así que un “ole” muy grande para todos ellos.

En “Boceguillas” currelan como tigres desde 1998, año en el que Conchi Domínguez y Ángel Tobar se liaron la manta a la cabeza y habilitaron aquel complejo junto a la gasolinera dirección Madrid, en las salidas 118 y 117, o volviendo a casa, dirección Burgos, en las salidas 115 y 116, para más señas, ¡tomen nota! En la barra podrán atizarse los clásicos bocatas fríos de anchoílla en aceite con tomate, jamón, salchichón o chorizo ibérico, además de los típicos calientes de tortilla con jamón y tomate, picadillo con tortilla de patata o beicon con dos quesos. Triunfan los huevos fritos de corral con patatas, morcilla o matanza de pueblo y la amiga Conchi o Manuel, su jefe de cocina, se desgañitarán para que te sientas cómodo y pruebes las especialidades de la carta. Tienen ibéricos y buen queso de oveja, morcilla de Burgos con pimientos asados, ensaladas mixtas o camperas, y si lo que desean es cuchareo, podrán darle al potaje de garbanzos, a la sopa castellana con chorizo y al judión de La Granja con oreja. Si conducen, negocien con sus compañeros continuar ruta de copiloto y podrán así rematar con el corderito lechal asado en horno de leña o las chuletillas a la brasa, y pimplarse un trago de orujo de hierbas para continuar relajado hasta destino como un pollo de grano cebado.

Boceguillas
Boceguillas – Segovia
Tel.: 921 543 703

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Rococó de carretera
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 30 €

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CAB

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Pequeño pero matón
Abran los ojos y disfruten en una pequeña hamburguesería que no tiene rival

Todavía hoy muchos amigos se sorprenden cuando entran en mi cocina y comprueban que mi nevera habla en francés, que quiere decir que en casa apañamos casi toda la compra en la Francia de los franceses porque desde chaval es lo que aprendí. Todo pichichi sabe que me crié en las faldas del Jaizkibel, y acompañé siempre a mi madre de compras hasta el desaparecido “Squale” cercano al cine “Variétés” de Hendaya para llenar la cesta de leche en polvo “Régilait”, achicoria “Ricoré”, galletas “Pépito”, fiambre guarro, salchichas “Herta” y todo tipo de víveres para alimentar al regimiento de animalitos que criaban mis pobres padres, nada menos que cuatro pollos de grano gordos. Se pasaron la vida currando como energúmenos en la tienda “Margarita” de Irún, poniendo escaparates y atendiendo al personal que hasta allá viajaba en busca de sus fabulosas prendas para niños.

Todo esta divertida salsilla de tomate de idas y venidas, currelo y cercanía fronteriza alimentó nuestro cariño familiar por los vecinos y desde chaval nos aventuramos viendo los canales de televisión franceses, leyendo en la lengua de Serge Gainsbourg y escapándonos hasta los ultramarinos y tiendas de primores, donde aprendíamos acerca de la verdadera gastronomía y sus productos, pues en España los ultramarinos no conocían el cinemascope y casi todo se cocinaba con mucha ilusión, pero en blanco y negro y dos rombos. Los bulbos de hinojo, ruibarbos, confituras, variopintos yogures que dejaban la tapa pringosa de nata, los quesos de cabra enmohecidos, reblochones, natas dobles o aquellos latones de muslos de pato confitados que buceaban en grasa, tenían una luz colosal, que brillaba iluminando los ahumados, las chuletas de ternera lechal, la alta confitería y la repostería más refinadas que veíamos en las vitrinas de los pasteleros más reputados, que hacían malabares con chocolates, mantequillas, harinas y levaduras.


El placer que me produjo toda esta farra me distrajo tanto de los estudios, que no paré hasta colocarme frente a mi verdadera vocación, que no era otra que cocinar como aquellos chefs que ilustraban las portadas de mis libros favoritos, capaces de levantar pasteles descomunales o de fabricar unas terrinas de hojaldre rellenas de carnes y aderezos formidables. Ya entonces, cruzábamos la frontera para comprar tecnología último grito de alta fidelidad, o pastillas anticonceptivas en la farmacia, pero también pasábamos al otro lado para meternos entre pecho y espalda las primeras hamburguesas con patatas fritas, mostaza y kétchup que servían en un pequeño local del BAB2, que era un bazar inmenso en el que los españolitos paseaban con sus carros.


Cualquier excusa era poca para distraer a mis padres y poner rumbo al mercado “Les Halles de Biarritz”, que aún hoy es lugar excepcional y remozado, a pesar de la pasteurización general de todos los mercados occidentales. Existe desde 1885 y atesora queserías con mil y una piezas engordantes, panaderías y carnicerías con oficio, además de unos aledaños muy concurridos plagados de tabernas, barras de pinchos, cafés pijoteros, bistrós de película de Disney, colmados refinados de utillaje de cocina, coquetos hotelitos o pastelerías merengonas. Con muchas muescas marcadas en mi  rifle, aún hoy soy capaz de sorprenderme ante tanta mercadería y les aseguro que si les pone palote un buen bocata tanto como a mi, podrán plantarse allí cerca una de las mejores hamburguesas con patatas fritas del mundo mundial.


La calle Gambetta lleva unos años encadenando una tasca detrás de otra desde el mismo mercado hasta la salida de la localidad, por la carretera de la costa, y allí está CAB, un pequeño garito al borde de la carretera que pasaría desapercibido sin pena ni gloria, si no fuera por el tumulto que se forma a partir del mediodía. Las hamburguesas de Patrick y Sophia Charles, los patrones de la casa, vuelven locos a los nativos que surfean y a todo pichichi que quiera zampárselas. ¿Cuál es el misterio? La inmediatez con la que se elaboran y la calidad de sus ingredientes, que se cortan, tuestan, planchean o funden al momento, ¡un, dos, tres, ya! Una de las claves es el pan, que hornea a diario el vecino Frédéric Colombini; la carne es francesa y 100% vacuno, en un filete ruso bien hermoso; el queso lo afinan Sylvain y Julia Aimé en su caserío de Ossau-Iraty; el jamón y la charcutería se lo curran en la granja Acacias en Urt, emplean verdura fresca y las salsas las hacen en casa, -la mahonesa de mostaza y el tomate especiado son adictivos-, presumiendo de no emplear productos congelados.


Desde mediodía hasta medianoche no paran de darle a la plancha, a la freidora y a la tostadora y los panecillos desfilan a toda pastilla sin detenerse un minuto hasta las diminutas mesas interiores y algunas otras repartidas en la misma calle, montadas sobre la acera. Sirven una docena de hamburguesas de extraordinaria calidad, hechas a conciencia, con mimo y empleando el tiempo necesario para que todo pichichi salive contemplando el espectáculo de su elaboración, muertos de hambre y ansia viva. Esto es todo, amigos, además de unas patatas fritas en rodajas gruesas con un aliño secreto que las apelmaza y vuelve pornográficas. Anoten. Las mejores son la  “Parma”, con parmesano, mozzarella, rúcula y pesto con tomate seco, la “Comté”, bien gruesa, con el queso que le da nombre, jamón, cebolla roja y salsorra, aunque no le van a la zaga la “Clásica”, con cheddar, lechuga y cebolla roja, la “Landesa”, rellena de hamburguesa con foie gras mi-cuit, tocineta especiada y cebolla pochada, o la “Suiza”, que además de la hamburguesa de carne, chorrea Emmental. Las sirven envueltas en papel y partidas en dos, lo que facilita el mordisco. Si aún tienen hueco, endúlcense con la mousse de chocolate o el tiramisú de la casa, postres que sirven metidos en vasos de cristal. Además de refrescos y cerveza, tienen una selección de diez vinos, lo que convierte la fiesta de la hamburguesa en un verdadero festín para relamerse el bigote.

CAB
Gambetta 62 – Biarritz
Tel.: 00 33 559 51 07 10

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca inoxidable
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO Menos de 30 €

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Kaia-Kaipe

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La joyería de Getaria
Dense el gustazo de disfrutar de una casa que revienta de luz y se sale del mapa

Últimamente empiezo esta colaboración con batallitas como en los cuentos de Calleja, echando la vista atrás con demasiada frecuencia, hurgando en un baúl apolillado del que podría sacar durante meses sábanas bordadas, colchas y bajeras, que para volver a utilizar, tendría que remojar en una palangana de lejía. El caso es que para hablar del Kaia-Kaipe, frente al mar de Getaria, lugar de marineros, me vienen a la memoria las correrías del amigo Igortxo en el colegio del Alto de Gaintxurizketa, con su pantalón de tergal gris, camisa blanca, jersey de pico azul marino, calcetines oscuros y zapatos lustrosos, que era como antes íbamos a clase, hechos unos pimpollos. El segundo sucedido ocurrió años más tarde, tras dejar doblado el uniforme y pillar cada uno su camino, yo el de la desaparecida escuela de cocina del Alto de Miracruz y él, si no me falla la cabeza, los derroteros universitarios, que era el destino para los más aplicados y los chicos listos, pues yo no valía ni para cartuchos de escopeta y mi sitio en el mundo estaba junto a cebollas sofritas y filetes empanados.

Precisamente en aquella escuela de cocina en la que estudié, llena de elementos, quinquis, cateadores, figuras, macarrillas y pijoteros, apareció un artista de la pista llamado Alberto Ituarte, un mejicano de padre pelotari que se convirtió de la noche a la mañana en el amo del cotarro, controlando absolutamente a todo cristo: simpático, extrovertido, socarrón, ligón y puto amo, repartía sus horas entre el frontón, los fogones, la diversión y las obligaciones propias de alguien que sabía que si no aprovechaba la escapada y rendía sus cuentas en casa, volvería de inmediato a D.F. y se le acabaría la diversión, “llegó el comandante y mandó a parar”, por decirlo al estilo de Carlos Puebla, el “cantor de la revolución”. Así que el muchacho las mataba callando y cierto día, ojeando un ejemplar de la revista “Sobremesa”, que era el último grito en publicaciones gastronómicas, lo vi retratado en una fotografía sacada en la parrilla del mejor asador de la costa cantábrica, con dos pelotas colganderas. Era el Kaia-Kaipe, la meca para cualquier rodaballo o mero y allí estaba Ituarte, de perfil, con su camiseta azul turquesa sosteniendo una pedazo besuguera que encerraba un bicharraco del tamaño del portaviones que Trump mandó el otro día para Corea en dirección contraria, ¡vaya raza!, ¡qué titán! Alberto cruzó el charco y, como no podía ser de otra manera, se convirtió en un profeta en su tierra mejicana.

Y aquí nos plantamos, como en las pelis de Quentin Tarantino, con un chicano pendejo, un rubiales de Getaria que gestiona con mano firme el restorán familiar y el menda lerenda que les escribe sobre un local en el que llevo toda la vida divirtiéndome, con amigos, ligues, padres, hermanos y todo pichichi, pues aquel mirador sobre el puerto es inmejorable joyería por la abundancia de mariscos y pescados que sirve. Saltan bien frescos desde las embarcaciones que regresan de faenar, o desde la furgoneta que todas las mañanas pilota Igor, que es quién se ocupa de comprarlos fresquísimos e irreprochablemente gordos y de allá van para el hielo de las barras o a los viveros que tienen repartidos por todas partes.

En este paraíso se sirven platos poco habituales que son su verdadera especialidad y que no se encuentran tan primorosamente resueltos como allí, los chipirones de anzuelo en su tinta o encebollados, la centolla gallega cocida y preparada, limpia y con todos sus muslámenes metidos en el caparazón y entremezclados con los corales, que son puro delirio que se zampa con cuchara en mano y una copa de vino, pues la bodega es un despropósito. No renuncien a hincarle el diente a una itxaskabra, que es pescado de aspecto desagradable, pero de grasa deliciosa y carnes compactas y tiesas, a tomar asado si la pieza es grande o en salsa verde con patatas si les acompaña a la mesa Fernando Garate, otro asiduo que mataría por verse metido hasta los tobillos en una similar. Las nécoras son otra joya y ya les dije que los mariscos, los moluscos y las conchas son extraordinarias, igual da almejas, berberechos u ostras, buen manjar a consumir en la terraza a pie de calle o en el comedor superior frente al ratón y el puerto de singular hermosura.

Las kokotxas de merluza rebozadas, asadas o en salsa son de punto y aparte, tanto como el bogavante salteado en su propio jugo, la langosta cocida y troceada con mahonesa, las anchoas fritas al ajillo o el rodaballo asado con su gelatina y su propio condimento, así como los cogotes de merluza o mero, servidos con inhabitual generosidad. Todos los lugareños presumen de las primorosas parrillas que ofrece el pueblo, pues pocas localidades costeras tienen definida una oferta gastronómica como se dibuja en aquellas laderas en las que crecen las uvas agraces asomadas al mar con las que elaboran txakoli, adecuado complemento del pescado. Ningún veraneante o tripón de la zona perdona una visita a este templo en las fiesta de guardar o con motivo de alguna celebración familiar, efeméride o lo que sea menester, pues no hay mejor manera de celebrar la vida que chuparle la cabeza a algo recién sacado del agua.


Su cocina se beneficia del gran arte, la constancia y el currelo de algunas generaciones de mujeres y hombres que siguen la tradición de sus antepasados. Dicen las crónicas de la época, que la matriarca Mari Rosa Larrañaga empezó a ejercer su oficio de guisandera en 1962, de la mano de María Arruti y Carmen Aramburu. Hoy, la casa se proyecta al futuro con la constante renovación de sus instalaciones y la sonrisa y la eficacia de todo su equipo de cocina y sala.

Así que solo les queda salir en marcha solemne a la calle y terminar el festín en la vecina terraza del “amona María”, sentados a la fresca con un buen trago en la mano. Y que dios reparta suerte y tengamos salud para seguir visitando a menudo a la familia del Kaia-Kaipe, por los siglos de los siglos, ¡amen!, podéis ir en paz, ¡agur jesus’en ama, birjiña maitea!

Kaia
General Arnao 4 – Getaria
943 14 05 00
www.kaia-kaipe.com

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Mariñel
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 80 €

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Askua

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Lord Ricardo Gadea
Practican la religión egipcia de cocinar de perfil con cara de Anubis y sin gilipolleces

Gracias a Peter Webber, que ha dirigido con buena mano y factura la emocionante serie “Tutankamón”, vimos en primera línea de sofá los acontecimientos que se produjeron a raíz del mayor descubrimiento arqueológico del siglo veinte, que no fue otro que el hallazgo de la tumba de un faraón adolescente en el Valle de los Reyes. Esta pedazo de historia nos la cuentan a través de los dimes y diretes de sus protagonistas, que no fueron otros que el arqueólogo Howard Carter y Lord Carnarvon, que financiaba la expedición, y que en la serie interpretan el estirado y buen humorado Sam Neill y un presumido Max Irons, que se pasa los cuatro capítulos embobado con la hija del jefe y obsesionado por sacar a la luz el deslumbrante tesoro.

El caso es que con esta emisión, que confieso haber visto ya un par de veces, reviví la lectura de adolescencia de un libro que me dejó patidifuso y que no es otro que “Vida y muerte de un faraón”, escrito por la profesora Desroches-Noblecourt, que en poco más de trescientas páginas cuenta la peripecia del descubrimiento del sarcófago del faraón, desenredando la complicada madeja de sus relaciones familiares y describiendo con todo lujo de detalles la ceremonia de su coronación, reconstruyendo los nueve años de su reinado hasta llegar a los enrevesados ritos funerarios que precedieron a su muerte, dándonos una nueva y revolucionaria visión de los preciosos objetos encontrados.

Hasta entonces, pocos habían visto en color aquel tesoro, y en el libro de la profesora a uno se le daban vuelta los ojos contemplando por primera vez el ornato, la luz y la grandiosidad de tronos, máscaras funerarias y vasos canopos fotografiados por primera vez y reproducidos gracias a la cámara de F.L. Kenett, que tuvo el privilegio de manejar los tesoros fuera de las cajas y con sus propias manos para que gozáramos con sus formas y colores. ¿Y porqué les cuento todo esto? Para que vean la dimensión del careto que a uno se le queda al adentrarse en el local valenciano lleno de tesoros comestibles de Ricardo Gadea, pues debe de ser parecido, -salvando las distancias-, al que tuvo el bueno de Carter un 4 de noviembre de 1922 por la mañana, cuando el último rincón cubierto de cascajos antiguos bajo la tumba de Ramsés VI quedó limpio hasta la roca, asomando el comienzo del peldaño que le llevaría hasta un gran muro de yeso marcado con el sello de la necrópolis real. ¡Por fin, tras dieciséis escalones franqueando la barrera entre los vivos y un muerto, figuraba el nombre de Nebjeperura-Tutankhamen!, ¡cuantas golosinas por disfrutar!

El amigo Howard se lo comunicaba dos días más tarde a Carnarvon, que se encontraba cazando en los bosques de Highclere, que acudió a toda pastilla presentándose un 20 de noviembre en Alejandría, camino del Valle de los Reyes, para disfrutar del “día de los días, el más maravilloso de los que he vivido y desde luego uno de los que no volveré a ver jamás”, según dejó escrito en su diario. Fue la jornada en la que quitaron la primera piedra del muro de la puerta de la tumba, pudiendo ver por el agujero, después de la primera ojeada echada por Carter, animales extraños, estatuas, oro y carruajes que salían poco a poco a la luz desde la más absoluta oscuridad. El resto, es ya historia de la humanidad.

Los tesoros que adivinarán a través del hueco de la llave del restorán de Ricardo, son también de dimensiones mesopotámicas, asunto que desde hace ya muchos años vienen comprobando los clientes, que como los arqueólogos de la increíble historia que les acabo de contar, franquean el umbral de la puerta para sentarse en un verdadero jardín del edén. El sheriff de la casa y su perseverancia han sido premiados en casi todos los certámenes del buen gusto que aleccionan a los mejores restoranes de buen producto que practican la religión egipcia de cocinar mirando de perfil con cara de Anubis y sin gilipolleces, es decir, anteponiendo el nombre de sus proveedores a las artes de los que ofician en su fogón, que obedecen las directrices de la casa: producto bueno y punto pelota. Así que Ricardo, que es todo un señor y un profesional vestido tan primorosamente como Lord Carnarvon, entró hace tiempo en el nutrido parnaso de los locales que en España rompen la pana cocinando las golosinas mejor seleccionadas, es decir, los Kaia-Kaipe, Bidea2, Tradevo, Jaylu, Ibai, Alameda o tantos otros, con argumentos tan poderosos como chuletas de infarto, kokotxas de tamaño inabarcable o embutidos y embuchados que rompen la pana y volverían loco a cualquier cuerdo.

No se pierdan el montadito de steak tártaro, piquen aunque sea un par de croquetas de rabo de toro y curry y denle duro a las mollejas con judías verdes y mostaza, al tuétano a la brasa con ensalada de cítricos, a la explosiva y adictiva txistorra del dicharachero Patxi Larrañaga y a la ensaladilla rusa, que está para ponerle un piso con vistas a los jardines del Turia. El cuchareo se sale del mapa con guisotes contundentes y delicados, el rabo guisado y la “cap i pota” o callos guisados en salsa marrón, los sirven sin atosigar, es decir, sin desbordar, pues uno ansía seguir siendo consciente de que necesita hueco para rematar bien la faena, quizás con un pellizco de “botifarra” de perol y setas, con cecina curada o merluza albardada. En el apartado cárnico, es ineludible meterse entre pecho y espalda un pedazo de carne gallega, normalmente chuleta, que selecciona el amigo Luismi Garayar, desviviéndose para que los clientes de Askua salgan felices por la puerta, tras hincarle el diente.

Son un glorioso final feliz esos ungüentos que servirían para embalsamarnos como al joven faraón, ¡los quesos de José Manuel Manglano!, la panacotta y miel de caña, la torrija con mantecado o el tiramisú.

Askua
Felip María Garín 4 – Valencia
Tel.: 963 37 55 36
www.askuarestaurante.com

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 90 €

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La Mera Mera

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Restorán y mezcalería
La sucursal chilanga de las Cobreros en el barrio donostiarra del Antiguo.

Hace tiempo tuve la fortuna de escribir de los mismos asuntos que aquí tratamos en un portal de noticias al que ya incineramos y pusimos esquela, qué cosas y qué pellejo está uno. El caso es que en aquella república del ñampa zampa, nos dedicamos a abrir corresponsalías de la jamada y nombramos a dedo, en cada una de ellas, embajadores plenipotenciarios y cuerpo diplomático, para que de vez en cuando escribieran y dieran cuenta de cómo se traba una digestión a miles de kilómetros de la Fermín Calbetón. En aquel entonces no estábamos seguros de que hubiera vida al otro lado del Atlántico, pues Jiménez del Oso nos inoculó esa fiebre conspiranoica de que el hombre no pisó jamás la luna con aquellos zapatones y trajes metálicos a lo Rabanne.

Así, incorporamos a nuestro plantel diplomático un representante en las polonias, ¡sí!, nada menos que la patria chica de Copérnico, Chopin, Walesa, Joseph Conrad, Kieślowski o Kapuściński. No nos entraba mejor y más rico aliento en los pulmones pues el amigo Ramón cubriría la corresponsalía de aquellas tierras, teniendo la fortuna de sabernos representados en la figura de un auténtico epicúreo, fumador, bebedor y zampón como ningún otro. La remolacha, las fibras textiles, la chatarra, las legumbres, el lúpulo, el tabaco y las polacas eran entonces las principales riquezas de aquel vasto territorio, en el que también se contaban excedentes de forraje, wolframio, pasta de papel y níquel. Así que no lo dudamos y la singladura no dio fruto alguno, como no era de extrañar ante la catadura moral de nuestro aliado. Nunca recibimos noticia alguna.

Semanas más tarde, hartos de bailar con la derrota, los dioses enfilaron bien nuestro navío nombrando un nuevo notario de la causa en la patria mexicana, y entonces, ¡eureka!, tropezamos con el inmenso Alon Ruvalcaba, que nos obsequió con hermosas piezas literarias en las que se comía y bebía con inusual voracidad, “los chilangos nos movíamos un poco menos con los vaivenes de la moda, aunque nos volvimos adictos a lo que llegaba o creíamos que llegaba de Nueva York o Barcelona y las cosas cambiaron”, escribía nuestro compay. Y cierto es que pasaron por la moda del videotaco, “que aprovechaba el éxito de los localitos para tomar copas con el fondo de muchas pantallas de televisión; por la del sushi bar, que llegó acompañada de la novedad del agua embotellada hacia el final de los vanidosos años ochenta; por la del mediterráneo, que, felizmente y acaso por primera vez, nos hizo voltear los ojos hacia la calidad del ingrediente; por la del oyster bar, la más volátil de todas, y por la del bistró, ese espacio para la cocina regional doméstica, que es el equivalente de una fonda pero que en la ciudad ascendimos en mamonería; y por la de la fusión, que se apropió de media ciudad con su fácil combinación de técnicas clásicas e ingredientes supuestamente exóticos, abriendo muchas compuertas de la imaginación para acabar siendo, al final, una forma más de nuestro hastío”. Un verdadero profeta Baruk el colega Ruvalcaba, que como los grandes visionarios de nuestro tiempo, Santi Santamaría, Hilario Arbelaitz, Emeterio Sánchez, Karlos Arguiñano o Abraham García, supieron advertirnos del peligro de las viborillas antes de que salieran de los nidos.

Y antes también de que el huevo se nos endurezca y deje de estar pasado por agua, les cuento que las hermanas Cobreros abrieron en el barrio donostiarra del Antiguo una sucursal chilanga, con sus paredes desconchadas y sus tarros de salsa de chapulín y chile guajillo en la cocina. Elena y Carmen son unas crías, pero hicieron un largo viaje a México visitando zonas rurales y conociendo a paisanos de las distintas provincias. Y como no podía ser de otra manera, pues son de armas tomar y se beben la vida a tragos anchos, quedaron prendadas y juraron antes de volverse, con sus botos llenos de barro y su mezcalito en la mano, que abrirían un tasco con el que poder agradecer tanta hospitalidad y tanta salsa picosa, que ya saben que de primeras el chile ardiente no agrada, pero termina uno enganchado a él como un yonqui a la metadona. Los derroteros de la vida les llevó a fundar en la misma calle el exitoso Drinka, y cautivas por los quehaceres diarios y las movidas, olvidaron la sucursal chilanga en el fondo del cajón de los deseos.

Y en esas llegó el comandante Fidel y mando a parar y en la navidad de 2016, cuando el asunto volvió a zumbarles, convencidas y animadas por Ander Yurrita alias “txupet”, el típico cuñado brasas, se lanzaron al agua inaugurando un localito y mezcalería con comida mexicana verdadera, sin chorradas estilo “old el paso”. Dice Carmen que según llegaron al país, rumbo a San Juan de Teotihuacán, un apetito voraz las detuvo en un puesto ambulante de “carnitas” servidas en cucurucho de papel. Les supieron a gloria, así que en honor a aquel instante de felicidad, las sirven a todo pichichi para que nos pongamos como gochos. Pídanlas y aticen a la birra. Además, las muchachas saben echar un vistazo a la memoria culinaria y a la colectiva, pues no es moco de pavo cocinar en Donostia y salir airosas del intento, desbaratando sus recuerdos y sus vivencias que son platillos y volviéndolos a montar de forma sorprendente, inteligente y a veces incluso divertida: aguachiles de camarón o de res, guacamole con totopos, carnes a la brasa con mole de betabel, quesadillas y tacos al pastor, con papada y con txistorra. El servicio lo gestiona Ibon Mainar, un astronauta y artista multidisciplinar “pelo zanahoria”, que se acercó en plena obra con el compromiso de pintar un mural, y allí se quedó atrapado. La humanidad perdió una obra maestra, pero ganó una mesa gamberra atendida con naturalidad y buen rollo.

La Mera Mera
Calle Matia 38 – Donostia
Tel. 943 96 85 75

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO menos de 30 €

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Alameda

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Cocina rabiosamente contemporánea
Una familia que guisa con oficio y proyecta el Bidasoa hacia el futuro.

Muchos chaparrones cayeron desde que conozco a la familia Txapartegi, pues fueron vecinos de Villa Kurlinka y siendo chaval, era una verdadera farra visitarlos en su restorán frente a las murallas, y ahí siguen, incansables al desaliento. Eran tiempos de misa mayor de doce y media en la parroquia de nuestra Señora de la Asunción y del Manzano, y les confesaré que todas mis plegarias a los santos, ángeles y arcángeles iban encaminadas para que al finalizar la ceremonia y sus cánticos con el difunto Azkue a los mandos de la selección musical, bajáramos la calle en dirección al ayuntamiento en vez de subir a los autos aparcados frente al Parador, señal inequívoca de que terminaríamos allá sentados almorzando fritos variados, ensalada mixta, paella, callos o filete con patatas fritas, ¡vaya festival!

Años más tarde, fuimos dejando de a pocos los rituales domingueros para dar paso a las jotas con los amigos, y las visitas a tan magno establecimiento se fueron adelantando a las noches de los sábados, en la animosa compañía de los más tragones de la cuadrilla. Acudíamos a la cita en las “mobylettes”, como en una película de Jacques Tati pero mucho menos arreglados y bastante más gordos, y allá, bajo una frondosa parra, dábamos cuenta de unas cenas de infarto que consistían en ponernos ciegos de buen zampe, pescado en salsa, albóndigas, redondo de ternera, chuletillas de cordero con ensalada o lo que se terciara, para terminar cantando espantosas melodías típicamente bidasotarras. Con Borja Aparici a los mandos, a la manera de un fino y concentrado Claudio Abbado, perfumados con los tragos y las Farias en las manos, entonábamos con desatino los cánticos más sonrojantes: himno del Real Unión, del glorioso Bidasoa, Rugby Club de Irún y hasta los hit-parades más reputados del inmortal Luis Mariano, “¡para chicaaas bonitas, las de San Juan de Luuuz, cruzando el Biiidasoa, no hay como laaas de Irún!”. Un absoluto desastre.

Y no queda ahí la cosa, amigos, pues gracias a mi escasa capacidad de concentración y estudio ante los libros de matemáticas y geografía e historia y debido a mi absoluta obsesión por la cocina, todo hay que decirlo, formé pareja imbatible con Gorka Txapartegui representando juntos a la sociedad Itxas-Lur en un campeonato de Euskadi de sociedades gastronómicas, que organizaba por aquel entonces un multivitaminado y jovencísimo Rafael García Santos en los bajos del ayuntamiento donostiarra. Y allá fuimos, con un modernísimo revuelto de chipirones encebollados recostado sobre una salsa negra, fina como los pañuelos parisinos de Hermés.

Pero no quedó ahí la cosa, pues el destino volvió a cruzarnos en nuestro camino y el amigo Gorka y el menda lerenda que esto les escribe, ahora sí es cosa seria, nos puso frente a uno de los más grandes cocineros que ha parido este país, que no es otro que el inmenso Hilario Arbelaitz, que como todo el mundo sabe, pilota junto a Arantza, Eusebio y Josemari el Zuberoa oiartzuarra. Y allí tuvimos la fortuna de enfrentarnos a la desnudez de una cocina ya entonces rabiosamente contemporánea, que bebía de las fuentes más ancestrales del patrimonio gastronómico vasco: los morros de ternera, los lomos de salmonete con salsa de acelgas, el foie gras con berza y caldo de garbanzos, las irreprochables menestras de verdura, el bogavante asado al vino tinto, las tartaletas de ajoarriero o chipirones, las ostras con crema fría de coliflor o las tórtolas guisadas a la manera de la María, chamana del caserío Garbuno, fueron la inspiración para todo lo que ha ido materializándose con el tiempo en casa de los Txapartegui. Plato a plato, supieron coger impulso bebiendo del esfuerzo familiar para consolidarse como uno de los establecimientos más punteros de España, sí, de toda ella enterita, que uno está hasta el rabo de escuchar sandeces y harto de que algunos mascachapas de la profesión les sigan considerando jóvenes promesas. Pues sepan todos estos próceres salva patrias, afectados, lilas y desahuciados del verdadero disfrute, que los tres peinan ya canas en los huevos colganderos y de comprar golosinas, guisarlas, servirlas, atender y cobrarlas con gracejo y desparpajo saben un rato bien largo.

Hace poco festejaron su 75 aniversario y congregaron a todos los amigos y los proveedores de la casa que se sumaron a la farra con naturalidad, sin necesidad de notas de prensa, ni sorbeteados de miembro viril a los tartufos mandones del reino, ni “fotocol” ni esas mamonadas que hoy tanto se estilan. Y allí estuvieron al pie del cañón los integrantes del equipo, Mariví, Rodrigo, Xabier, Bianca, Iker y toda la familia, llevando sonrisa en ristre todos esos platillos que son el timbre de gloria de la casa. Porque tienen la suerte de parirlos en un enclave privilegiado, que no es otro que el país del Bidasoa, una tierra perfecta si en ella no abundara tanta mosca, fraile y carabinero, pero afortunadamente fértil en cimarrón, anchoas, chipirones de anzuelo o mendreskas de bonito. Enclave privilegiado en el que cuajó de veras aquel movimiento de la ya lejana Nueva Cocina Vasca, que arrimó el morro a los cantos de sirenas que llegaron del otro lado de los Pirineos. Y así, abiertos a la tradición del mar, a las huertas y proyectándose hacia el futuro con ese peculiar estilo que es una agradable puesta escena nada impostada, sabrosa y rabiosamente contemporánea, los Txapartegui se van acercando serenamente a los cincuenta tacos. Que no les falte salud y que lo veamos, aunque tengamos que tomar Viagra y Sintrom.

Alameda
Minasoroeta 1 – Hondarribia
943 642 789
www.restaurantealameda.net

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 90 €

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La Tasquita de Enfrente

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Alta cocina de mercado
La modernidad más rabiosa en un comedor sin coreografías del Bolshói

Ya lo dice el brillante escritor inglés Julian Barnes, “nunca compres un libro por sus ilustraciones. Nunca jamás señales una foto en un manual de cocina y digas: Voy a hacer esto. No puedes”. En su pequeño manual “El perfeccionista en la cocina” ironiza con cuestiones contenidas en cierto tipo de libros huecos, que tanto abundan, y que no conducen más que a la frustración del propio lector. ¿Cómo de grande es una cebolla mediana?, ¿cuánto pesa una cebolla pequeña?, ¿qué significa fuego medio?, ¿cuánto tiempo se han de batir ligeramente un par de huevos?, ¿cuánto cabe en una pizca? Todo son esforzados intentos en la cocina, dice Barnes, para terminar maldiciendo los recetarios profusamente ilustrados que no coinciden con la despachurrada tortilla que uno sólo es capaz de cuajar.

Así, podríamos establecer una similitud entre los poquísimos chefs que son capaces de dibujar grandes propuestas sobre la vajilla y dejarnos estupefactos en el buen sentido de la palabra, y los muchos indocumentados que pretenden hacer fuegos de artificio y sorprendernos con los mismos juegos de malabares, queriendo hacer escalera de color en cada jugada. Y no es posible, por la sencilla razón de que para lograrlo hay que tener mucho oficio, y de que en cocina se estila mucho esa máxima de “si quieres,  puedes”, te compras tu sifón con sus cargas y una rabiosa colección de botes de polvo “quimicefa” y a crear, que el mundo se va a acabar. Pues no. Si quieres, no puedes. Ni tocar el piano como Michel Camilo, ni jugar al golf como Miguel Ángel Jiménez, ni pintar al óleo como los maestros holandeses, ni hacer placajes como Gasol, ni atizar reveses como Rafa Nadal. Algunos nos quedamos para cartuchos de escopeta y estaría bien que muchos en la profesión dejaran de pillar el autobús a Lourdes pensando que la virgen les curará la cojera.

En el caso de la Tasquita, es de recibo reconocer el esfuerzo y los resultados tan sorprendentes de un tipo, Juanjo López, que es capaz de sobrevolar el territorio de la suculencia, la elegancia y la mesura, sin llegar al absurdo, a la repugnancia y a la sordidez a la que nos tienen acostumbrados algunos iluminados. Y el resultado salta a la vista, pues visita tras visita, sigue en ese empeño de ejercer la modernidad, no a cualquier precio, sino cocinando delicadamente una extraordinaria cesta de la compra en su minúsculo fogón con resultados sorprendentes: mínimos ingredientes sobre la vajilla y todos bien colocados bailando a lo agarrao para el disfrute de la concurrencia.

Así, pueden comenzar la faena con las majestuosas ortiguillas fritas, el cucharazo de erizo de mar con un toque de soja añejada, la ensaladilla rusa con peluca de los mismos erizos o de caviar, según humor, o con timbres de temporada tan apetecibles como las angulas servidas sobre huevos fritos de corral, que suena de miedo y parece un plato del mismísimo Cenador del Prado de Tomás Herranz, que dios tenga en su gloria. Como buenos tasqueros, dominan el amigo López y sus secuaces los asuntos de la fritura de sartén, asunto que les viene dado como el santo óleo a la reina inglesa Isabel y por encontrarse frente a la ya desaparecida Gran Tasca de la calle Ballesta, que no es “The Mall” ni falta que les hace, nobleza obliga. La croqueta de cecina que sirven parece más buñuelo que croqueta, con un rebozo que aspira a ser tempura y resulta croqueta atormentada de lo rica que está, como una hija única que está buena de bocado y vaga por el mundo aterida por quedarse sola, confundida, que igual le da caer rendida en brazos de un armador que en los de un timbalero de sucio malecón.

Luego, cuajan un revuelto de yema de huevo con trufa, que es más crema que revoltillo porque el asunto trata de comerse a cucharadas la potencia de cien yemas de santa teresa del amor hermoso con unas lascas negras tan grandes, que podrían servir como edredón a veinte pollos de grano gordos. Dicen que se curran un cocido vegetal y lo condensan en un nabo trufado, que suena como muy cochino pero no es otra cosa que un sentido homenaje a la nabiza, que aunque aún hoy algunos cocinerillos se lo tomen a guasa y lo ignoren, es la piedra angular de cualquier cocido de relevancia, pues sin garbanzo, chorizo, col o patata no hay cocido que merezca la pena, y el nabo, queridos colegas, le da a la sopa el punto gargantuesco que necesita una cuchara para ser rechupeteada. Y para terminar, solomillo “Luismi”, raya a la mantequilla negra, merluza sobre caldo de bullabesa y pichón de “Bresse” asado, que parecen capítulos del libro de Néstor Luján “Carnet de ruta”, con su epílogo para los reputados callos del Gaona, las albóndigas de vaca o los zorzales fritos, que son unos pajaritos chicos muy finolis que picotean las olivas y solo comen las mejores tapas que la naturaleza les ofrece, lombrices o caracoles que cazan en campo abierto y hurgando en la hojarasca.

¡Ah, perfidia!, no se piren sin pegarle un bocado a mi debilidad que no es otra que esa “falsa” torrija que esconden bajo la barra del bar y que poco tiene de mentirosa la muy canalla, porque engorda la condenada y está de muerte. Ya saben que en la tonta gastronomía contemporánea que nos confunde, como la noche a Dinio García, si algo se nos anuncia como “falso” es porque le sacaron la chicha buena sustituyéndola por trampa: en vez de tocino, rábano, y en lugar de carne buena, sandía texturizada y así está el gremio, con agilipollamiento crónico. El que es feo no se ve feo, el que es gordo no se ve gordo, el que es tonto no se ve tonto… y así nos luce a todos la melena, cuando en realidad lo que el goloso busca es disfrutar como un tigre de bengala y pegarle bocado a una papada, haciendo concesión a la modernidad más rabiosa en un comedor sin coreografías del Bolshói. La casa de Juanjo es un buen probador para vestirse por los pies.

La Tasquita de Enfrente
Calle de la Ballesta 6 – Madrid
Tel.: 91 532 54 49
www.latasquitadeenfrente.com

COCINA Tasca de lujo
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
Precio medio: 100 €

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Hueva de mújol Diego

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O de una hueva elaborada según el método sureño: sal, agua y aire.

Siempre explico que la afición por la cocina me viene por las ganas de agradar a los amigos de mis padres cuando venían a cenar a villa Kurlinka, es decir que uno cocina porque le ponía palote ser buen anfitrión, poner la mesa, servir la cerveza helada y  estar sentado con ellos en la mesa, escuchándoles y oliendo el humo de sus cigarrillos.

Recuerdo con especial cariño a Mari Carmen y Jose Miñana y a Cristina y Pablo Carlés, que venían cada verano a comer chipirones en su tinta y muchos pinchos de tortilla de patatas. También tuve la folla de conocer a los amiguetes andaluces de mis viejos, con los que me he reído hasta enronquecer y con los que me sigo partiendo la caja aún hoy, José María y Alejandro, que viajaban en un dos caballos y se metían entre pecho y espalda 25 botellines de cerveza, unos verdaderos titanes: los miraba y me parecían dioses griegos.

En alguno de sus viajes estos dos malajes trajeron huevas de pescado en sus alforjas y caí rendido en la perdición hasta hoy mismo, pues siguen pareciéndome un manjar al nivel del mejor jamón ibérico, de la mejor anchoa en salazón, de la mejor mendreska de bonito o de la mejor caña de lomo, así de clarinete, ¡muero por hincarles el diente! Son un trofeo apreciado en Levante desde los tiempos romanos, cuando los pescadores salaban el exceso de sus capturas.

Hoy Salazones Diego adapta esta milenaria tradición al siglo XXI y las suyas se salen del mapa, pues son tiernas y grasosas, aseguran materia prima de máxima calidad, sal, agua y exposición al aire para su secado. No llevan aditivos ni conservantes artificiales, y las empaquetan desde 1939, ahí es nada. Eso sí, son para paladares aguerridos y es muy importante que las rebanen un poco gruesas sobre la tabla, con un cuchillo afilado. Con almendras tostadas, a bocados o sobre una pasta recién hervida con una gota de aceite de oliva, no las olvidarán si las prueban.

www.salazonesdiego.com
Precio aprox.: pieza 150 g – 12 euros

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Rekondo

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Un asador feliz
Txomin es prohombre de la gastronomía al que deberíamos dedicar un monumento.

Qué quieren que les diga, pero en esta tierra nos hemos vuelto bobos de alirón, todo el día homenajeando a cevicheros, a sandungueros del lago Titicaca, a cultivadores de coliflores orgánicas del estado de Milwaukee y a los patateros guatemaltecos que hacen esa encomiable labor de ofrecer al mundo unas papas que no hay forma de comerse ni hervidas noventa minutos. Y entre viaje de comisionados, sesión de fotos con el Dalai Lama, “showcooking” con Rigoberta Menchú y rueda de prensa en la comisión de la fiesta boliviana del anticucho ante la prensa especializada, aquí en casa ya es más fácil papearse un tiradito de pez limón con sus amígdalas escabechadas o un bocata de calamares agripicantes con mahonesa de kimchi que un buen marmitako de bonito o unos chipirones encebollados bien guisados, y no exagero, que ustedes ya me conocen. Y en esta mermelada andamos comprobando absortos quién es el más listillo del condado y más rápido en subirse antes al avión o de colarse en la reunión de prebostes de los huevos.

Algo de razón llevaba el inmenso Santi Santamaría, que si estuviera vivo reventaría el sistema desde las cloacas, cuando decía que el cosmopolita espera encontrar la comida del lugar que visita y así nos va. En nuestras calles todas las pizarras le dan cosa fina a los rollitos nem, los bollitos bao, el uramaki, las gyozas, los sangüichitos de porchetta, los agnolotti en salsa y los curris, y al otro lado del charco todo pichichi anda cautivo con los espumoides, alcaloides, las zarabandas y los trampantojos. Voy echando el freno que me salgo de las curvas, pues todo esto viene a cuento para presentarles el establecimiento que hoy nos ocupa, liderado por un prohombre de la gastronomía vasca al que deberíamos de erigir un monumento por algún lado, en vez de preocuparnos tanto por golfear y alabarle el gusto al rocoto y a la berenjena tatemada, me cago en la corona circular.

Hablamos de Txomin Rekondo y de su simpar asador-restorán en el que guisan cocina vasca desde siempre, renovando el local y hermoseándolo, con esa inabarcable bodega que habitan unas dos mil quinientas referencias y más de cien mil botellas, elegida en 2011 como una de las cinco mejores del mundo por la revista “Wine Spectator”. Desde entonces, como siempre que los forasteros aprecian lo extraordinario, son muchos los que aterrizan desde los países más extraños para pimplárselas. Así que vayan, saluden al patrón y a su hermosa hija Lourdes y zampen a dos carrillos, que en cualquier momento nos atropella el autobús de marras.

Están, como todo el mundo sabe, en las faldas del monte Igeldo, atrapados en esos pliegues costeros que son casi pequeños valles. Entre comedor y comedor, pues los hay grandes, pequeños, más o menos historiados e incluso subterráneos, verán los asadores de parrillas inclinadas y brasas de carbón, pues Rekondo es, ante todo, un asador fundado por el maestro Txomin, hermano de Josemaría Rekondo, -torero que los aficionados aún recuerdan por su arte y valentía en los ruedos-, que en sus ya cincuenta años de historia ha vivido una evolución vertiginosa.

Aparte de los asados que han dado celebridad al local, tienen una cocina sencilla pero muy sabrosa. Abundan las verduras, como es habitual en los fogones en los que se trabaja desde bien temprano, y el amigo Iñaki Arrieta y su equipo se lo curran de lo lindo, ofreciendo en temporada guisantes salteados que son plato de fino gourmet o espárragos blancos de sabor delicado. A la entrada, siempre hubo barra y una pecera de marisco para que el cliente se impresione y seleccione el de su agrado. Además, son de nota las ostras frescas y jugosas, el txangurro a la donostiarra gratinado al horno, las alcachofas rellenas, los pimientos con rabo, el arroz con almejas y la morcilla de Urt a la manera de Christian Parra, pintarrajeada con un aliño de mostaza, berros y pera.

En invierno pueden tomarse de primer plato unas angulas de primera, servidas en abundancia y unos platos de caza asada o guisada que se salen del mapa, pero ahora es tiempo de jazz, parrillas, folleteo playero y alpargatas y lo que abundan son las guindillas y pimientos verdes fritos, las ensaladas de tomate con cebolleta o el bonito con tomate y en cualquier momento llegarán las pochas, que suelen guisar con proverbial cochura en compañía de piparras encurtidas. La carne está muy bien seleccionada y la cortan siempre como se debe, pues el buen tajo a una chuleta es esencial y el tablajero pone especial atención en esto. Los asados, según el punto que solicite el cliente, son sencillamente perfectos y es la especialidad a pedir en Rekondo, aunque no le van a la zaga las kokotxas de merluza, rebozadas o en la típica salsa ligada con buen aceite, ajos, guindilla y perejil, los chipirones en su tinta con la coscorra de pan frito y el arroz blanco o el lenguado asado, que sirven con un buen refrito y que debe rechupetearse hasta dejar sus huesecillos mondos y lirondos.

Aunque algunos habituales suelen rociar sus especialidades con sidra, ya les dije al comienzo que la carta de vinos es selecta y excepcional, con joyas increíbles a precios atómicos y verdaderas oportunidades que no deberían dejar pasar. Si son capaces de entender el extraño y musical dialecto castellano en el que se comunica el electrónico y brillante Martín Flea, que todo el mundo sabe que es el sumiller residente de Rekondo y está más locuaz, radiante en su pellejo y eficaz que nunca jamás.

Rekondo
Paseo de Igueldo 57 – Donostia
Tel.: 943 212 907
www.rekondo.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 65 €

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Bodega Bar El Pimpi

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Tasca de gran solera
“Si me pierdo una tarde en Málaga, en el Pimpi me encontrarán”

El Pimpi es una de las bodegas más castizas de toda Málaga y en sus casi cincuenta años de farras y de servicio al respetable se ha convertido por méritos propios en lugar de encuentro de vecinos y guiris, que allá acuden como locos en cuanto aterrizan, se pegan la ducha en el hotel y se calzan las alpargatas. Está localizada en pleno corazón de la ciudad y a muy pocos pasos de la catedral, junto al museo Picasso y la plaza de la Merced, frente a la Alcazaba y el imponente teatro romano.

Según reza el diccionario de malagueñismos de Juan Cepas, el Pimpi era un tipo muy popular que solía dejarse ver por el puerto ayudando a las tripulaciones en los desembarcos, acompañando a los antiguos viajeros por las callejuelas de Málaga. Así que el artista debió de ser un avispado buscavidas que improvisó un atento y simpático servicio de guía turístico, “ya saben, si me necesitan no tienen más que silbar y ahí que se presenta un servidor de ustedes para lo que gusten mandar”. Así que los “pimpis”, si nos atenemos a las crónicas de la época, fueron los primeros guías de la ciudad de Málaga antes de que el asunto se convirtiera en una profesión. Hoy todo pichichi lleva su guía Michelin bajo el brazo o se curra el viaje tres meses antes desde casa y desembarca sabiéndose al dedillo hasta los nombres de las calles, pero aquellos “pimpis”, antes de que fuéramos tan sabiondos y repipis, llevaban a los turistas primerizos por todos los rinconcillos, enseñándoles los monumentos más grandiosos, las tías más macizas y los “perlas” más ilustrados. Y así andarían todo el día de arriba para abajo, lidiando con las tapitas y los tragos, moviendo el esqueleto y estremeciéndose en los tablaos, disfrutando del cante flamenco.

Así, la tasca que hoy nos ocupa, fundada por los cordobeses Paco Campos y Pepe Cobos en agosto de 1971 en una vieja casa de larga historia e intachable pedigrí, es una venerable institución por la que pasó todo mosca y el lugar en el mundo en el que se siguen celebrando, con arreglo a las más entrañables tradiciones, festejos tan antiguos como las Cruces de Mayo, los Belenes, la Semana Santa, la Feria de Agosto y la gran fiesta de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora Santa María de la Victoria, cada ocho de septiembre, ¡como en Hondarribia!, que el mismo día y con gran alboroto para sus vecinos, celebra sus coloridas y sensacionales fiestas patronales. Pero vayamos al grano. Les contaba de manera dispersa, como de costumbre, que la solera del establecimiento que hoy nos entretiene, pringada de aserrín, vino generoso y grasa de jamón, se levanta sobre una antigua calzada romana y mucho antes de convertirse en ilustre taberna, fue caballeriza del cercano Palacio de los Condes de Buenavista, convento de monjas de clausura y ya entrado el siglo veinte, tablao flamenco y cabaret, como los de París pero sin tanta cursilada y floripondio.

Si entran por la hermoseada puerta principal de la calle Granada, se tropezarán con el florido patio de la Repompa, que fue una de las más celebres y populares cantaoras malagueñas, nacida en el Perchel y fallecida muy joven en 1959. Si lo atraviesan, santígüense, ¡por el amor de dios!, pues pasarán por la sala de las tertulias, que toma el nombre de Antonio Gala, buen amigo de la casa y cuyas fotografías cuelgan de las paredes. Y por fin, ¡aleluya!, se tropezarán con la inmensa barra, sus cañeros de cerveza y los camareros uniformados listos para despacharles lo que les venga en gana. En las paredes podrán admirar todas las fotografías que dan testimonio de los artistas, escritores, políticos y personajes ilustres que pasaron por allá antes que ustedes. Si ya tienen la copa en la mano o la cervecita helada, no tienen más que avanzar unos metros para darse de bruces con un nuevo patio cerrado en el que encontrarán al cortador de jamón, así que sírvanse una ración del que más les plazca, pues la selección suele ser de órdago, Jabugo, Pedroches y Extremadura, tela marinera. Miren a su alrededor y admiren la hermosa fuente barroca que antaño fue abrevadero y que hoy llaman patio de Gloria Fuertes, pues precisamente allí se levantaba una imponente parra bajo la que la buena mujer se agarraba sus buenas chufas. Y desde allá, podrán acceder por unas empinadas escaleras al palomar de Picasso, que es un hermoso y austero salón en el que se alcanzan unas vistas majestuosas sobre el teatro romano y la Alcazaba.

Se les habrá vaciado la copa y no sentirán ya el saborcillo del jamón, así que bajen de nuevo al piso y accedan al salón de los Barriles, que es la bodega propiamente dicha. En todas sus soleras se criaban los vinos malagueños, vendimiados en las serranías que rodean la ciudad, verdadero vergel de uva moscatel de la que se obtenían por exposición al sol las celebres pasas y los no menos reputados vinazos que se manufacturan con ellas y que dan fama a Málaga en el mundo entero. Si levantan la vista verán unos barcos que penden del techo, como en la iglesia de San Antón de Getaria o en el Santuario de Guadalupe de Hondarribia, que recuerdan el comercio marítimo y vinatero de otros tiempos, cuando aquellos vinazos viajaban hasta Norteamérica, Inglaterra o la corte de los mismísimos zares, que encontraban en su calentura el consuelo para sus gélidas y húmedas noches de invierno.

Salgan a la terraza y siéntense en sus mesas para picotear finamente, se les pasarán las horas volando y en menos de lo que canta un gallo tendrán que merendar, así que prueben el marisco y la gloriosa fritura que se curran en el Pimpi Marinero que se hizo hueco al otro lado de la plaza que comunica la calle Granada con la Alcazabilla: los montaditos, los adobos, las conchas finas, los salmonetitos, las acedías, los boquerones, las puntillitas o las coquinas les alegrarán el morrete cosa fina. ¡Viva el Pimpi y la madre que parió a sus propietarios!

Bodega Bar El Pimpi
Calle Granada 62 y Jardines Alcazabilla – Málaga
Tel. 952 228 990 – 952 225 403
www.elpimpi.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 50 €

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Corral de la Morería

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El tablao más famoso del mundo
El corral tiene grabado su nombre con letras de oro en la historia del flamenco

Con más de sesenta años de andadura y convertido hoy en uno de los símbolos de Madrid desde su inauguración en 1956, ofrece cada noche una experiencia única en el mundo gracias a su apuesta por la máxima calidad tanto en la programación artística como en su renovada oferta gastronómica. Los americanos, que son muy listos y se beben nuestro Valbuena y nuestro Vega-Sicilia único a morro, incluyeron ya el establecimiento en el libro del New York Times “1.000 sitios que ver antes de morir”. Y se quedaron más panchos que anchos, buenos son.

Ubicado en Las Vistillas, en pleno barrio de La Latina, por sus tablas pasaron desde Pastora Imperio a Blanca del Rey, acogiendo y lanzando a figuras de relumbrón como Antonio Gades, La Chunga, Fosforito, María Albaicín, Lucero Tena, Serranito, Fernanda y Bernarda de Utrera, Manuela Vargas, El Güito, Mario Maya, La Paquera de Jerez, Lola Greco, Javier Barón, Diego el Cigala, José Mercé o Antonio Canales entre muchos otros primeros espadas. Su escenario, además, protagonizó algunas de las páginas más memorables de la historia del arte flamenco, hitos como la presentación de “Entre dos aguas” de Paco de Lucía, que dios guarde a su vera, el debut y despegue profesional de Isabel Pantoja “se me enamora el alma, se me enamora” o las noches con duende del gran Sabicas cuando visitaba España.

El Corral ha proyectado internacionalmente el mejor flamenco, manteniendo su espíritu de empresa familiar gracias a la singular figura de Manuel del Rey, fundador del tablao, proveniente de una familia dedicada al oficio de restaurantero, que llegado el momento decidió́ dar el salto y ponerse por su cuenta, ideando la fórmula del éxito al combinar, en una sola experiencia, el mejor flamenco con una mesa arreglada y mejor atendida. Hoy son sus hijos Juan Manuel y Armando los encargados de dirigir y renovar la institución, proyectándola hacia el futuro y armando una cocina de competición con el gran David García al timón del buque insignia.

A lo largo de su historia, albergaron entre su clientela a destacadas personalidades internacionales de la política, el arte o el deporte, y no es raro encontrar entre sus mesas a estrellas de la música de incógnito, actores de Hollywood ocultos bajo gorras de beisbol, presidentes de Gobierno con ganas de mambo, empresarios de relumbrón o miembros de familias reales. La interminable lista de nombres célebres que se desgañitaron dando palmas ha convertido al lugar en catedral de peso histórico por las anécdotas ocurridas. Muchos recuerdan con emoción los tuteos de Blanca del Rey con los grandes de la danza, Nureyev, Maya Pliteskaya, Mikhail Baryshnikov o Maurice Bejart; la visita secreta del comandante Ché Guevara; las andanzas de la tigresa Ava Gadner con el chuleta de Frank Sinatra y Luis Miguel Dominguín; las “pataítas por bulerías” de Ronald Reagan con Lucero; la juerga flamenca de John Lennon en sus sótanos o el intento de Dalí de asistir con su mascota, que no era gatito manso sino pantera negra con todas sus hileras afiladas de dientes.

Y les hablaba del gran David, pedazo de cocinero al que conozco hace muchos años, que mamó el oficio desde crío, pues su familia capitaneó el Támesis mientras de chaval lidiaba con los pucheros en la escuela de hostelería de Santurce. Por las ganas que ponía en la confección de los sofritos, lo mandó su padre a ver a Martín Berasategui para que le diera su bendición y le tomara las medidas para su traje de luces, y el obispo de Lasarte lo adoctrinó enseñándole a torear becerras y a manejar el capote. Aprendiendo oficio, disciplina, técnica y temple, se echó el macuto a la espalda aterrizando en la capital del reino, listo para lidiar en las Ventas con el paquete más prieto que el de Manolete, consiguiendo en poco tiempo su estrella Michelin.

Pocos cocineros pueden presumir de tener el fogón en un corral, y el de David echa chispas en el estreno de unas instalaciones en las que sobrevuela el duende en el ambiente, pues cerca de sus cámaras frigoríficas, sus sartenes y pucheros se mueven gentes tan extraordinarias y fenómenas como la Lupi, Antonio Canales, Chelo Pantoja, Luis Miguel Manzano, Ángel Rojas, Curro de María, Antonio “El Pola”, Manuel Tañé, David “El Galli” o Juan José Amador “El Perre”, con un arte y salero que no se puede aguantar. Si a semejante farra le suman una cocina perfectamente ejecutada y una bodega con especial querencia hacia los vinos del marco de Jerez, el asunto se convierte en la mejor oferta lúdica del Madrid de los madriles, como hay un dios.

En resumiendo, pónganse hasta el gollete cenando mientras escuchan a los grandes o reserven una mesa en el coqueto comedor si lo que necesitan es concentración para el ligoteo o el ejercicio de cualquier arte que quieran poner en práctica sin la molestia de un taconeo, aunque sobre decir que ustedes se lo perderán. Sí, podrán gozar de un buen jamón o de unas almejas en salsa verde o percebe o producto en bruto, pero no olviden que el chef tiene oficio y se recrea con los tomates cosa fina, guarneciéndolos con dátiles, espárragos y ajoblanco. O no se corta un pelo pringando sus raviolis con bogavante o rellenando los tomates de chipirones o rociando los huevos escalfados con una sopa untuosa de cocido madrileño, con su morcillo, su hueso de jamón y su cañada. Y así suena y sabe todo, no se andan con chiquitas y los pichones bailan a lo “agarrao” con el trigo sarraceno estofado, las patatas rustidas le hacen palmas al cordero o el parmentier y un jugo de vino oloroso hacen lo propio con un pollo de corral. Aquí es todo bravo, valiente, genuino, auténtico y de verdad. Ya les gustaría tener semejante despliegue de arte y emoción a tantos garitos de plexiglás que se abren con abundancia en la billetera y tanta chorrada, pero a los que les falta esa sabia y esa raza que el Corral atesora con pasmosa naturalidad, ¡larga vida!

Corral de la Morería
Morería 17 – Madrid
Tel.: 91 365 84 46
www.corraldelamoreria.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE catedral del flamenco
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / Negocios
PRECIO 60 €

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Landa

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Oasis de carretera
Ansia viva por detener el auto y gozar y beber como un tigre bengalí.

La última vez que les hablé del Landa burgalés les conté nuestra odisea familiar cada vez que viajábamos a los madriles en un Seat 131 Diplomatic cargados de paquetes, como en las películas de Paco Martínez Soria. Mis padres preparaban aquella odisea con la misma meticulosidad con la que el capitán Ahab llenaba las fauces de su ballenero Pequod, en una obsesiva y autodestructiva persecución del gran cachalote blanco. La misma víspera, antes de irnos a dormir y encomendarnos a los dioses para llegar sanos y salvos a destino, mi madre preparaba unos bocadillos poco apetecibles que eran el más perverso y cruel antídoto contra la gula y la lujuria.

Todos sabíamos que aquellos triángulos envueltos en papel de plata evitarían lo que con tanto ahínco deseábamos, que no era otra cosa que detenernos en el Hotel Landa a almorzar o a tomar el aperitivo, igual nos daba, pues la sola visión de sus huevos fritos con morcilla retostada elevaba nuestra testosterona hasta refreírnos la sesera y convertirnos en locos y agitados primates de zoológico. Así, elevábamos nuestras plegarias al altísimo creador para que nuestra madre olvidara las fiambreras en el rellano de la escalera o en la nevera y pasábamos parte del viaje haciendo reiki entre los hermanos para que una fuerza superior detuviera el automóvil en el establecimiento que hoy nos ocupa.

Parecía cosa de meigas, pero les juro que la Biodramina que nos adormilaba desde el Cola Cao del desayuno para evitar el mareo, surtía efecto hasta el momento justo en el que cruzábamos el peaje de Burgos, pues aparecía la catedral allá en la lejanía y como por arte de magia, nos despertábamos agitados ante la posibilidad de detenernos a almorzar unos huevos o un pepito de ternera con sus ajitos. Para que se hagan una idea, semejantes golosinas se apoderaban de mi mente en una especie de destello con forma de haz luminoso, similar al del espíritu santo sobre la virgen en el extraordinario cuadro de La Anunciación de Fra Angélico, que parece un trabajo realizado en el cielo por su brillo y su meticulosidad.

Así las cosas, les recuerdo de nuevo que el Landa abrió al público sus instalaciones en 1959, ahí es nada, de tal forma que varias generaciones de viajeros hemos repostado allá y nos hemos detenido soñando al volante con su barra, sus terrazas, su coqueto restorán, sus habitaciones, o mejor aún, su descomunal e inigualable piscina catedralicia, digna de un papa Borgia. No crean ustedes que aquello es un establecimiento de carretera cualquiera, pues ya fue concebido con la intención de agradar a sus clientes con la misma calidad que encontraban en los mejores y más punteros establecimientos de entonces.

Jesús Landa abrió un sencillo restorán con grandes aspiraciones, como correspondía al miembro de una familia con tradición hostelera de calidad, pues su padre Escolástico fue cocinero en el club Puerta de Hierro de Madrid y en La Perla donostiarra, y su hermana Ángela fue autora de grandes recetarios como “A fuego lento” o “El libro de la repostería”, que son libros que muchos atesoramos en casa. Así, poco a poco el Landa y su buena reputación se ampliaron, incluyendo un estupendo bar, hotel y hasta una torre medieval del siglo XIV trasladada piedra a piedra hasta allí desde el pueblo burgalés de Albillos en 1964.

Muchos años después de su apertura, podemos encontrar aún vigentes y con más garra sus signos inequívocos de calidad, a la sazón, servicio eficaz que recuerda con brillo en los ojos tu última visita, solera, belleza y detalle en las instalaciones, y lo que es más importante, productos locales tratados con mimo y poca concesión a la tontería. Recréense en sus distintos ambientes, pues dependiendo de la prisa que uno lleve podrán detenerse más o menos tiempo en su comedor, barra, terraza, porche acristalado o piscina, pues si llevan bañador en el equipaje, podrán comerse un asado y darse un chapuzón con una copa de Ribera del Duero.

No hay mayor gozo que aterrizar a hora temprana, sintiendo el olor del café molido, el croissant recién horneado y las chispas del zumo de naranja, pues es un verdadero deleite franquear el umbral de la puerta y comprobar que las mesas del fondo y su bancada corrida están libres, ¡eureka! Reúnen a una variopinta clientela, desde estirados o nerviosos ejecutivos de corbata que se conforman con un simple consomé hasta cazadores de paso y tripones o funambulistas que anudan su servilleta al cuello y le dan al pan, al unte y al chupe cosa fina, picoteando raciones de albóndigas o pimientos, hincando el diente a algún bocata lujurioso. Son valor seguro las croquetas, las empanadillas, las ensaladas ilustradas, los escabeches o el embutido. De su carta, destacan especialidades como la sopa de ajo con huevo, el bacalao con pisto, las lentejas, ese chorizo que al pincharse escupe grasa y hace por igual las delicias de chóferes y reyes, o su tiernísimo cordero lechal asado en horno de leña.

En dulce son campeones del mundo, pues la partida de pastelería del complejo compite en maquinaria y recetario con las grandes casas que son capaces de fraguar todos los días sus propias masas, galletas y confites: milhojas, canutillos de hojaldre, franchipanes, brioches, palmeras, yemas o las inimitables reinosas, caracolas, rosquillas de sartén y magdalenas.

Landa
Carretera Madrid-Irún km. 235 – Burgos
Tel.: 947 25 77 77
www.landa.as
Contacto: Iñigo Rodríguez 666 571 015

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre elegante
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PRECIO 60 €

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San Francisco 33

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Pequeño pero matón
Llevan hasta tu toalla de la playa unos irresistibles bocatas de pan crujiente

En el barrio de Sagües hubo hace muchos años matadero y por allí no paraba ni el hijo del sereno para llevar el almuerzo a su padre. Los más cascados de la ciudad cuentan que el lugar se concibió para dar cobijo a las cuadrillas de obreros que participaron en la construcción de la lustrosa y luminosa barriada de Gros, así que si necesitan ampliar la información, ya saben, busquen a Javier Sada y los ilustrará con todo lujo de detalles, pues no hay mejor cronista en la ciudad, ¡menudo tío!

Los que rozamos casi ya la cincuentena y peinamos alguna que otra cana en la huevada recordamos con ilusión aquel pedregal en el que algunos hicieron el cabra con la moto, otros acrobacias con la bici, hogueras por San Juan y que además de escombrera de las pequeñas obras de los pudientes, sirvió de zona de asueto para los que de ciento en viento íbamos a empañar las lunas del coche, ¡qué tiempos tía Gloriatxo y qué suerte la mía!, pues algo más tarde me vi allí viviendo la soltería por unos cuantos años largos. Nunca olvidaré aquel tercer piso abierto al mar sobre el castizo bar El Muro del amigo Javi, con su portal minúsculo y ridículo ascensor. El salitre, los surfistas engominados, el ambiente relajado de barrio, la megafonía playera radiando la fiesta sobre las olas desde las siete de la mañana de cualquier domingo o la soledad del asfalto cuando azotaba el temporal de invierno, son recuerdos que aún hoy me iluminan la sonrisa. Sí, amigos, venían los colegas a casa y subían prestadas las sillas de las terrazas de la calle para poder sentarnos todos juntos a la mesa, ¡qué descojono!

Teníamos el Scanner para echar las birras, el garaje de reparación de automóviles más casta y eficaz para revisar los manguitos del aceite, la desaparecida Bodeguilla, un zulo viejo y destartalado en el que los más chulitos guardábamos las motos, el tasco de la esquina de Imanol y un ultramarinos al que bajábamos a por jamón cocido, papel de culo, jabón de lavadora, pan o naranja de zumo, verdadero paraíso para todo tipo de remiendos. Aún hoy, antes de tirar para casa, suelo darme un voltio para saludar a los que resisten al pie de sus negocios, como verdaderos samuráis. Donde antes había locales cerrados ahora venden ensaladas y poco a poco aquello toma su verdadera carta de naturaleza de entorno privilegiado y feliz. La ruina y la roña hace ya tiempo que se transformaron en explanada en la que se acumulan las atracciones y campan a sus anchas las zonas de aparcamiento, la paloma de Néstor Basterretxea, las instalaciones deportivas y los columpios decentes, que se levantan sobre firme acolchado para que la chavalería amortigüe los chichones, ya saben que vivimos tiempos pasteurizados en los que reina la sobreprotección de críos y de datos, ¡sálvese quién pueda!

Lo cierto es que el barrio irradia buen rollo y la gente más molona lleva tiempo haciendo suyo el entorno, apropiándose del muro para ver atardecer, de las olas para practicar surf o de las terrazas, para echarse un trago mientras la peña le da duro al patín, al palique y al deporte. Así, entre toda esta salsa tan divertida y cachonda, el vecindario acaba de dar la bienvenida a un nuevo garito que no es otro que la bocatería del amigo Axel Díaz, que ha rehabilitado uno de los locales más guapos del entorno, después de triunfar en Zarautz, replicando un establecimiento que borda los bocatas cosa fina. El chaval es hijo de tasquero y anticuario y como al galgo siempre le viene de casta, ha montado una cocina guapa con azulejos biselados y detalles femeninos de relumbrón, estetas y sibaritas. En la planta de calle del nuevo local encontrarán el San Francisco 33, y en el zulo está la amiga Gabriela con “Tenedor Tours” y la panda del “Basque Country Cycling”, que se dedican a montar a guiris en bicis para que alucinen de nuestro entorno y aflojen a su paso la cartera, ¡viva el turismo, redios! Además, instalaron una heladería, ¡no se precipiten y dejen el cucurucho para el final!, así que podrán disfrutar de todos los sabores y colores elaborados por Felipe Omagobeaskoa, el heladero de Omago Txiki, que parece personaje de Juego de Tronos.

Pero mordamos el queso de una vez y expliquemos de qué va el asunto, que consiste no más en que te comes allí tu bocata, lo llevas a casa o mejor aún, ellos mismos te lo acercan con una pequeña flota de bicicletas hasta tu toalla de la playa, ¡vaya, vaya! El garito ofrece cuatro cosillas pero todas bien hechas, gazpacho, ensaladas y sándwiches tan simples como deliciosos -el 310 se sale del mapa-. Después, una decena de bocadillos donde elegir, entre los que destacan un buen vegetal, uno ibérico con su pan con tomate, jamón y aceite de oliva virgen, el llamado “Fresh”, que entra de cine con su jamón york, queso, tomate y albahaca, el “Belartieta”, con queso, tomate, cilantro y aguacate o el “Olivia”. Y como son más chulos que un ocho de hojaldre untado en leche fría, ofrecen también bocatas firmados por los grandes chefs del continente europeo como Eneko Arguiñano “Tony Curtis”, Martín Berasategui, Juanmari y Elena Arzak o la gran revelación del momento, un tal David de Jorge, que les pone en bandeja dos clásicos eternos como el “Robintxo”, relleno de ventresca con pimiento rojo, y el “Imperial”, alianza indestructible de bonito, anchoas, guindillas y salsa mahonesa.

En Donostia incorporaron alguna novedad como el sándwich “Carmencita”, relleno de mostaza, pollo, mahonesa, pimienta y rúcula, cuyo nombre se debe a la creadora y encargada del nuevo local, una madrileña dicharachera enamorada de la ciudad, que junto a Aroa y Ainara, dos diamantes en bruto, nos tienen asegurado para lo que resta de verano soleado bocatas crujientes en pleno corazón de Sagües, el barrio más auténtico y dicharachero de Donostia city.

San Francisco 33
Calle José Miguel Barandiarán 24 – Donostia
Teléfono: 943 14 24 86
www.sanfrancisco33.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Take Away
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO 10-15 €

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